Capítulo XIX: Un día alguien va a quedarse.

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Nos habíamos besado por primera vez y yo apenas podía pensar en otra cosa.
Jamás me había hecho tan feliz que alguien no cumpliera una promesa.

Era difícil describir como me sentía.
Mi cuerpo era liviano y estaba lleno de energía. Era como si todos los microorganismos dentro de mi cuerpo hubieran recibido un aumento y hubieran ganado la lotería el mismo día.
Probablemente si algún resfriado hubiera intentado entrar en mi cuerpo aquel día, habría sido destruido con facilidad.

Nunca he sido una persona demasiado amargada, yo me describiría como neutro. Rara vez estaba demasiado feliz o demasiado triste, pero aquel día el mundo parecía un lugar nuevo.

Clarita es un poco menos amargada conmigo, al menos no me gruñe al verme. Las canciones suenan más fuerte, el tráfico avanza más rápido y siento que solo me rodean buenas noticias.

Zita me ve llegar con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Guau! Creo que jamás te había visto sonreír tanto. ¿Tan bien té fue? — la abrazo fuertemente, tanto que ella me empuja un poco. Luego me siento a su lado en la banca.

—En realidad no ha pasado gran cosa, pero para mí ese beso es lo mejor del mundo en este momento. — Seguramente la gente a mi alrededor encuentra un poco molesta mi felicidad.

—¿Se besaron? ¿Pasó algo más? — pregunta Zita emocionada y me alegra que alguien comparta mi emoción.

—No. Vimos una película, jugamos videojuegos y al despedirnos nos besamos. Fue todo. — Le cuento sin mucho detalle.

—¿Se volverán a ver? — pregunta ella.

—Sí, al menos ese es el plan. —

—Aún no sabe de tu edad, ¿cierto? — inquiere mientras observa a la gente a nuestro al rededor. Es la segunda vez que lo hace.

—No, lo volveré irrelevante. Tal como me dijiste. — La observo fijamente.

—Bien. — Dice y me observa un segundo antes de volver a ver alrededor. — ¿Qué? —

—¿Qué haces? — pregunto jalándola de la manga negra de su blusa para llamar su atención.

—Nada. — responde, pero no me ve.

—¿Esperas a alguien? — intuyo.

Ella suspira antes de voltearme a ver y luego, cuando su mirada se encuentra con la mía, sonríe y se ruboriza.

—Al barista. — su pierna comienza a temblar nerviosamente. Está emocionada.

—¿Al de Starbucks? ¿El que me contaste? — mi voz sube un par de decibeles.

—Ajá, ese mismo. —

—¿Y por qué me hiciste venir aquí si lo estás esperando? Creí que iríamos a comer. — le reclamo.

Me voltea a ver aterrada y me toma del cuello. Eso me hace tambalear y por poco caigo del asiento.

—¡Porque necesitaba apoyo moral, Elmo! No quería esperar aquí sola. Tenía mucho que no hacía esto. — se queda mirándome y la abrazo.

—Entiendo. Me quedaré aquí hasta que él llegue. —

—Gracias. — se separa de mi y respira profundo.

— Aunque prometiste contarme si algo sucedía y no me has contado nada. — le doy un ligero codazo.

—Pero es que no ha pasado nada. Es la primera vez que vamos a salir. Solo hemos hablado un poco en el Starbucks, pero nada relevante en realidad. — dice y se encoge de hombros. Vuelve a ver hacia todos lados, buscándolo.

—¿Y cómo te invitó a salir? — pregunto curioso.

Ella se ruboriza más antes de responder y sonríe.

—Lo escribió junto a mi nombre en mi vaso de café. — me sonríe y mi corazón late un poco más fuerte.

Como creo haber mencionado antes, soy un fiel y ferviente creyente del amor. Me encantan los pequeños gestos románticos que hacen la diferencia. Y saber que a Zita la hace feliz la forma tan cursi y encantadora en que la invitaron a salir, solo aviva la fantasía en mi interior de que el amor es real, maravilloso y mágico.
Y creo que en este momento, no puede existir alguien en el mundo más contagiado con la idea del amor verdadero que yo.

No puedo atinar más que a decir "awww" y eso hace que ella se sonroje aún más y voltee la cara hacia otro lado.

—Cállate. — dice apenada.

—¿Por qué? De verdad me parece adorable. Lo hizo muy bien. — le confieso.

—Me quede muda cuando lo vi. — sus ojos se vuelven un poco tristes. — Hacia mucho que nadie tenía un gesto así de bonito conmigo. Y me da miedo. — baja la mirada.

—El amor da miedo. — le acaricio un poco el cabello. — Acercarse a alguien y permitir que una persona entre en tu vida siempre es terriblemente espantoso. Jamás va a ser de otra forma. — y sé que mientras le digo todo esto, ella ya lo sabe, pero a veces necesitas que alguien te diga en voz alta lo que tú ya sabes.

Suspiro junto a ella y ambos hacemos una pausa. Ella mira de nuevo a todos lados.

—Nunca sabes si esa persona va a querer marcharse después de haber entrado en tu vida. Y eso es aterrador, Zita. Pero no hay otra forma de vivir. Si no dejas entrar a las personas, jamás descubrirás cuál de ellas se quedará. — Ella me escucha atenta sin mirarme. Su mano se posa en mi rodilla y la aprieta ligeramente en señal de agradecimiento. — Te prometo que un día alguien se va a quedar. No te prometo que sea el chico Barista. Pero si no le das permiso de entrar, no podrá decidir si quiere quedarse. —

—Ya sé. Por eso estoy aquí sentada contigo. Porque sé que tengo que arriesgarme, pero ha pasado tanto tiempo desde la última vez que ni siquiera sé si recuerdo cómo hacer esto. — su mano nerviosa ahora golpetea sobre mi rodilla y echa una mirada más.
La veo apretar los labios y está a punto de decir algo cuando suena su celular.

Ella se apresura a sacarlo y lee algo en la pantalla.

—Ya está a un par de minutos. ¡Vete! — me corre sin miramientos.

Comienzo a levantarme lentamente para irme.

—Apúrate. Bye. — sonrió un poco al verla tan nerviosa y apresurada.

—Nos vemos. Te quiero, Zita. — la abrazo y ella me empuja.

—También te quiero, pero vete. — me hago el difícil y me voy lentamente. Solo para hacerla enojar. Ella me frunce el ceño.

Poco a poco acelero el paso. Y cuando ya estoy bastante lejos, escucho su voz.

—¡Elmo! — la veo de pie. —Gracias. — agita la mano en el aire y le devuelvo el gesto.
Luego me giro para irme.

De Zorros y HuronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora