Capitulo XII: El día que todos (casi) envidiamos a Esmith.

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Cuando cuelgo el teléfono mi sangre bombea mucho más rápido de lo normal y tengo las pupilas dilatadas.
Me doy una ducha de dos minutos y me visto con lo primero que encuentro. Pido un uber y yo estoy afuera esperando, incluso antes de que esté a cuatro calles de distancia.

Una vez en el asiento trasero, me pongo audífonos y escucho el mensaje de voz una vez más. Con Esmith nunca se puede estar seguro.

Mi cabello gotea mi pantalón y el asiento, al mismo tiempo que la voz de Esmith Riveira suena en mi cabeza.

"¡Los necesito a los tres en casa de Juan! Batiseñal."

Esas diez palabras significan que Esmith está en un apuro. La batiseñal solo se activa si es una emergencia de proporciones mayores. Y si nos está convocando a los tres, algo grave pasó.

La casa de Juan no queda lejos, pero el viaje se me hace eterno. Le doy las gracias de forma golpeada al conductor y azoto la puerta sin querer.
Subo las escaleras de dos en dos al departamento de Juan y Sus. Golpeo rápidamente y Juan me recibe.

—¿Qué pasó? — le digo y se hace a un lado para dejarme pasar.

—No lo sé. — su voz también suena preocupada. — Esmith no ha llegado. —

Nos sentamos en el sillón de siempre y guardamos silencio la mayor parte del tiempo. Le marcamos a Esmith varias veces, pero no contesta.

Nono llega poco después con una chamarra gruesa que se quita al entrar. Debajo trae su ropa de trabajo puesta.
Se quita el mandil verde arrugado que acomodó debajo de la chamarra para que no se viera y se desabrocha un botón de la camisa negra. Es evidente que salió a toda prisa en cuanto le fue posible.

—¿Qué sucedió? — pregunta aparentemente tranquilo. Juan y yo nos encogemos de hombros.

Nos sentamos y jugamos Smash. Durante ese lapso de tiempo le marcamos varias veces a Esmith, pero nunca responde.
Mientras tanto, Juan intenta sacar posibilidades de por qué estamos ahí.

—Seguro su papá descubrió que no robaron su auto y que lo tiene escondido en una pensión. — divaga Juan.

—No, ese no fue Esmith. Él ayudó a esconder el carro de uno de sus compañeros de facultad. — responde Nono.

—Bueno, quizá su ex novia descubrió las fotos que le tomó estando desnuda mientras dormía. — sigue Juan pensativo y viendo la pantalla.

—Ese fue Nono. — respondo y Nono carraspea.

Juan truena los dedos.

—¡Las manchas de sangre en el carro de Esmith! Seguro las descubrió su papá. — alza la voz ligeramente.

—Ya están casi completamente desvanecidas, es poco probable y en todo caso Esmith le habría echado la culpa a Nono por subir a mi perro muerto a su carro. — respondo y ve de reojo a Nono que no se mueve.

¿Recuerdan que Nono me invitó unos chilaquiles en una ocasión por matar a mi perro? Bueno, escondió el cadaver en el carro de Esmith durante un rato.

—Nada de eso sería suficiente para activar la batiseñal. — interviene Nono por fin.

—El incendio que provocó detrás del auditorio de su escuela. — sigue Juan sin prestar atención a Nono.

—Eso fue en mi escuela, fue un accidente y fui yo. — digo.

Juan continúa durante un rato, hasta que se le acaban las ideas y se queda callado.

Transcurridas tres horas, me levanto para anunciar que me voy y justo en ese momento suena la puerta. Todos volteamos al mismo tiempo.
Camino para abrirla y me encuentro a Esmith recargado en la pared con una sonrisa gigante.

De Zorros y HuronesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora