4. La cueva

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- Mamá me ha dicho que ayer Iker trajo a una chica a casa. ¿Va enserio?- Me miró incrédula y yo asentí mientras absorbía otro trago del amargo café que me había preparado.

- Así es. Pero no le fue muy bien, la verdad.- Volví a pegar otro sorbo más y miré por encima de la taza a Natalia que miraba algo que se encontraba detrás de mí. Me di la vuelta y seguí su mirada hasta encontrarme con Iker y una chica en el recibidor, nos quedamos contemplando el beso que se dieron y no volvimos a retomar la conversación hasta que la chica hubo salido de la casa e Iker se alejaba escaleras arriba.

- ¿Estás seguro de que no le fue muy bien? Porque a mi no me lo parece.- Dijo entre risas.

- Segurísimo. Tanto como que fui yo quien llevo a Elena hasta su casa.

- Pues de ser así querido hermano, he de reconocer que el pequeño Iker está creciendo y que tiene demasiadas ansias por vivir como para perder el tiempo.- Me da dos palmaditas en el hombro al concluir su explicación y desaparece escaleras arriba también.

Era sábado. Por fin después de una dura semana de exámenes tenía un descanso. El Magistral era bastante peculiar, ya que durante los primeros meses del primer curso, hacían una especie de exámenes de prueba, y de alguna manera comprobaban si habían escogido bien a su nueva promoción. Me levanté contenta pese al panorama de la noche anterior en casa de los Mestre. Bajé escaleras abajo frotándome los ojos irritados por dormir con el maquillaje. Cuando llegué abajo miré a ambos lados de la escalera pero daba la sensación de que no había nadie más en casa. Entré a la cocina y vi una nota de mi padre.

'' Me voy con Aitana, tenemos trabajo''

- Probablemente.- Dije sonriendo.

No sabía muy bien que hacer durante el día, al igual que tampoco sabía hasta cuando mi padre estaría fuera. Decidí ir a ducharme, como cada mañana y empezarme uno de los libros obligatorios de lectura.

A penas llevaba un par de capítulos cuando me di cuenta de lo aburrido que era el libro. Pensé que jamás lo terminaría y entonces como por arte de magia, sonó el timbre. Me calcé a toda prisa, agradeciendo poder soltar ese espantoso libro y bajé corriendo para abrir la puerta. Por la mirilla pude ver sus rasgos tan definidos y el hoyuelo que le salía en la barbilla. Como una tonta suspiré y le abrí la puerta a Mark.

- ¡Qué sorpresa!- Chillé nada más abrir la puerta, mientras le abrazaba con ganas a modo de saludo.

- Estaba aburrido en casa y me apetecía pasar para ver como estabas. Espero no molestar.

- Tú nunca molestas Mark.

El tiempo pasaba volando, sin darme cuenta fue pasando casi gran parte de la mañana. Mark y yo no parábamos de hablar, de conocernos mejor y la verdad, cada vez que me contaba algo nuevo, me dejaba más sorprendida que la vez anterior. Al cabo de unas horas entre risas, mi padre llegó por fin a casa. Mark y yo seguíamos en nuestro mundo y a penas nos dimos cuenta de su llegada.

- Vaya, pero si tenemos visita.- Sin parar de reírme di un pequeño respingo en el sofá y me quedé mirando a mi padre divertida. Él me contemplaba con una sonrisita en la cara y con cierta incredulidad.

- ¡Papá! No te hemos oído entrar. Mira ven, este es Mark, Mark Mestre.

- ¿Tú eres hijo de los Mestre? Vaya, encantado de conocerte. Iba a preparar la comida ¿Te apetece quedarte?- Me quedé boquiabierta, no sabía donde meterme y lo único que se me pasaba por la cabeza es que minutos antes Mark y yo nos reíamos de el talento culinario de mi padre, después de que yo le contará muchas de las anécdotas que habíamos vivido en la cocina. Como si me hubiera leído el pensamiento Mark me miró y para mi asombro dijo algo que sería mi salvación.

Nos conocemos de memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora