6. El fuego

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Diez de la noche. Ha sido una tarde entretenida, estar con ella hace que el tiempo se pase volando. Y el rato en los grandes almacenes ha sido divertido, sus amigos son tan peculiares. Puede que pasar el fin de semana con unos chavales no sea tan mala idea.

Entro por la puerta principal y oigo voces que provienen del salón, seguro que es Natalia. Me alegraba mucho el hecho de que hubiera vuelto de su viaje, la echaba mucho de menos. Siempre había sentido debilidad por ella, desde que era una niña. Solo que ahora, ya era toda una mujer. A sus veinticinco años, había conseguido todo lo que siempre había querido. Ella sola se encargo de construir su futuro piedra por piedra, no como Iker, el pequeño de los tres. Siempre soñó con ser una gran diseñadora, y solo les pidió ayuda a nuestros padres una vez. Para poder financiarle el viaje a los Estados Unidos, allí estudió su carrera y conoció a Mike, su novio. Ahora, parecía que se quedarían en España por un largo tiempo y estaba decidida a abrir su propio negocio de diseño de interiores y cosas así. Me dirigí hacía el salón para comprobar, definitivamente si se trataba de mi hermana, y en efecto era ella. Estaba hablando precisamente con mi madre todo lo que había pensado para el negocio, quería que ella también participara en la dirección de la futura empresa y estaban muy entusiasmadas las dos. En la otra punta del salón, en una mesa redonda, se encontraban Iker y Mike jugando al mus, o al menos intentándolo ya que el último aún no entendía muy bien como funcionaba el juego. Saludé a las dos mujeres y me acerqué a la mesa donde estaban los susodichos.

- ¿Te apuntas hermanito? Igual entre los dos conseguimos que Mike se enteré de algo.- Dijo entre risas.

- ¡Iker! No seas cruel, Mike está aprendiendo.- Protestó Natalia desde el sofá.

- No gracias, iba a hablar un rato con papá sobre unos asuntos del Magistral. Luego si eso me reengancho.

Era cierto que tenía unos asuntos pendientes con mi padre, pero aún no había olvidado la charla que tuvimos Iker y yo la otra noche. Seguía algo cabreado con él, por ello.

Cuando llegué al despacho de mi padre, estaba ya esperándome sentado en un sillón, con las gafas caídas marcándole el tabique de la nariz y con un montón de papeles entre manos, deslizando la mirada de vez en cuando hasta su portátil. Siempre estaba trabajando. A sus cincuenta y cinco años, se pasaba el día cara a su ordenador o haciendo viajes. Ahora, cada vez delegaba más en su hijo mayor, en mí. Era su mano derecha, el que le ayudaba a tomar decisiones, y el que en muchas ocasiones hacia las cuentas y todo lo relacionado con los números. Había estudiado Administración y dirección de empresas, para seguir con el negocio familiar, aunque más que un negocio, era como una tradición. Mis abuelos fundaron el Magistral y se encargaron de mantenerlo a flote durante décadas, después, mi padre pasó a ser el presidente del consejo escolar como descendiente de los fundadores y en lo sucesivo yo ocuparía su puesto. Mi padre, compaginaba su trabajo como responsable del centro con su otro trabajo, el derecho. Pretendía que Iker continuara también por el mismo camino ya que Natalia decidió cambiar de aires y olvidarse de los temas familiares, aunque no le reprochó nada, ya que en realidad, siempre había sido la niña de sus ojos. Iker, aunque había aceptado empezar derecho, siempre había sido la oveja negra de la familia, siempre complicando las cosas y saliéndose con la suya. En definitiva yo era la única opción que le quedaba a la familia de seguir con el Magistral.

Cuando por fin reparó en mi presencia, se quitó las gafas y sonrió, dejando que unas arrugas aparecieran en su rostro. Dejó los papeles a un lado y me invitó a sentarme.

- ¿Cómo te va, papá?

- ¡Hola hijo! Pensé que ya no venías. Siéntate.

- Lo siento, he salido con unos amigos y se me ha hecho tarde.

Nos conocemos de memoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora