1. En el orfanato

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Capítulo 1 - En el orfanato

 

Nerea se dejó caer bruscamente sobre su cama. Estaba exhausta. Había sido un día difícil, más o menos como todos. Habían hecho sesenta vueltas por todo el orfanato hasta las nueve de la noche. Tenía que cambiarse para la cena, pero sabiendo el menú que había, prefirió estirarse y quedarse dormida. Un fuerte grito la despertó sobresaltada.

 —Nerea, ¿pero qué haces? Tenemos que cenar, y tu aquí durmiendo. ¡Espabila!

 —Ya voy, simplemente quería descansar un rato.

 —Ya descansaste cuando te caíste corriendo, así que ahora, vamos.

Nerea estaba acostumbrada al mal genio de su compañera de habitación, Carolina. Cuando llegó la trató muy mal, y seguía haciéndolo. Carolina o “La bruja” como la llamaba ella, era la chica más popular del orfanato, y nunca aceptó la muerte de sus padres. En eso coincidía con Nerea, que seguía manteniendo la esperanza en que algún día sus padres volverían a por ella, ya que no los vio morir. Las monjas le dijeron que sus padres la dejaron allí y nunca más se supo de ellos. En cambio Carolina, estaba en el coche donde sus padres fallecieron, tras chocar con un árbol. A Nerea le daba pena que Carolina hubiera presenciado la muerte de sus padres, pero seguía pensando que eso no le daba derecho a tratarla así. Su consuelo era que ella no era la única a la que trataba mal en aquel internado, también se reía de otros niños. Carolina tenía catorce años, rubia, con los ojos avellana, y tenía buen físico. En cambio Nerea, tenía trece años, el pelo castaño y los ojos azules y a simple vista, podía parecer atractiva. Pero al acercarse se podían ver  multitud de rasguños que ni ella sabía como se había hecho. Tenía un físico esbelto, pero odiaba el deporte. Cuando en el orfanato jugaban a algo, ella era la última en ser elegida.

La chica bajó las escaleras de caracol cansinamente, no tenía hambre y menos de aquella comida asquerosa que servían en el comedor. En la historia del orfanato “Chicos incorregibles” nadie se había terminado el plato que le habían servido las cocineras, (si se las podía llamar así). Nerea siempre se sentaba apartada de la multitud, sola, con una expresión triste en la cara. Pocas veces había charlado con nadie. Y si lo había hecho, sería por algún trabajo que las monjas les habían encomendado. A veces notaba como las miradas atentas de algunos chicos se centraban en ella. Pero lo dejaba correr, ya estaba acostumbrada. Cuando acabó la comida, fue directamente a su habitación, no sin antes cepillarse los dientes, que los tenía como perlas. Por ese aspecto era la envidia de muchas chicas, que los tenían amarillentos y olvidados. También por sus ojos, color azul celeste, pero ella no le daba importancia.

Cuando se acostó en la cama, cogió un libro para leer un rato, cosa que provocaba muchas burlas entre sus compañeros, que la tenían como alguien muy “aburrida”. En cierto punto molestaba a Nerea, pero recordaba lo que le decía su madre, No te burles del ignorante, mejor enséñale a ser. Así que Nerea obvio lo que los demás pensaran.

—Nerea, ¿quieres apagar ya la dichosa lámpara? Necesito descansar y con esa luz me es imposible.

 —Ya va, déjame acabar este capítulo. Se está poniendo interesante.

—Me da exactamente igual como acabe el maldito capitulo, pero apaga ya la luz o de lo contrario tendrás una reunión con la madre superiora, que por cierto, hoy no está de muy buen humor.

—Está bien, ya está. ¿Contenta?

Pero no obtuvo respuesta, su compañera ya se había dormido. Nerea era una chica asustadiza, y lo pasaba muy mal por las noches. Ese problema era a causa del monasterio, era muy antiguo y solo al mirarlo le daban escalofríos. Su compañera Carolina, en cambio, se divertía por los sótanos y normalmente le daba sustos de infarto. Nerea estaba acostumbrada, pero no por ello dejaba de sentir miedo cada vez que ocurría.

Últimamente, la joven estaba ansiosa porque llegara Julia, su mejor amiga en el orfanato, y a la que no veía desde hacía un par de meses. Se fue para buscar familia de acogida, lo que destrozó a Nerea, pensando que nunca volvería a ver a su amiga. Pero unas semanas más tarde le comunicó por carta que no había conseguido una familia y que estaba deseosa de volver a abrazarla. Julia era la típica amiga que siempre apoyaba a Nerea y le daba consejos, pero también era una chica reservada. Le encantaba la lectura, y normalmente plantaba cara a Carolina por Nerea, ya que ella lo hacía pocas veces. Julia era una chica pelirroja, tirando a castaña, con unos ojos verdes hipnotizantes y que calmaban a cualquier persona si se miraban fijamente, llevaba brackets, motivo de burla entre sus compañeros. Pero Julia era una estudiante excepcional, nunca había suspendido un examen, y si lo había hecho, lo había compensado con creces. Era una chica delgada, aunque normalmente llevaba ropas anchas. Se juntaba con gente como Nerea, gente con pocos amigos y demasiado tímidos para relacionarse. Aunque el carácter de Julia a veces era insoportable; se empeñaba en algo y no desistía hasta conseguirlo, en eso se parecía a Carolina, pero odiaban que la compararan con ella ya que no la soportaba. 

Nerea se disponía a cerrar los ojos, pero algo la sobresaltó. Parecía un fuerte golpe contra la mesa del comedor del sótano. Se estremeció. Soltó un grito ahogado. Pero por ningún motivo iba a bajar y a ver lo que pasaba, eso se lo dejaba a los mas valientes. Aunque tenía curiosidad, optó por no bajar. Ese sitio le daba miedo de día, así que de noche, no quería ni imaginárselo. ¿Y si se trataba de un ladrón? O peor aún, ¿y si era un fantasma? A Nerea se le erizó el vello solo de pensarlo. Prefirió cerrar los ojos y dejar correr lo que había oído. No se imaginaría lo que le costaría dormirse.

Abrió los ojos de par a par. Estaba cansada, demasiado. Prefería volverse a dormir. Pero eso no era posible, ya que en el orfanato las normas eran muy estrictas. Si no te levantabas antes de las nueve, no desayunabas. Aunque odiaba el servicio de desayuno, optó por bajar, mejor que quedarse en ayunas. Para su sorpresa, el comedor estaba vacío, solo quedaban las dos cocineras. 

—¿Cómo es que no hay nadie? ¿he llegado tarde, verdad?

—¿No te has enterado o qué? ¿no has oído lo del sótano?

El orfanatoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora