9. Un mensaje de Julia

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 9. Un mensaje de Julia

       Se levantó tras los fuertes pitidos de su móvil. Nunca la habían dejado un mensaje, ¿y por qué ahora se lo tenían que dejar? Desde que se trasladó a casa de los Adams, (así se llamaban sus padres adoptivos), la había llamado gente del orfanato con la que no había hablado jamás. Pero ni rastro de Julia. Hasta aquel mensaje. 

"He descubierto algo. Tienes que volver al orfanato esta tarde sin que tus NUEVOS padres se enteren. Es urgente". 

            Nerea se frotó los ojos. ¿Estaba leyendo bien? Después de una semana sin hablarla, ¿ahora la venía con esas? pero es cierto que como le dijo Laura, la compañera de habitación de Julia, estaba tan deprimida que no quería hablar con ella hasta que se le pasara. Así era Julia. Siempre tenía que estar perfecta, y Nerea no se lo iba a discutir. Volvió a leerlo unas cuantas veces, para asegurarse de lo que le estaba a punto de hacer. Se sintió culpable. Aquella familia la había tratado como si fuera hija suya de verdad. Pero Julia era aún su mejor amiga, y le debía esa y unas cuantas. Sus pensamientos se vieron interrumpidos al abrirse la puerta y entrar Marisa, la sirvienta de la casa de los Adams. Eran ricos, ya que aquella casa victoriana con el porche plateado solo se la podían permitir ricos. 

—¿Desea algo la señorita? ¿quiere el desayuno en la cama? —Dijo Marisa, a la que Nerea tenía cada día mas miedo. Seguramente era por su pelo, lo llevaba recogido y con canas, pero cuando llevaba el camisón y llevaba una vela de noche casi mató del infarto a Nerea, ya que llevaba el pelo suelto. Parecía una bruja del siglo XVIII. En cambio, sus ojos grises y aguileños transmitían seguridad.

—No, muchas gracias. Ahora mismo bajo y desayuno con todos. 

       Tras el portazo de la sirvienta Nerea se tumbó en la cama de nuevo. Tenía que hablar con sus padres para convencerlos de que por la tarde iba a algún sitio, pero no sabía que excusa poner. No era ella de mentir. 

          Bajó las escaleras lentamente. Mientras lo hacía pensaba en que la excusa que iba a dar era una estupidez. Pero era la única que se le había ocurrido y ni iba a descartarla. 

—¡Cariño! ¡te esperábamos! siéntate a desayunar. —María era la típica mujer que caía bien a todo el mundo. Y no era de extrañar, con su simpatía y alegría podía hacer sonreír a cualquiera. Aquella mujer rubia era su nueva madre, y ahora estaba dispuesta a mentirla para reunirse con Julia. 

     

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