Capítulo 4. Aprendiendo A Amar.

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Luego de haber pasado un rato tan agradable con Aleja, no podía retroceder y volver a dejar que mis emociones me traicionaran una vez más, porque no me lo iba a perdonar. Esta era la primera vez que sostenía una relación tan duradera, y es que mi corazón sabía que había llegado al lugar indicado y nunca lo dudé. Cuando la veía, no sentía que el corazón se me saldría del pecho, ni mucho menos mis manos sudaban o temblaban, sino que por el contrario sentía paz y una tranquilidad absoluta. Antes de irme aquella noche de su casa, le dejé una nota que decía:

"Tus manos.
Tus manos son todo lo que quiero sostener, cuando las mías tiemblen"

Seguro lo leyó y sonrió, porque ella tenía la buena costumbre de sonreír cuando leía algo de mi parte. Esa misma noche cuando llegué a casa, no podía conciliar el sueño, pensando en si sería capaz de tragarme los celos, morderme las mejillas y fingir que todo estaba bien. No lo sabía. Volvían los pensamientos negativos a mi mente y una vez más el insomnio me acompañó y maldecía todo el tiempo por no poder controlar mis emociones posesivas. Me quería matar.

Es que justo cuando todo por fin va bien, las cosas marchan como uno las espera, y la suerte parece sonreirnos, entonces parece que todo se desvía por un lugar que no queremos y nos toca empezar de nuevo. Por eso no me asusta tener tanta felicidad, porque luego de tanto reír, nos toca llorar. Nos toca ganar, después perdemos, pero en ese vaivén de emociones, momentos y sentimientos, es que aprendemos a amar.

Aleja era una chica complicada, un día parecía que se podía tener una conversación afable con ella, y todo parecía ser risas, felicidad y demás, pero al día siguiente ni siquiera podía preguntarle la hora, porque todo parecía incomodarle, sin embargo así la quería. Ella me enseñó a ir despacio en esta vida, y aunque sufrí mucho en ocasiones porque no era exactamente la chica que estaba en mi mente, yo nunca dudé de que era la mujer indicada para dormir junto a mí. Me fascinaba la idea de pensar que un día podíamos bebernos una botella de vino, y recordar con nostalgia los viejos tiempos, así como para alimentar los ojos de lágrimas y luego sonreír porque a pesar de todo eso, aún seguíamos juntos. Ella me invitó a otra fiesta y esta vez debía comportarme mejor, y más aun porque irían sus padres y no era conveniente darles una mala imagen de mí. Aleja esa noche de la fiesta, llevaba puesto un vestido azul, muy ceñido a su cuerpo, ni tan corto, ni tan largo, y su cabello se notaba que había pasado por el salón de belleza al menos dos horas, porque sí que estaba lindo y olía muy rico. Mientras tanto yo, fui vestido con un pantalón negro, zapatos negros y obviamente, para no variar, una camisa negra, la cual había comprado recién y Aleja decía que me quedaba muy bien. Vaya usted a saber qué tenía esa prenda, que a ella le gustaba.

-Aleja, estás..
-Divina, lo sé. -Dijo alzando una ceja y levantando un loco su mentón.

Aleja podía haber tenido un mal día, pero cuando de bailar se trataba, siempre se le notaba el ánimo.

-Pues bien, está de más que te lo diga. -Dije resignado un con una leve sonrisa.
-Gracias. Tú también luces muy guapo hoy. -Contestó, mientras me acomodada un poco el cuello y acercaba su cara a mi rostro.

La tomé por la cintura, y la traje un poco hacia mí, con la mirada puesta en la suya, y hacía escalas viendo sus rojos labios y luego volvía a mirarla a los ojos.

-Hey, prometo que hoy será una excelente noche. -Hablé casi que susurrando.
-No quiero fallarte más. -Respondió, también al susurro.

Colocó sus manos en mi pecho, y luego rodeo mi torso, por lo que la abracé y besé su frente. No quería errores esa noche, y por ese motivo, no podía permitir que mi celoso y asfixiante querer saliera a flote. Al menos no esa noche. Claro que, una dura prueba se iba aproximando, al ver que solo unos diez minutos después de haber llegado y habiendo escuchado no más que tres canciones y haber bebido un solo trago de ron, ya la habían sacado a bailar. Yo no sabía si lo correcto era decirle que solo se levantara a bailar conmigo, o si por el contrario, actuaría mal si se lo impidiera. Lo cierto fue que pude soportar que bailara toda la noche con cuanto tipo la invitara.

-¿La estás pasando bien? -Le pregunté con una sonrisa fingida que pudo notar al instante.
-Yo sí, pero... Por lo visto tú no. -Me dijo, bebiendo un trago de licor.
-Estoy bien. Bailé con tu mamá hace un rato, me dijo que te cuidara y un montón de cosas más. -Dije soltando una carcajada. Todo era fingiendo.
-Sí, mi mamá se preocupa mucho por mí. -Dijo algo incrédula de mi respuesta todavía.

Ella sabía cuando yo mentía o cuando estaba fingiendo estar bien.

-Nena, bailemos esta canción, me encanta. -La tomé por el brazo, casi que para que no tuviera chance de decirme que no.
-Está bien, Jason, bailemos.

Bailamos luego de ese tema, un par de canciones más, y mientras lo hacíamos, le dije que quería que viéramos un partido de mi equipo favorito al día siguiente, a lo que ella accedió. Se me ensanchó mi cara de la sonrisa que solté, ella no la notó, pero sí pudo notar mi ánimo al bailar, luego de escuchar su "sí, me encantaría ir contigo".

Al final de la fiesta, y cuando ya no quedaba casi gente en la fiesta, nos sentamos a charlar un rato. Tomé su mano, y toqué el anillo que le había regalado hacía un mes.

-Pronto usarás un anillo de compromiso. Me quiero casar contigo, Alejandra Belleti.
-¿Has tomado mucho hoy, Jason Migliore? No me ilusiones así. -Dijo sorprendida.
-Estoy aprendiendo a amarte. Nunca había sentido que alguien era tan necesario para mí, como tú. No tenía miedo a perderlo todo, hasta que tú empezaste a ser todo para mí, y por eso, pienso que eres la mujer que quiero ver en mi cama, cada vez que despierte por las mañanas, antes de ir al trabajo. Te amo, nena.

Aleja no pudo contener las lágrimas y me abrazó fuertemente. Se acurrucó en mi pecho y lo propio hice yo, al abrazarla fuertemente. Sentí que estaba empezando a amoldarme a ella, a quererla y aceptarla tal cual era. Estaba dejando de ser yo, un poco, asimilando que las cosas no pueden tomar el rumbo que se me antojaba. Ella era, y por eso la amaba. Fuimos al estadio y mi equipo goleó y ganó. Ella compartía mis gustos, a pesar de no ser los suyos, ella iba a mi casa y probaba mis platos, hablábamos de cualquier tema y parecía no aburrirse de nada, me sentía cómodo cuando caminábamos de la mano, y entonces allí fue cuando supe que era mi lugar en este mundo, y que de eso se trataba amar, porque sentía que estaba volando, a pesar de mantener mis pies en la tierra.

Sentir que vuelo cuando te abrazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora