Capítulo 13. Derrochando Romanticismo.

13 1 1
                                    

Habiendo conocido su cuerpo por completo aquella noche, y sabiendo entonces que mi vida la quería junto a ella pasar, no me di por vencido en la idea de seguirla conquistando, pero los problemas iban a aparecer de nuevo y de qué manera.

Podré parecer anticuado, pero cuando pensaba en Alejandra, me ponía a escribirle cartas, que quizás ella leía con ánimo o tal vez, pero en cierto modo yo me desnudaba ante ella. Sin embargo, me llegué a sentir solo en cierto momento, a pesar de tenerla a ella conmigo. Mi familia también está conmigo, y no sé qué pasaba en mí. A veces nos sentimos rotos sin saber por qué, y le intentamos dar respuestas a cosas que se pasan por nuestra mente. Y allí estaba yo, escribiéndole a Aleja.

-Hola nena, he escrito algo para ti. Mira tu buzón, allí encontrarás una carta mía. Te amo. -Le dejé un mensaje de correo de voz.

Un par de horas más tarde, Aleja me contestó mediante una llamada, llorando, quizás de la impresión, y su respiración entre cortada me hacía pensar que le había gustado lo que había leído.

-¡No había leído algo tan bello, Jason! -Dijo emocionada.
-Calma, nena, no es para tanto. -Apliqué modestia.
-¿No es para tanto, dices? Escucha. -Comenzó a leer.

Echarte de menos.
¿Te has preguntado por qué me echas de menos, justo un par de horas después de haberme visto? Pues yo sí me he cuestionado eso, y la respuesta parece no existir, aunque podría decir que es porque completas mi vida, y yo creo en la existencia de lo perfecto, partiendo de la premisa de que este término es subjetivo. Tú eres perfecta. Empiezo a estar feliz horas antes de verte, y te extraño, horas después de verte, porque de una u otra forma mis manos desean seguir acariciando tu rostro. Todavía nos quedan quién sabe cuántos años de vida, pero lo que tengo claro es que si Dios me regala setenta años, esos mismos los quiero vivir junto a ti. Quiero dar paseos sabatinos contigo, ir a ver una película y luego sentarnos a comer helado. Por ahí, se me antoja visitar un nuevo país, y vivir juntos la experiencia de conocer cosas nuevas, porque nos falta mucho, juntos. Se ocurre también que te puedo comprar una casa grande, en la que puedas tener un montón de libros, pinturas, y en ella podamos seguir construyendo amor. Ahora, ¿Quién dijo que eso será fácil? Pero también pregunto ¿Quién dijo que eso será imposible? Te quiero mía, te quiero siempre bien.

-¿Puede ser algo más perfecto que esto? Dime. -Dijo con mucha emoción.
-Sí, tú eres más perfecta que eso.
-Entonces ven acá, ya mismo, quiero contarte cuánto me gustó tu detalle. Trae vino, quiero celebrar. -Dijo en tono de orden y aún con emoción. Colgó.

No tardé ni quince minutos en llegar a su casa, y había parecido una eternidad, pero al llegar, abrió la puerta de golpe y me abrazó fuertemente, y luego me miró, tomó mi cara entre tus manos, y me besó. Luego jugó con mi cara, dándome besos en cada lunar de la misma, mientras la traía con más fuerza hacía mí. Para luego quedarnos abrazados, mientras ella hacía un sonido, que era muy similar al ritmo de una canción que le había dedicado hacía un tiempo atrás.

-Vaya, esa canción es divina. -Le dije.
-Yo soy divina.
-Y mía. Sobre todo mía.

Permanecimos abrazados al rededor de un minuto más y luego la invité a una fiesta. Haber recordado esa canción, me provocó unas ganas de bailar, pero claro, junto a ella.

-¿Te parece si bailamos el sábado? Una tía en Stanford, vive cerca de una discoteca a la que quisiera que fuéramos. Llegarás temprano a casa, lo prometo. -La invité.
-Sí, me parece bien. No creo que mi padre se oponga, así que me parece bien. -Respondió.

La invité a comprar ropa para la ocasión, porque quería verla bien divina esa noche, y también sabía que lo mucho que ella amaba comprar vestidos nuevos y cosas así. Entonces vi ese brillo en sus ojos, que me hacía pensar que estaba haciendo las cosas bien con ella, y sentí mucho regocijo al sentir un fuerte abrazo que me dio, antes de darme un beso de ocho toneladas de amor. Pude confirmar una vez más que estaba ello para ella y no eran bobadas.

-Aleja, escucha lo que te diré: me quiero casar contigo.
-¿Casar... Nos? -Puso los ojos como platos.
-Sí, eso de vivir juntos y tener hijos. -Respondí.
-¿No te parece que somos muy jóvenes? -Me preguntó, aún sorprendida.
-Precisamente por eso, mi amor. Pero tranquila, no te lo estoy pidiendo ahora. -La besé.

Estuve roto, confundido, perdido y sin oriente, y ella me centró. Tomó mis manos, y las juntó a las suyas, utilizó mi cuerpo para darle calor al suyo, aprendió a cocinar, para hacerlo junto a mí, y sobre todo, aprendió a amar, para entregarme su vida.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Mar 28, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Sentir que vuelo cuando te abrazoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora