Capítulo 8: El Príncipe de París.

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Alicia seguía subiendo hasta llegar arriba y así poder observar mejor la ciudad en donde se hallaba. Se posó en el barandal que ahí se encontraba y mira fijamente hacia la nada.

En una de las bancas que estaban ahí, cerca de donde ella había estado anteriormente, vio de lejos a lo que parecía ser un hombre vestido de negro con un sombrero que cubría su cara y un instrumento en mano. En un abrir y cerrar de ojos el sujeto parecía haber desaparecido de su lugar con el estuche que portaba, de lo que parecía ser un violín.

Alicia, por alguna razón, lo busco con la mirada y no vio rastro del susodicho en ninguna parte y finalmente se rindió. Se apartó del barandal y se fue a sentar a una de las muchas de sillas que había ahí adentro. Cerró los ojos y apoyo su cabeza en la pared. Sintió que alguien se sentaba a la par de ella, pero aun así no abrió los ojos.

Sus oídos fueron, temporalmente, los únicos testigos de lo que estaba por suceder.

¡Una melodía! Y luego... ¡Una voz!

Había comenzado a sonar una melodía de violín y por unos segundos solo fue eso... una melodía. Lo que provocó que Alicia abriera sus ojos, para reconocer a la persona que ejecutaba esa melodía, era una voz; y esa voz cantaba esa bella canción.

"Sol que eres testigo de mis días amargos.

Luna que eres testigo de mis desvelos.

Cielo que haces los días más largos.

Devuélvanme la felicidad unos segundos...

Se los pido, por favor."

La canción seguía pero Alicia se había quedado estancada en esa parte... ¿La canción era de desamor? Eso parecía "¿Días amargos? ¿Desvelos? ¿La felicidad...?", pensaba Alicia. La canción termino y el chico se vio envuelto en una tunda de aplausos de parte de todas las personas presentes, incluida Alicia.

- Que linda es tu canción. - Dijo Alicia, viendo al chico.

Este se sentó de nuevo y la vio, directo a los ojos.

- ¿Eso crees? Sin embargo yo opino que tú eres más bonita que mi melodía. - Dijo este, destapándose un poco la cara.

- Las palabras no se comparan a la belleza física. Las palabras son más hermosas, pero también pueden ser más hirientes que cualquier arma. - Dijo Alicia.

- Sabías palabras. - Dijo él. - Pero sigo pensando que tú eres más bonita.

- Yo no. - Dijo, con su típica frialdad.

- Pues yo defenderé mi opinión para siempre. - Dijo él, sonriéndole. - ¿Y cómo te llamas, bella dama?

- Primero que nada, por favor no me digas dama. - Dijo Alicia. - No soy una adulta aún.

- Entiendo.

- Segundo. - Dijo ella. - Primero dime el tuyo.

- Está bien. - Dijo este. - Me llamo Alexander D'Antuan ¿Ya me dices tu nombre?

- Alicia... Alicia Bellerose.

- ¿Alicia Bellerose? Un nombre adecuado para alguien como tú.

- ¿Alguien como yo?

- Hermoso. - Dijo, Alexander. - Como tú.

- Pensé que ya habíamos acabado con ese tema. - Dijo la fría Alicia.

- No. - Dijo sonriendo, él. - Y además te dije que defenderé mi opinión siempre.

- Y yo el mío.

- ¿No eres de por acá, verdad?

- No. Yo vengo de Marsella.

- ¿En el tren que salió a las 8, no?

- Si.

- ¿Y vienes sola? ¿Estás esperando a alguien aquí? - Preguntó él.

- No. No vengo sola. Venía con mi hermanastra y un amigo mío.

- ¿Venías? - Preguntó intrigado.

- Si. Venía. - Dijo ella. - Yo me baje en la parada equivocada.

- ¿Eso quiere decir que estás perdida? - Preguntó mientras sonreía.

- Podría decirse que sí.

- ¿Me acompañas? - Dijo este. - Yo puedo llevarte a la parada en la Catedral de Notre Dame.

- Yo no te creo. - Dijo ella.

- Confía en mí.

- ¿Puedo avisar a mi hermanastra?

- Claro. Llámala.

Alicia tomo su celular y marco el número, tanto el de Patricia como el de Enrique, y ninguno contestó. Así que le dejo un mensaje a Enrique. "No es necesario que tomen otro tren. Yo los veré allá, en la parada de Notre Dame. Alguien me dijo que me puede ayudar.".

Alexander le tendió la mano a Alicia para que esta la tomará; pero la siempre frívola y distante Alicia, solo se paró de su lugar y se dirigieron a lo que parecía ser una "limusina". Alicia por un momento dudo si subir o no y se quedó parada en frente del auto. Algo le decía que no le sucedería nada malo al ir con él; pero el típico pensamiento de inseguridad y lógica humana, la hacía dudar.

- No te pasará nada. - Dijo Alexander. - Entra.

Alicia entró al auto al final de cuentas. Ella observaba por la ventana sin decir o hacer algo más. Alexander solo la observaba con una sonrisa. El camino transcurrió en silencio... durante mucho tiempo. Quizás horas.

- Oye. - Dijo Alexander, interrumpiendo los pensamientos de Alicia. - Ya llegamos.

- Esta no es ninguna parada.

- Envíales un mensaje a tus amigos. - Dijo él. - Diles que se encontrarán mañana.

- No lo haré.

- ¿Tan necesario es encontrarlos hoy?

- Si.

- Está bien. - Dijo él. - Igual mándales un mensaje de que no se preocupen que vayan a la parada-

- ¿Para qué?

- Solo hazlo. - Dijo. - ¿Y cómo son tus amigos?

- Una chica castaña y un chico con génesis de Alexandria.

- Diles que no se preocupen. - Dijo, sonriéndole. - Ahora acompáñame.

Intento tomarle la mano, pero como siempre, ella no la acepto y solo siguió en silencio al chico que acababa de conocer. Entraron en un tipo de jardín, demasiado largo. Ella solo observa que era un sendero "enorme", para ser una simple casa... o eso creía ella.

- ¿Esta es tu casa? - Preguntó ella.

- Podría decirse que sí. - Dijo él. - Es más una mansión que una casa. - Termino su frase, riendo.

- Un palacio, diría yo. - Dijo Alicia.

- Quizás.

- ¿Quién eres? - Preguntó ella repentinamente.

- Viendo que no me reconociste tan fácilmente, supuse que no eras de por acá. - Dijo él. - Y prefiero que tú no lo sepas.

- Dímelo. - Insistió... por primera vez, en un asunto, en su vida... insistió.

- Está bien. - Dijo algo resignado. - Yo soy Alexander D'Antuan. Príncipe de París y próximo heredero al trono. - Dijo, como imitando un monólogo.

- ¿Un príncipe? - Preguntó confundida.

¿Un príncipe? ¿En serio el destino hizo que Alicia se topará con un príncipe? Es increíble lo pequeño que puede ser el mundo, e inimaginable lo que el libro llamado "vida", tiene preparado.


El Espejo mágico de París.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora