Capítulo 7: "¿Qué hace él acá?"

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CAPITULO 7 "¿QUÉ HACE ÉL ACÁ?"

Narra Mili

Estaba hamacándome cuando veo el piso. Se encontraba lleno de víboras. Éstas estaban por todas partes. No quería bajarme, pues, si lo hacía las víboras me atacarían.

Me estiré hasta poder alcanzar la pala que estaba apoyada en la pared. La agarré y comencé a matar las víboras. Siguiendo el consejo de mi abuelo; cortarle la cabeza a la víbora y separarla de la cola ya que se volvía a unir.

Sin embargo, había un problema. No podía matarlas ya que cada vez eran más.

Algunas ya comenzaban a subirse a la hamaca doble. Y otras se estaban subiendo por mi piernas.

Quería quitármelas. Luchaba para sacármelas. Pero, no podía.

Mi cuerpo parecía no poder moverse y estar hundiéndose cada vez más. Era como si estuviera en una arena movediza.

Trataba de separar mis piernas del piso de la hamaca. No obstante, veía como éstas se estaban derritiendo. Parecían líquidos.

Me desperté sobresaltada, toda sudada y, además, asustada.

¡Ay por Dios!

Solo ha sido un sueño. Un maldito sueño. Mejor dicho, una pesadilla. Una mala pesadilla.

Refregué mis ojos para controlar lo que estaba pensando. Efectivamente, todo había sido un sueño.

Me llevé una mano hacia el pecho y comencé a repirar rápido. Más tarde, bostecé y me estiré.

Luego, miré el reloj y me sobresalté.

11.55. Eran las 11.55 de un miércoles.

Me levanté y corrí las cortinas. Luego, abrí las persianas. Había un sol hermoso que hizo que tapara mis ojos con una mano.

Hoy es un día muy diferente al de ayer.

Entré al baño. Me lavé la cara y los dientes. Luego, salí y agarré la ropa que iba a ponerme.

En ese momento, llaman a la puerta de mi habitación. Los golpes son fuertes y rápidos.

—Mili, ¿se puede? —pregunta una voz masculina al otro lado.

Me termino de poner el jean y doy mi consentimiento.

En mi habitación entra un hombre alto y con el pelo negro. Aunque, se le vinieron los años encima no parece tener cuarenta y cinco años. Parece ser más joven.

—¿Qué pasa? —pregunté, distante.

—Dentro de un rato estará la comida —me avisó Scott—. Será mejor que te peines.

Luego, se marchó. Cerrando la puerta a sus espaldas y riéndose por, seguro, el pelo que tengo.

Nuevamente, entré al baño y me peiné. Me recogí el cabello en un rodete. Si, un rodete mal hecho. Pero, en fin, un rodete que me costó media hora hacerlo. Después, bajé.

Cuando me acerqué a la mesa vi a alguien que no me hubiese gustado encontrar.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté al castaño cuando llegué al frente de él.

—Lo mismo que tú.

—¡¡SCOTT!! —grité.

Me asustó la rapidez en la que éste apareció.

—¿Qué? —preguntó.

—¿Qué hace él acá? —señalé a Christopher, el cual me miraba con una gran sonrisa.

Amor ConfusoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora