CAPÍTULO 9 "¿ES CIERTO?"
N A R R A M I L I
Después de la pelea con Scott no bajé más. Él ha guardado todas lascosas del colegio en la caja donde estaban y ha dejado dicho objeto al lado dela puerta de mi habitación. Lo sé porque él me lo ha dicho. No soy bruja ninada de eso. Por cierto, no he entrado la caja, todavía.
Pues, he estado pensando en cómo escapar de esta realidad, mi realidad. La que tanto me cuesta y me duele. No se me ocurre más idea que saltar por la ventana y aterrizar en el techo del garaje. Y con pocas probabilidades de que quede bien o que termine sin dolores. De todas formas, lo que necesité en ese momento era irme de allí.
—Sé que estás enojada, Mili —habla Scott detrás de la puerta—. Te traje la comida y los útiles escolares están acá fuera —escuché que dejo algo en el piso—. Te quedarás con Christopher. Me tengo que ir a ver a Amy al hospital. Procura no hacer nada malo, ¿sí?
¡Genial!
Era lo único que faltaba. Christopher iba a cuidarme. Eso no me hacía para feliz. Y desde que llegué acá, mi felicidad se estaba yendo por el suelo.
Abrí la puerta por si él aparecía. Agarré la caja con los útiles escolares y la dejé sobre mi cama.
Hasta ahí iba todo bien.
El problema fue cuando volví para buscar la bandeja con comida.
Se me apetecía comer. Las tripas no paraban de crujir dentro de mi panza. Parecía un concurso de haber quién hacía más ruido.
—¡MILI! —gritó desde las escaleras. Me apresuré a agarrar lo que mi querido padre había dejado sobre el suelo—. Mili, espera —fue lo último que escuché salir de sus labios. Dejé la bandeja en el suelo, pero esta vez del lado de mi habitación. Y cerré la puerta de ésta. Le eché llave, así Christopher no podría entrar.
Levanté el objeto que contenía la comida y la apoyé en el escritorio. Corrí la silla, me senté y comencé a comer la milanga a la napolitana que había preparado Scott para mí. Mientras escuchaba como el otro hablaba.
—Mili, escúchame —pausa—. Por favor. Te lo pido.
Lo estaba escuchando, ¿acaso no se daba cuenta?
¿Qué le está pasando?
¿Qué me está pasando?
¿Qué le está pasando a todo el mundo?
¿Acaso se ha vuelto loco?
Luego de un rato, cuando no oía nada de él y pensé que se había ido, salí. En realidad, abrí la puerta y dejé la bandeja en el suelo.
Algo falló. Debí de asomarme y espiar para ver si estaba por allí para después dejar la bandeja. Christopher se encontraba sentado al lado de la puerta con las piernas medio estiradas.
—Mili, espera —dijo para llamar mi atención. Quise cerrarle la puerta en la cara, pero él ganó—. Tenemos que hablar —comentó, poniendo la mano entre la puerta y el marco para que no le cerrara—. ¡No te comportes como una niña!
Ignoré su comentario. Me hallaba intentando cerrar la puerta. Puse todas mis fuerzas para hacerlo. Mis brazos son debiluchos y frágiles, por eso no pude. Aparte, es obvio que los hombres tienen más fuerza que las mujeres. Bueno, sólo algunos, creo.
—Está bien —dije, rindiéndome. Levanté los brazos en forma de defensa.
Su sonrisa torcida era lo que había en su cara en ese momento. Jamás me lo voy a olvidar.
—Si conquistas a todas las chicas con eso —señalé su sonrisa—, conmigo no funciona —le avisé—. Pasa y tene cuidado con el poco jugo que quedó...
No terminé de decir eso cuando escuché y vi como se caía el vaso.
—Pelotudo, tene más cuidado —hablé en mi idioma.
Christopher me miró con mala cara. Supongo que no entendió lo que le dije.
—Tené más cuidado —esta vez le hablé en inglés.
—Pelotudo —contestó—. Entendí a la perfección lo que me dijiste en español —dijo. Luego, se agachó y levantó la bandeja. Además puso el vaso, que por un milagro de Dios estaba sano, en ésta—. ¿Dónde la pongo? —preguntó.
—Ahí —apunté al escritorio.
Dejó lo que llevaba en sus manos en el lugar indicado por mí.
—Bien, ¿y ahora qué?
—Si hablar es lo que quieres hacer. Pues, hagámoslo. Siéntate —ordené. Mientras él traía la silla de mi escritorio, yo me senté a los pies de la cama.
Acomodó dicho objeto para quedar frente a mí.
—¿De qué quieres hablar? —indagué decidida.
Sabía que quería hablar de lo que había escuchado. O al menos veía venir esa conversación. Y en estos momentos no la sentía muy lejana.
—De lo que sucedió hoy, Mili —soltó—. Scott me comentó que escuchaste toda la conversación.
Y ahí estaba.
Asentí.
—Me parece que no estuvo bueno lo que hiciste hoy, Chris —admití—. No me pareció bueno que me metieras en medio.
—Está bien —dice, asintiendo con la cabeza—. Pero escuchar tras la puerta tampoco es bueno, ¿o no? —negué—. Entiendo que te moleste, pero tienes que saber que esa era y es la única opción.
—¿¡ÚNICA OPCIÓN!? —grité.
—Sí, mira —comenzó a buscar algo en sus bolsillos—. Te voy a mostrar porque eres la única opción —habló sacando un aparato rectangular de su bolsillo. Obvio que reconocía aquel objeto. Era su celular.
Prendió dicho objeto. Me estiré para chusmear lo que hacía con el aparato.
Desbloqueó la pantalla y entró en la galería.
—Mira —dijo, pasándome lo que antes tenía en sus manos.
Observé la foto.
No podía creer lo que estaba viendo.
—Puedes pasarla si quieres —avisó.
Deslicé mi dedo de derecha a izquierda sobre la pantalla.
Mi boca se abría más al ver cada una de aquellas fotos.
En todas ellas aparecía mi padre. Y las cosas que se encontraba haciendo no eran para nada buenas.
—¿Es cierto? —pregunté, sin todavía poder entenderlo o siquiera comprenderlo.
—Pues, sí. Lo acabas de ver.
—Es lo mismo. Cual sea que fuera el motivo, no te da derecho de ponerme en medio.
—¡Eres su debilidad! ¿¡Acaso no lo entiendes!?
—¡No la soy! ¡ÉL NO ME QUIERE!
Le devolví su celular. No fue bueno como lo hice. Se lo tiré a su pecho, para ser concreta. Y menos mal que Chris lo pudo agarrar, sino el lio en que me hubiese metido.
—¿Lo que puso en tu baño fue cierto? —pregunté, mirando el piso y corriendo un mechón de cabello de mi rostro.
—Sí —susurró.
Negué con la cabeza.
—No puedo creer que sea tan perverso.
—Y todavía hay más.
—¿Más? —indagué, levantando mi cabeza.
Él asintió con la cabeza.
Temía a lo que estaba enfrentándome. Temía lo que podía venir. Tal vez no me iba a gustar lo que iba a ver. En ese momento no supe qué hacer.
—¿Qué quieres decir con eso?
Era obvio lo que quería decir, pero tenía que saber más. Quería saber más.
—¿Qué no es obvio lo que quiero decir?
Pensé un poco.
—Sí, eso creo.
—Bueno, hay más. Mucho más.
—Yo no quiero ver lo demás —me levanté de la cama y me encaminé a la puerta. Cuando llegué a ésta di media vuelta y mirándolo le dije: —sé que mi padre es mala persona. Sé que es perverso y que puede destruirte con decirte solo una palabra. Sé el tipo de persona que es él. Pero, también sé que él es sensible, y nadie sabe eso. Es capaz de llorar en el final de una película, lo he visto. O con una foto. Y sé lo que te estoy diciendo porque, al fin de cuentas, soy su hija. Y aunque escuché toda su conversación, tengo la esperanza de que él algún día me quiera. No sabes lo que sueño con ese momento —para terminar con este sermón—. Por eso, si viniste a hablarme mal de Scott te pido que, por favor, te retires —hice un gesto con la mano señalando el pasillo que estaba a mi espalda.
—No me quiero ir.
—Por favor, te lo pido. ¿Podrías retirarte?
Christopher suspira profundo.
—Está bien, pero después no digas que te advertí —habló, parándose de su silla y apuntándome con el dedo índice.
—¿De qué me estás advirtiendo?
—Del tipo de persona que es tu padre.
Pasa por mi lado y se me queda mirando. Luego, mira hacia abajo y sale de mi habitación. A continuación, cierro la puerta con todas mis fuerzas.
—¿Y ahora que voy a hacer? —me pregunté en voz alta, agarrándome la cabeza.
—Ábreme la puerta y vemos como lo solucionamos.
—¡ANDATE! —grité.
—No te voy a dejar sola.
Poco a poco fui sentándome en el suelo. Aunque no me despegaba de la pared. Tenía mucho que procesar. Y aunque el suelo estaba frío, era lo mejor para estar en la realidad. O al menos, en ese momento era lo único que no me mentía ni intentaba engañarme.
❀❀❀
Veía como pequeñas gotitas de agua caían sobre sus mejillas. Su nariz estaba roja y debes en cuando agarraba el pañuelo para limpiársela. Él miraba hacia la nada, pero estaba pensando en algo. No sabía en qué. Su mirada lo decía todo. Sus ojos hablaban más que él. Y el silencio no lo ayudaba mucho. Sus sollozos mostraban más de lo que quería. Pensé que los hombres no lloraban, hasta ese momento. Todo cambio.
Al hombre de 24 años no paraban de correr las lágrimas por sus mejillas. Era algo inolvidable.
Trataba de tranquilizarlo, pero no podía. No me oía. No me sentía.
Su esposa no estaba. O al menos no la veía.
—Carlos, ¿qué está pasando? —pregunté—. ¿Por qué lloras?
No recibía respuesta. No me contestaba.
—No, no puede ser —murmuró—. No puede perder el bebé. ¡ESTO NO ES REAL! —gritó agarrándose el pelo con todas sus fuerzas.
—¿Cómo que perdió el bebé?
Y de repente estaba cayendo por un agujero negro. Muy negro. Que parecía no tener un final. Ni un lugar de donde poder agarrarse.
Sobresalté y cuando abrí los ojos, vi mi mesita de noche. Allí estaba teniendo otro de mis sueños que muchas de las veces suceden en realidad.
❀❀❀
—¿Estás bien? —preguntó Amy. Negué con la cabeza.
—Tuve un sueño —susurré—. Amy perdía a su bebé. Por eso estoy acá.
—No es real, Mili. No va a pasar, te lo aseguro. Es sólo un sueño
—¿Cómo podes saber eso, Scott? —lo miré con frialdad.
—Porque tus sueños son estúpidos.
—¿Mis sueños? ¿¡Y LO QUE VOS HACES EN TU ESCRITORIO NO ES ESTÚPIDO!?
Hubo un gran silencio en la habitación. Mi mirada se había bajado al piso. Al mosaico blanco que patinaba cada vez que lo lavaban.
—Ven conmigo, M —habló Carlos, agarrándome del brazo y llevándome a la fuerza afuera de la habitación— ¿Qué te pasa, Mili? ¿Por qué eres tan mala con él?
No contesté a su pregunta. No quería que se enterase de aquellas fotos y aquel video. No se lo diría, al menos en esta situación.
—Quiero volver con mamá —susurré, minutos más tarde.
—¿Cómo? —preguntó. Al parecer no me escuchó o se sorprendió.
—Quiero volver con mamá —le confesé.
—NO —gritó.
—¿Por qué no?
—Te necesito, Mili —me confiesa agarrándome de los hombros—. Por favor, no te vayas —me empuja hacia él y me da un abrazo.
—Ya no puedo estar aquí. Scott me hace mucho daño —susurré.
—Lo entiendo. Quédate, por favor —dijo, acariciando mi pelo negro—. No lo hagas por él, hazlo por mí.
Me separe de él y lo miré a los ojos.
—¿En verdad, me quieres?
—Claro que sí, hermanita —confiesa, agarrándome las mejillas con sus manos—. Por eso estás acá, por mí.
Lo sabía. Créeme, Carlos. Sé que estoy acá por ti.
—¿Crees que Scott me quiera?
Eso sí que lo dudaba. ¿Cómo un padre no querría a su hija?
—Claro que sí, ¿cómo un padre no querría a su hija? —al parecer, Carlos y yo pensábamos lo mismo. Aunque, yo sabía que un padre no querría a su hija. Eso le pasaba a una de mis compañeras; sus padres no la querían. Y se notaba al no querer hacer nada para sus quinces.
—Qué bueno que pensamos lo mismo —sonreí y él hizo lo mismo.
—Ven —me dijo, llevándome a una de las sillas que había en contra de la pared—. Siéntate —ordenó, haciendo lo mismo—. ¿Por qué extrañas tanto a mamá?
Uf. Qué pregunta.
—Es que no solo la extraño a ella, sino que también al barrio en donde vivía. Allí había calle de tierra y al final de la cuadra había un monte. Era fantástico entrar en una bicicleta o caminando por allí, porque te sentías como en un pueblo. Aunque, en realidad, estabas en una ciudad.
Carlos sonreía.
—Ojalá hubiera vivido con ella y así la hubiese conocido más.
—Ojalá —me quedé pensando un rato—. ¿Y por qué mamá y Scott se separaron? —me giré para verlo mejor—, ¿por qué tú y yo nos separamos?
Mi hermano se había puesto incómodo.
—Mamá y papá se separaron porque... —el morocho se refregaba las manos en sus pantalones. Estaba nervioso— él tenía que hacerse cargo de Columbia, era una tradición familiar. Y lo sigue siendo. Pero el abuelo estaba muy mal y si o si tenían que hacer los cambios de papeles.
—¿Estás seguro que es por eso? —reiteré.
—Sí, ¿qué otra cosa puede ser?
—No lo sé.
El silencio se hizo presente entre los dos. Ambos mirábamos a la pared de enfrente.
—¿Por qué quieres volver con mamá?
Siempre había pensado en mamá. En por qué la extrañaba y cómo se sentiría ella ahora que su pequeña hija no está. Pero nunca me hice esa pregunta. No había mucho en qué pensar para responder eso.
—Me gustaba la vida que tenía en Argentina. Las típicas comidas de allá son ricas. Los asados de mamá me encantaban. Es cierto que todo el día estaba sola, pero era bueno. Y me encantaba hablar de ella sobre su día, sobre el mío, o sobre las cosas que hacía antes de tenerme a mí. Era entretenido y aprendía bastante. Pero por lo que más quiero volver allá, es porque tenía una vida, amigos y una familia.
—¿Amigos? Ellos no llamaron desde que llegaste a Nueva York.
—Tal vez estén ocupados —respondí sin mucho importancia.
—¿Ocupados? Está bien, ellos no saben que están acá, pero tienes el mismo número, las mismas redes sociales y estás en el mismo grupo de WhatsApp que ellos.
—Sí. Me buscan cuando me necesitan —comenté.
—Lo que hace cualquier persona que tiene como AMIGO a alguien inteligente—dijo recalcando la palabras "amigo".
—Ajá. Me usan cuando me necesitan y cuando ya no me quieren me dejan de lado. Así es como funciona todo. Así es mi vida.
—¿A qué le tienes miedo, Mili?
Suspiré.
—Le tengo miedo a que más gente me siga pisoteando como una basura, por ser buena con ellos —lo miré—. No quiero que me usen, Carlos. Ya no más. No me gusta y estoy cansada de que siempre sea la misma historia.
Mi hermano asentía con la cabeza, como si lo entendiera.
—Y entonces, ¿por qué no intentas cambiar un poco, Mili?
—Lo intento, pero siempre falló.
—Inténtalo una vez más. Acá nadie te conoce. Tómalo como... como una nueva vida.
—Bien. Aunque no intentaré ser alguien que no soy para agradarle a las personas.
—Me parece bien —comentó—. ¿Qué te parece si volvemos?
Sonreí y asentí lentamente con la cabeza.¡Holaaa! Lamento muchísimo la tardanza, pero mi inspiración no era muy buena en este último mes. Gracias por esperar tanto y espero que hayan disfrutado el capítulo tanto como lo disfruté yo escribiéndolo.
¡Gracias!
¡Saludos!😘😘😘
ESTÁS LEYENDO
Amor Confuso
Genç KurguMilagros Elizabeth Greenrace es una chica de 17 años que va a cursar el ultimo año de preparatoria. Para su madre, ella es una hija ejemplar. Milagros, vive en Argentina con su madre. No conoce a su padre y eso no le importa. Aunque, le molesta que...