Morphos

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Fui el primero en darme cuenta, pero en apenas diez días desde que le entregamos el anillo del fuego a Ricardo, nos relacionábamos más entre nosotros y nuestras conversaciones no trataban siempre los mismos temas. Desde que teníamos los anillos nuestra amistad había crecido. En cierto modo estábamos más unidos entre nosotros cuatro que con los demás y eso que algunos teníamos familiares o amigos de toda la vida trabajando allí también.

Pero por desgracia no todo en esta vida son alegrías y en poco tiempo nos volveríamos a dar cuenta de aquella realidad.
En el centro de la ciudad un joven estudiante de instituto entraba en clase cabizbajo, pensativo y con un anillo escondido en su chaqueta. El anillo lo compró la tarde anterior a una mujer de se dedicaba a la venta ambulante. El extraño dibujo fue lo que le llamó la atención y lo impulso a comprárselo a aquella mujer. Con la intención asegurarse la compra dio conversación al adolescente y le explicó una historia, que según ella era real.

"Hace unos tres cientos años, en un pueblecito que se dedicaba a la agricultura, con poco más de cien habitantes, nació un niño con una malformación en su rostro. Cuando creció y tuvo edad para comenzar a aprender, el niño fue llevado a la escuela. Allí había un cura que impartía clases de unas pocas asignaturas, especialmente de las cosas más básicas, como leer y escribir, cuentas matemáticas, algo de historia y geografía, pero sobretodo enseñaba sobre religión.

Mientras los demás niños aprendían, el pequeño con la cara deforme era castigado a permanecer siempre al fondo de la sala, de rodillas y de espaldas a todos, con los brazos estirados y el peso de algunos libros. Incluso en ocasiones lo golpeaban con una pequeña vara si se volvía para intentar ver lo que aprendían los demás niños.

Años después cuando sus padres se vieron en la necesidad de utilizarlo para la agricultura, le encargaban las tareas más pesadas y aquellas en las que nadie pudiera acercarse y ver su rostro.

Al llegar a la adolescencia decidió abandonar su hogar y dejar atrás a quienes lo habían despreciado por una enfermedad con la que había nacido. En el bolsillo llevaba unas pocas monedas y un par de mudas para cambiarse, pero olvidó llevar algo de comida. Después de cuatro días caminando, sin haber probado bocado y sin poder saciar su sed, cayó agotado al suelo, durmiéndose en mitad del camino.

Despertó en mitad de la noche sobre una cama, cubierto con una manta. El calor de un fuego a pocos metros lo confortaba. Se levantó y vio a una anciana mujer sentada junto al fuego, preparando un guiso que desprendía un aroma muy agradable. La comida sabia exquisita y el agua calmaba su sed.

Después de comer comenzaron a charlar y explicó los motivos que le llevaron a huir de su hogar, pero cada vez que comenzaba a hablar, la mujer interrumpía terminando la explicación que este fuera a darle. La mujer indicó que era gitana y utilizaba las cartas para ver el pasado y el futuro de la gente. Según afirmaba había visto su pasado antes de llevárselo a su casa. Asombrado por aquello preguntó a la mujer si podría darle a conocer algo de su futuro.

En silencio la anciana se levantó y recogió un colgante con un anillo de un mueble cercano. Sonrió y colocó el anillo en uno de sus dedos, convirtiéndose en una hermosa joven de piel tostada y largos cabellos rizados. El joven se sorprendió y preguntó cómo era posible aquello.

La anciana explicó que ese anillo cambiaba a la gente. Convertía a una persona en lo que quisiera durante el tiempo que deseara, pero para ella no le traía ninguna felicidad. Ser durante un corto periodo de tiempo como una hermosa joven no la ayudaba a rejuvenecer, más bien la envejecía al recordar el verdadero aspecto que tenía. La mujer se quitó el anillo, volviendo a ser anciana, estiró el brazo y se lo regaló, asegurando que le sería más útil a él.

(L.A.S) Los Cuatro ArquerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora