El frío Evgokhod

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Aquel mismo día, no muy lejos del instituto donde hubo el altercado entre los adolescentes. En el octavo piso de un edificio de oficinas, se firmaba una carta de despido para un empleado de un bufete de abogados. Este hombre llevaba más de quince años trabajando en ese bufete. Las palabras que utilizaron en su despido no fueron en absoluto tranquilizadoras. El hombre únicamente escuchó palabras de desprecio hacia su persona, e insultos hacia su trabajo y también su forma de trabajar.
Cabizbajo y entristecido bajó al bar más cercano, se tomó un café con cierta tranquilidad, olvidándose en cierto modo del problema que suponía el ser despedido. Su rostro reflejaba una clara depresión, posiblemente sus problemas iban más allá de aquel despido.
Dos días atrás y aprovechando que había salido temprano del bufete, se acercó a una joyería de camino a su casa. Después de buscar por largo rato, encontró la joya perfecta para regalar a su esposa. Hizo que envolvieran en un papel de regalo especial la joya que entregaría en un rato a su mujer.
Cuando llegó a su casa, se encontró con que no había nadie. Buscó por toda la casa, pero no encontró a su esposa. Una vez desistió en la búsqueda, la intermitente luz en el contestador llamó su atención y le hizo saber el motivo por el cual no había nadie en su casa.
El mensaje que escuchó era de un compañero y socio del bufete e iba dirigido a su esposa. En el mensaje indicaba el lugar y la hora donde debían encontrarse, despidiéndose de forma muy cariñosa de la mujer y con exceso de confianza.
No tardó en llamar a su mujer. Mientras hablaba con ella, escuchó de fondo la voz de su compañero y socio del bufete. Acababa de descubrir que su esposa le era infiel y que lo engañaba con uno de sus jefes, supo en aquel entonces que nada bueno podía ocurrir en consecuencia.
Hizo la maleta y salió de su casa, dejando una nota a su esposa en la que le indicaba que en unos días recibiría los papeles para divorciarse de ella. Sin tener a donde ir, había pasado aquellos dos días hospedado  en un destartalado hostal no muy lejos del bufete donde trabajaba. Su dolor se hizo evidente en su forma de trabajar y actuar en el bufete, tanto con socios, compañeros y clientes.
Cuando terminó de tomar el café regresó a las oficinas para terminar de recoger sus cosas y dejar de forma definitiva su despacho. Antes de terminar de recoger sus cosas, una secretaria se presentó en su despacho y le indicó que debía presentarse en la sala de juntas, donde le esperaban los socios del bufete.
Entró en la sala llevando una caja entre las manos. Los cinco socios estaban sentados, mirándolo con claros aires de superioridad. El mismo que había estado manteniendo relaciones con su esposa, fue el encargado de decirle unas últimas palabras. Mientras escuchaba en absoluto silencio, dejó la caja sobre la mesa y se llevó las manos a los bolsillos. En uno de los bolsillos notó el anillo que no llegó a entregar a su esposa, sin recordar porque aun lo llevaba encima. Se puso el anillo y esperó a que le permitieran decir algunas palabras para despedirse.
Al ponerse el anillo un fuerte escalofrío recorrió todo su cuerpo, viéndose obligado a pedir permiso para sentarse. Los socios comenzaron a murmurar entre ellos al ver que el despedido no hablaba después de concederle decir algunas palabras de despedida.
Cuando recuperó las ganas de hablar, miró a los socios claramente enfadado y se levantó de la silla. Al principio intentó mantener la calma y hablar con un tono amigable, pero la rabia y el resentimiento eran muy fuertes en ese momento. No tardó en empezar subir el tono de su voz y a utilizar palabras críticas y ofensivas hacia los que habían sido sus jefes hasta ese momento. En breve había pasado de agradecer todos aquellos años en la empresa a insultar a todos y cada uno de los socios, en especial contra aquel que había destrozado su matrimonio.
Los socios no tardaron en indignarse por sus palabras e intentaron hacerle callar alzando la voz. Pero de aquella manera solo lograron que elevara más su tono y su vocabulario fuese más insolente y soez. Uno de ellos se cansó de tanto griterío y de los insultos, llamó a su secretaria para que avisara a seguridad y se llevaran al hombre de allí. En menos de dos minutos, con la aparición de media docena de hombres uniformados, se hizo el silencio.
Sabía que le iban a obligar a salir del edificio, pero decidió ofrecer resistencia y continuar descargando su odio y malestar contra aquel grupo de hombres. Una orden fue suficiente para que los de seguridad sacaran sus porras y se acercaran a aquel hombre. Después de forcejear contra ellos y golpear a dos de estos, fue reducido entre cuatro hasta dejarlo en el suelo. Le colocaron unas esposas por la espalda para que ofreciera una menor resistencia. Los de seguridad guardaron sus porras antes de llevarse a rastras a ese hombre, para llevarlo hasta la puerta principal y sacarlo del edificio.
Gritó para que le dejaran en libertad pero lo ignoraron. Se revolvió para soltarse, pero aun así no lo dejaron ir. Insultó ahora a los guardias pero ninguno parecía escuchar lo que decía. Cuando el guardia que encabezaba el grupo abrió la puerta de la sala de juntas, una corriente de aire helado atravesó una ventana abierta y recorrió toda la sala. El guardia más rezagado patinó y cayó de espaldas en el frio suelo. Con aquella caída todos se percataron de algo fuera de lo común, pues había hielo por todo el suelo.
Ahora los guardias comenzaron a caminar con más cuidado para sacar al hombre sin patinarse. Atónitos observaron todos como las ventanas y las estanterías, donde había decenas de libros, se cubrían de escarcha y las paredes se helaban.
Varias voces dentro de la cabeza del hombre que habían despedido lo confundieron con un sinfín de frases cortas que no tenían ningún sentido. En aquel momento de confusión para ese hombre, el anillo que compró para su esposa y llevaba ahora puesto lanzó un destello, que pasó desapercibido para todos los presentes. Un extraño poder invadió el cuerpo de ese hombre, que llegó hasta su cabeza, descubriendo que aquel anillo era mucho más especial de lo que se hubiera imaginado nunca.
El hombre se revolvió una vez más y los guardias que lo arrastraban patinaron y cayeron al suelo. Asombrando a todos los presentes se levantó sin tambalearse, como si estuviera acostumbrado a caminar sobre hielo. Miró las esposas y vio como se congelaban, al instante estiró con fuerza sus brazos y con asombrosa facilidad se partieron en varios trozos.
- Sé que eres el culpable de que me despidan- dijo al que rompió su matrimonio caminando hacia él como si no hubiera hielo a sus pies y junto a él añadió- ¡Maldito seas por destrozar mi vida!
Los agentes intentaron acercarse, pero el hielo les impedía hacerlo todo lo rápido que hubieran deseado. El socio al que ahora amenazaba directamente comenzó a suplicar y a disculparse por ordenar su despido.
- Dime ¿Crees que tienes algún derecho para pedirme que no destroce tu vida, como has destrozado tú la mía? ¡Nunca te perdonaré!- dijo enfurecido pasando por alto las súplicas del otro.
En ese instante una corriente de viento polar recorrió toda la sala y algunos de los pasillos de la planta. Todos quedaron congelados en ese instante. El que ordenó su despido parecía una gruesa columna de hielo. Paredes, techos, suelos, puertas y ventanas quedaron completamente congeladas. La gente que aun estaba en aquella planta, vio lo que ocurría e intentaban encontrar algún tipo de explicación para lo que acababa de suceder. No tardaron en llamar a la policía y a los servicios de emergencias. No tenían ni idea de cómo explicar lo ocurrido, solamente insistieron en que debían acudir y verlo con sus propios ojos. El único que no había sucumbido al hielo, era el hombre al que despedían y que no tardó en abandonar el edificio para evitarse preguntas que no sabría responder.
Mientras se alejaba de la zona, escuchaba como los coches de policía llegaban al edificio. El miedo y las dudas asaltaban la mente de este hombre, que no entendía como podía haber pasado todo aquello. Tampoco comprendía cómo no le había afectado a él el frio en ningún momento.
Caminaba por la calle sin saber exactamente hacia donde se dirigía. Únicamente había algo en su cabeza que le indicaba que siguiera en aquella dirección. Después de largo rato caminando, entró en un pequeño bar en el que parecía no existir la limpieza. Una vez dentro vio que solamente había un viejo y gordo camarero y dos ancianos, todos jugando a las cartas mientras tomaban unas cervezas. Se sentó en la barra a la espera de que lo atendieran, pidiendo un café y una copa de whisky. Una vez lo sirvió, salió de detrás de la barra y volvió a sentarse junto a los ancianos para seguir con su partida de cartas.
Comenzó a tomarse el café, dejando a un lado la copa. Una voz comenzó a llamarle a lo lejos. Miró en todas las direcciones pero solamente estaban los viejos y el camarero. En ese momento comenzó a creer que se estaba volviendo loco, escuchado voces que le llamaban en un lugar donde nadie lo conocía. Todo lo ocurrido aquella mañana, incluyendo las voces, le hacía pensar que algo no iba bien, como si se tratara de un sueño.
Concluyó que había resuelto el misterio. Estaba soñando y por eso era incapaz de sentir frio rodeado de hielo y por el mismo motivo se había congelado la sala de reuniones. Por eso tampoco había sentido ningún tipo de dolor por ver morir congelados a los socios del bufete. La única explicación posible era aquella, pero quiso asegurarse de que estaba soñando.
Alargó el brazo hasta un cuchillo al otro lado de la barra, lo agarró y se lo clavó en su otra mano. El dolor que sintió al instante y la sangre saliendo del corte que se hizo, le ayudó a darse cuenta de que todo lo que ocurría era real y no parte de un sueño. Cubrió la herida con una servilleta y de un trago se tomó la copa. Con motivos de sobra comenzó a preguntarse si se estaba perdiendo la poca cordura que le quedaba desde que descubrió que su esposa le engañaba con otro.
Nuevamente aquella voz comenzó a hablarle. Par descubrir hasta qué punto se estaba volviendo loco, respondió a todo lo que le preguntó. Lentamente aquella voz fue indagando en la forma de pensar del hombre, hasta encauzar la conversación a asuntos más personales. La voz había logrado llegar a los sentimientos de este hombre, se introdujo en ellos y de la misma forma cómo actúa un virus, disolvió todos sus recuerdos hasta meterse por completo en su mente y lograr manipularlo en todo momento.
Los tres hombres del bar comenzaron a murmurar por ver que hablaba solo, pensando que estaba loco. El hombre se levantó del taburete, sus ojos eran cristalinos como el hielo, se dio media vuelta para irse del bar y una corriente de aire helado recorrió el local. En un suspiro los tres hombres quedaron congelados dentro de columnas de hielo.
Salió del bar y se dirigió hacia las afueras de la ciudad. Lejos de la ciudad se encontró con el adolescente que había encontrado el otro anillo.

(L.A.S) Los Cuatro ArquerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora