Curiosa

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Fernanda siempre fue muy mimada, desde pequeña cuando tenía 7 u 8 años ella jugaba en los jardines del reino, todos la cuidaban y la saludaban, creció siendo muy obstinada ya que se hacía lo que ella quería y aunque no veía mucho a su padre ya que el importante Rey Marcos debía hacer muchos trabajos con la administración del reino, Fernanda creció con su criada Esperanza, todo el séquito de niñeras andaban detrás de ella vueltas locas cuidando que la inquieta y juguetona princesa no se lastimara jugando en algún rincón del castillo. La princesa tenía un lugar secreto que nadie más conocía en los alrededores del castillo, era una pequeña puerta por la cual solía arrancarse al reino, le gustaba andar por el mercado ya que en él podía ver a las personas en actividades que eran muy graciosas para ella, le gustaba pasearse alrededor del bosque ya que decía que las aves cantaban de lo más lindo, caminaba a veces por las calles del reino y como solía salir con vestidos que si bien eran muy costosos se veían simples, aparte de que la salida la dejaba la mayoría de las veces sucia, por esto y por lo inquieta nadie sospechaba que era la mismísima princesa que andaba por el reino sin protección alguna, le gustaba andar descalza a veces por lo que se paseaba con los zapatos en la mano mientras veía, olisqueaba y curioseaba todo a su alrededor.

Un día de tantos que Fernanda se encontraba curioseando por los alrededores del reino de Fonteiure buscando alguna persona nueva o alguna actividad del pueblo como solían ser los carnavales o las ferias para entretenerse se tropieza con un niño que cargaba una cesta con frutas que sale disparada, mientras que las frutas rodaban por el piso, el niño que conocía a la princesa puesto que su familia había vendido manzanas en el reino desde hacía muchos años se apresura a inclinarse para pedir disculpas pero la princesa, como está un poco pasmada con el choque se apresta a recoger la cesta y las frutas rápidamente, el niño al ver que la princesa estaba haciendo los menesteres que a él le correspondían también se apura en recoger las frutas, en ello están cuando queda la última en el piso, ninguno quería recogerla ya que sabiéndose en esa situación de recoger la última se debía terminar esta situación y deberían pasar a ser el niño del mercado y la princesa, con aquellas diferencias de clases ambos sabían que este momento no pasaría de nada más que las cortesías que se le deben a la princesa. El tiempo pasaba y el niño al final decide tomar la última fruta para continuar con su trabajo, la princesa se levanta y le roba la manzana, corre por las calles del reino y se pierde en una esquina de las polvorientas calles, sin decir nada a nadie deja en aquel lugar a un niño con la mirada perdida recordando a esas manos de tonalidad morena que usurparon la fruta de la canasta ¿Qué le diré a mi madre?

Llegando al castillo, nuestra pequeña princesa le da una mordida a la manzana que ha robado, no lo robó por hambre sino que por tratar de atesorar algo que significara ese momento, ese momento donde deseaba borrar las distancias entre aquel niño y ella, ese momento en que deseaba no ser la princesa a la cual debían proteger, la princesa a la cual se le debía respeto para pasar a ser simplemente una niña más del reino y poder hablar con él, poder jugar con alguien en el reino, poder salir del castillo, saber que hacen las personas más allá de las murallas del castillo.

- Es demasiado injusto que todo pase fuera de las murallas del castillo – decía mientras inflaba las mejillas por el enojo – me gustaría poder salir, conocer a las personas que viven en el reino.

Los sueños de Fernanda eran de todo corazón muy intensos, se acercaba al castillo, no le molestaba que la vieran entrar por la entrada principal ya que nadie le diría nada, era la princesa al fin y al cabo.

- Ay no, ya es tarde, Esperanza me va a castigar – se dijo mientras apresuraba el paso la princesa y entraba casi corriendo al castillo.

El castillo del sol nacienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora