La verdad

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- Existió hace mucho tiempo, y durante muchos años un gremio de alquimistas, la idea era juntar a las mejores promesas del campo, se consiguió conocimientos de cómo transformar en oro metales simples, obtener vida de solo elementos inertes, una de las leyendas más fuertes del gremio es sobre Copayapu, uno de los primeros lideres del gremio logró crear un bosque con copas doradas, de ahí viene Copayapu, las copas de los arboles eran doradas porque estaban cubiertas de oro – mientras el dependiente de la tienda hablaba Kevin escuchaba atento y maravillado por las cosas que escuchaba – pero luego de todo lo que se había hecho por las personas, traer riquezas y reactivar los mercados comenzaron a pensar que era un gremio peligroso, podía desestabilizar las economías y prestar servicios a enemigos de los intereses de quienes manejaban las ciudades en ese momento por esto iniciaron una persecución, una cacería de alquimistas, se persiguió a todo aquel que perteneciera a Híbrathôhs, el nombre del gremio de alquimistas.

- Vaya eso es – Kevin estaba consternado por la historia – muy cruel.

- Hubieron matanzas, muchos fueron quemados, colgados o decapitados públicamente para que la gente fuera entendiendo lo que le pasaba a los alquimistas y a los que los rodeaban, eran identificados por el tatuaje en sus antebrazos, por ello se ocultaron, comenzaron a hacer sus actividades clandestinamente, algunos huyeron pero perecieron en el desierto, los que lograron atravesarlo fueron a distintos pueblos y ciudades para poder plantar semillas de alquimia en distintos lugares, como supongo habrá hecho tu padre, ir con una caravana mercante hablando de la alquimia para que esa parte de la historia no muera – esa parte la dijo con algo de pesar al darse cuenta que de a poco incluso los recuerdos de la alquimia irían muriendo.

- Pero algunos pudieron sobrevivir, salir de Tarhann y no ser atrapados, por algo mi padre conoció a mi madre, por algo estoy aquí – decía Kevin que ya sentía su pertenencia a todo lo que le contaban.

- Pues si lo que dices del tatuaje es cierto, tu padre perteneció a Híbrathôhs, el más poderoso gremio de alquimistas que existió, hoy ya no quedamos más de dos o tres – se levanta la ropa que le cubre el antebrazo para dejar al descubierto el mismo tatuaje que le habían contado y había visto en el pergamino – si tu padre alcanzo a huir no te puedo asegurar si sigue vivo, incluso hoy en día las persecuciones continúan, es toda la información que puedo darte.

- Ha sido de mucha ayuda, ahora puedo decir que tengo un padre, este vivo o no, hay una historia, un lugar al que pertenezco - Kevin se sentía en verdad muy bien luego de la conversación – muchas gracias.

- Hilkhom – dijo para aclarar su nombre.

- Muchas gracias Hilkhom, gracias a lo que me ha dicho, parte de mi vida tiene sentido.

- Quisiera darte algo, es una de las últimos artilugios que quedan del gremio Híbrathôhs - saca unas dagas de un mueble bajo llave - son unas dagas hechas con el metal más duro que se ha creado, estas dagas y su filo son irrompibles, no se desgastaran nunca y pueden cortar incluso el propio metal, quisiera dártelas como recuerdo de tu padre - Kevin las recibe y las desenvaina para admirarlas, eran de un verde extraño, con cierta curvatura, de un peso ideal y de un equilibrio perfecto - ya no hay mucho que podamos hacer ni mucho que podamos hablar.

- Gracias, tiene razón, es todo lo que venía a buscar y me he llevado mucho más de lo que mis expectativas me permitieron imaginar. Espero que tenga una buena vida señor Hilkhom – se despedía Kevin con un excelente sabor de lo que había pasado, había logrado encontrar parte de su lugar en el mundo.

Luego de despedirse da la mano a Hilkhom se levanta para salir, nunca había sido muy afectuoso, no había tenido la oportunidad de serlo por ello solo se retira de tienda, la noche había inundado todo, las farolas alumbraban como pequeñas estrellas dentro de la ciudad, se cubre el rostro con el turbante y comienza a caminar por la ciudad lentamente, se emociona con todo lo que había pasado, la información, saber que pertenecía a algún lugar, que tenia una historia, que tenía una familia, quizá no viva pero algo es mejor que nada. Llegando a la muralla recuerda que armado no podría pasar por la entrada, se le ocurren posibles soluciones, saltar el muro, si bien era un muro sobre los 5 metros, no tendría problemas si usaba el gancho y la soga, aunque prefiere otra solución.

Se sube en el tejado de una casa con una facilidad casi felina, una vez arriba observa, la ciudad se veía especialmente hermosa desde lo alto, era cálida por las noches, se notaba que había hogares, nada parecido a Zu'Rathra que era fría, sin identidad y avasallada por malas manos crueles que lastiman a su pueblo. Saltando de tejado a tejado llega muy cerca de la entrada de la ciudad, observa a los guardias, por la hora no había quien quisiera entrar o salir, eran 5 guardias los que custodiaban las garitas de entrada, probar las nuevas dagas no sería una mala idea, con agilidad destacada se baja del tejado y se acerca por las sombras ocultándose de manera perfecta sin ser notado en ningún momento, las sombras amigas de toda la vida le cubrían cuando entraba en la garita que estaba ocupada por un guardia, Kevin saca la daga de su funda, ningún sonido se escucha, se posiciona detrás del guardia y desliza la daga por la garganta del guardia, un simple movimiento, un simple corte y la cabeza del guardia rodaba por el suelo, sale de la garita mientras que con habilidad sin igual logra degollar a los dos que estaban en la entrada sin que se dieran cuenta, los otros dos estaban en la sala de descanso por en ende no se molestó en ir para allá, las dagas habían demostrado que Hilkhom decía la verdad, eran de un material y calidad sin precedentes.

Kevin sale de la ciudad caminando, con la luz de la luna bañándolo por completo, con el viento que movía la arena, con la arena que acalla sus pasos. 

El castillo del sol nacienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora