Capítulo treinta y siete

23 2 0
                                    

Tomo la silla en la cual me siento. Hay algo parecido a un cristal frente a mi y un teléfono del lado izquierdo.

—¿Quiere seguir? —Me pregunta ojos oscuros —él está detrás de mi con sus manos sobre mis hombros— quizás porque se ha dado cuenta de que estoy nerviosa. Me ponen nerviosa éstos lugares.

—Sí —contesto y sonrío para él porque hemos llegado demasiado lejos como para retroceder ahora, como para dejar que todo quede inconcluso.

Hay que ponerle un cierre a nuestra situación.

El tal Enrique tarda unos minutos en llegar; hay alguien que se acerca —acompañado por un policía— y no creo que sea él, pero en efecto, lo es, porque se sienta del otro lado al frente mío y me mira con confusión.

Y me quedo por un momento en silencio. No puedo creer que ese... Muchacho flaco con cara de bebé sea el tal Enrique; yo me esperaba a alguien corpulento, con barba tal vez, en cambio éste, a penas tiene una simulación de bigote sobre sus labios.

La situación es seria, por eso, contengo entre dientes una risa que desea salir y luego de tomar el teléfono ese lo llevo a mi oído.

—¿Enrique? —Pregunto, no sé, quizás lo hago porque creo que se equivocaron de sujeto.

—¿Quién demonios son? —Pregunta. Tiene una boca sucia para tener esa cara de bebé.

—¿Tienes una hermana llamada Susane?

—¿Qué diablos te importa? Joder, ¿qué quieren?

No lo soporto. No soporto su tono grosero y aparto el objeto de mi oído; odio que me hablen así, como si fuese un animal...

—¿Todo está bien, reina? —Pregunta ojos oscuros. Está calmado y me sonríe... Muy levemente. Pero lo hace.

—Sí —contesto—, el pequeño Enrique es un poco agresivo —vuelvo a colocar el teléfono  en mi oído; estoy cansada y quiero saber de una buena vez por todas en dónde demonios puedo encontrar a Susane—, escucha nene, estoy aquí por tú hermana Susane, soy su amiga.

¿A caso dije que odio las mentiras? Eso no significa que no sepa mentir y admito que lo hago muy bien. Lo hago excelentemente bien.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —Pregunta Enrique y es cuando me doy cuenta de que no tengo una falsa razón, que sea concreta, y por la cual debería de andar buscando a esa ramera.

—Yo —y entonces me acuerdo de que Thomas Nicolas había dicho que Enrique no se llevaba bien con el prometido de su hermana, información que usaré ahora para mi beneficio—... Ella está mal... Su prometido... Huyó de casa y...

—¿Qué? —Interrumpe, dándome a saber que estoy a punto de llegar a donde quiero.

—Sí, por eso vine —digo—. Eres la única persona con la cual ella me dijo que podía hablar.

—Yo nunca te había visto —me golpeo mentalmente, no sé por qué demonios duda tanto si al final acabará atrapado en mi red.

—Dios, estaba de viaje, ¿a caso nadie lo notó? —Contesto tratando de sonar lo más ofendidamente posible.

—¿Y él? —Señala a ojos oscuros.

—Es mi novio —contesto una vez más y no puedo ocultarlo, no puedo ocultar que he sentido un cosquilleo en mi estómago al mencionar esa palabra... Novio.

—¿Y qué quieres que haga? —Pregunta Enrique—. Como verás estoy preso, el estúpido de mi padre no quiere sacarme y ahora Susane anda de idiota.

—Por eso estoy aquí —pauso, lista para ir al grano—. Necesito la dirección de Susane.

—¿Eres su amiga y no lo sabes?

—Hace años que no la veo, se me ha olvidado.

—¿Y cómo sabes que tiene problemas?

—Ella me llamó.

—¿Y no te dijo dónde vivía?

—Me dijo que tú estabas aquí. Escucha, tengo que irme, decide si me vas a dar la dirección de tú hermana sí ó no... Su vida podría correr peligro.

Lo que mejor sabemos hacerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora