Capítulo catorce

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Siempre trato de estar y ser positiva pero a veces, simplemente es imposible.

Cruzo los brazos sobre mi pecho como por quinta vez para mirar cómo el reloj en mi muñeca marca las ocho, lo que significa que está tarde. También significa que la estúpida llamada «Amanda» se ha retrasado y me ha retrasado a mi.

Cuando empiezo a creer que tengo que irme caminando, el auto de la tipa se deja ver desde lejos. Camino hacia la acera y volteo hacia atrás antes de que el auto llegue. Ojos oscuros me mira tristemente desde la ventana en el segundo piso, oculto tras las cortinas de ésta.

Sé que él odia que me vaya pero el dinero que esa chica —desconocida—  le da no es suficiente para sostenernos; tengo que trabajar. Y le lanzo un beso desde abajo. Lo quiero mucho. Es mi bebé. No me importa que las personas piensen que él es raro ó que está loco. No me importa un comino.

El auto se detiene frente a mi y ojos oscuros se retira de la ventana; suspiro con pesadez, abro la puerta y entro. Amanda arranca de nuevo.

—Lo siento, Annie —se disculpa Amanda con un poco de dificultad ya que lleva un cigarro en su boca—, es que me emborraché como un perro anoche.

Se ríe y su risa —para ser alguien tan joven— es desagradable y ronca. La miro mal por un instante. No la considero una amiga. Y el hecho de que crucemos palabras tampoco nos hace amigas.

—Descuida —digo y paso una mano sobre mi nariz a causa del humo de su cigarro que ahora quiere meterse en mis fosas—, de todos modos sigue siendo un lunes.

Ella sigue conduciendo y cuando pasan varios segundos, lanza la colilla del cigarro por la ventana. Agradezco que lo haga porque algo que detesto realmente, es el cigarrillo y su humo...

—¿Y tú qué hiciste el fin de semana? —Me pregunta.

Resoplo. No quiero hablarle.

—Estuve leyendo la sección de empleos en el periódico —sin embargo, le contesto ya que es la única persona del trabajo ese con la que puedo «hablar»

—¿No te gusta el que tenemos?

—No, es sólo que no quiero limpiar baños por el resto de mi vida.

—Suerte con eso, amiga —se ríe con ironía, es una idiota. Veo que me mira cortamente dándome la idea de que piensa abrir la boca de nuevo—, vi a tú vampiro.

Y lo hace; abre la boca.

—No es un vampiro —digo.

Se refiere a ojos oscuros y no sé por qué hace tal y absurda comparación.

—Vamos Annie, he visto esas películas. Él no es tan guapo como uno pero definitivamente creo que es uno.

—Si fuera uno le hubiese pedido que te matara ó algo.

Bromeo. Aunque si yo quisiera pudiera lastimarla pero, es una idiotez así que sacudo la cabeza alejando ese pensamiento.

—Entonces te quedarías sin amigas —dice.

—No creo que seas mi amiga.

—Oh, qué mal. Creí que lo éramos.

—Te equivocaste.

Ella hace un mohín para simular que está pensando.

—Aunque... Él no necesita ser un vampiro para hacer lo que tu le digas.

—¿Por qué lo dices?

—Ustedes son raros —dice con toda casualidad evadiendo mi pregunta. Todos evaden mis preguntas.

—Gracias.

—No quise ofender, lo siento.

—No me ofendes.

—¿Okay?.. ¿Y... Cómo se llama el vampiro?

—No te importa —me apresuro en responder y en serio quiero golpearme la cabeza con algo porque cada vez que nos vamos juntas al colegio —a trabajar—  siempre quiere saber cosas de mi ó de ojos oscuros.

He oído que algunas personas fracasan por querer saber cosas que no deben. Y ella quiere saber cosas que no debe de saber y que tampoco le incumben.

—Sé que tu te llamas Anne Marie, pero nunca te he escuchado decir el nombre de él —exaspera de nuevo. Es una chica muy irritante.

—¿Por qué te importa, Amanda?

—¿No es obvio? Él me atrae. Tiene ese Je ne sais quoi que me gusta.

Me enfurece lo que escucho y giro la cabeza hacia su dirección con alguna que otra sospecha en la cabeza.

—¿Eres la que le ha estado dando dinero en los últimos días? —Pregunto y resalto cada palabra para que ella sepa que estoy molesta.

—Quizás. Sí.

—¿Estás teniendo sexo con él por dinero?

—¿Qué clase de persona piensas que soy?

—Creo que eres esa clase de personas a las que le llaman «prostitutas»

—Quizás intenté hacer algo pero él se negó, es...

—No lo sigas haciendo —interrumpo.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer?

Amanda detiene al auto; son las ocho y treinta dos. Me quito el cinturón y mientras lo hago ella me mira como esperando una respuesta y la verdad no sé lo que yo haría si alguien como ella se metiera con ojos oscuros. No lo sé.

—No le agradas —digo y no hay mentira en mis palabras—, y créeme que él puede hacer cosas feas con la gente que no le agrada.

Salgo del auto y camino hacia la entrada del colegio esquivando a algunos chicos que andan por ahí. Amanda sale detrás de mi y cuando me detengo ella logra alcanzarme; se está riendo. Ha de usar alguna clase de droga porque siempre se ríe de todo.

—Ese fue un buen chiste, Annie —dice y alzo una ceja para luego sonreír.

—Claro. Soy muy buena... Haciendo... Chistes —no sé de dónde me sale, pero guiño uno de mis ojos.

La realidad es que odio los chistes. Lo que significa que no me gusta hacerlos.


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