Capítulo XXXVI

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En cuanto puse un pie en el Olimpo fui directa en la busca de Cylai y el grupo de nereidas pues Karissa estaba a su cuidado y tenía tiempo que no le veía bien. Preguntando aquí y haya llegue a una pequeña puerta de madera, según me habían dicho estaban aquí.

Toque levemente con mis nudillos y espere a que abrieran. Cylai abrió la puerta algo acelerada, lo más desalineada que había visto a un espíritu de la naturaleza.

-Gracias a los dioses que estas aquí -dijo haciéndome pasar. Rápidamente me alarme.

- ¿Qué sucede?

-Nada grave, solo que Karissa no había dormido, estaba muy irritable y con dificultad le hemos hecho que tome una siesta -me explico. Salude con una sonrisa al resto de las náyades y mire a Cylai.

-Si vuelves a tener problemas búscame en la sala de tronos ¿está bien? -pregunte. Ella asintió.

Me acerque a la pequeña cuna de oro donde dormía con respiración agitada mi hija, me dolía no poder arrullarle por las noches o por las tardes en sus siestas pero era un pequeño sacrificio, además, sabía que es para que ella pueda vivir en un mundo tranquilo. Puse un beso en su frente como me pidió Nico y me volví hacia la nereida.

-Debo regresar al salón de tronos -le dije-. Si necesitan algo, cualquier cosa, estaré allí -les dije-. Y muchas gracias por cuidar de ella, se los debo -les dije agradecida.

-Nada de eso -hizo un gesto despectivo Cylai-. Es un placer, Karissa es tranquila al menos cuando duerme -agrego con una sonrisa.

Después de salir de la habitación, tal y como le dije a Cylai, me dirigí al salón de tronos para ver si había alguna novedad con los molestos dioses olímpicos.

Cuando entre vi a todos confundidos y cambiando de rostros y ropas cada tres segundos, los conté y había ocho dioses de los doce que deberían estar ahí. Bueno Hera estaba escondida de Zeus pero el pobre no podría verla ni teniéndola frente a él.

Atenea y Poseidón que estaban desaparecidos y faltaba también Afrodita. La volví a buscar entre los dioses pero su trono estaba vacío.

- ¿Dónde está Afrodita? -le pregunte al único dios cuerdo por el momento.

-No soy un portero, dulzura -me respondió Febo. Gire los ojos molesta. En silencio me dirigi a mi trono y sin más remedio me limite a mirar al pobre señor Hermes que cambiaba de rostro cada tres segundos y murmuraba cosas sobre su trabajo.

- ¿Qué tanto le miras a Mercurio? -pregunto Febo. Le sonreí falsamente.

-Sus ojos me gustan -le dije aguantando la risa. El frunció el ceño.

-Creí que amabas a Apolo -dijo confuso.

-Hermes tiene los mismos ojos que Apolo y Zeus -admití. El bufo.

- ¿Te dieron ya una paliza en nueva roma? -pregunto.

-Aun no -le respondí fingiendo decepción, lo que le irrito más y comenzó a ignorarme.

Entonces Ares/Marte se levantó de su trono y comenzó a combatir con una fuerza invisible que solo él podía ver y rompió algunos jarrones que estaban cerca, me mantuve lo más alejada posible pero cuando volvió a su trono me levante para limpiar el desorden que había hecho.

Pero cuando ni siquiera había acabado de limpiar comenzó ahora Hades/Plutón a murmurar cosas y el salón comenzó a ponerse oscuro por las sombras que emanaba de su cuerpo.

-Tranquilo, señor -le dije-. Todo está bien ¿necesita algo? -pregunte media asustada por toda esa oscuridad que emanaba de él. El me miro como si me conociera pero después entrecerró los ojos.

Hija de Mar y Tierra |ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora