Capítulo XLIV

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Punto de vista de Percy

Antes de que el sol se escondiera entre las montañas, un fuerte reflejo de luz llegó a los ojos de todos nosotros. Tuvimos que apartar la vista y cerrar los ojos para poder soportar la luz, aunque sabía bien de quién se trataba. Cuando el brillo disminuyó y logramos mirar con más claridad observé a una chica de altura media bajar del carro de sol de Apolo. Vestía un largo vestido blanco neutro y en su cabeza había una corona de laureles, la misma que le había colocado Apolo el día de su sello, la cual jamás se quitaba.

Ella tenía un brillo dorado en todo su cuerpo, no parecía ni un poco magullada o marchita, pareciera que acababa de salir de su descanso en el Olimpo. Más bien se veía magnífica y por encima de todos nuestros problemas. No podía evitar asociarla con los dioses y la forma tan relajada en la que se presentan a dar órdenes sobre los mortales y semidioses.

La traición, el enojo y la rabia acumulada todos estos días en nuestra estancia en el Tártaro y la escena presente hicieron que el calor subiera a mi cabeza. Recordé cuando habíamos salido del Tártaro y había preguntado donde estaba mi hermana. Incluso cuando veníamos saliendo de la peor experiencia de mi vida, la tenía presente.

Yo esperaba que ella estuviese ahí para recibirme y ayudarnos, pero la respuesta de Jason había sido distinta: “Ella está en el Olimpo...” comenzó a explicarme pero ni siquiera quise escucharlo y con los días todo el rencor fue subiendo, admito eso. Pero no quería saber más. Por días, horas y horas, Annabeth y yo esperamos que ella se presentara ante nosotros como lo hizo con Reyna pero no sucedió, ella no nos ayudó en nada. ¿No se supone que ese era su maldito trabajo?

Volviendo a la realidad, May miró a Reyna primero con ojos desorbitados y después posó su mirada en Annabeth y yo, pude ver una chispa hipócrita en sus ojos muy convincente. Le sostuve la mirada regresandole acidez.

Ella dio sólo unos pasos hacia adelante pero mi voz dura y seca la detuvo.

— ¿Qué haces aquí? —le pregunté a mi hermana.

Ella se quedó estática en su lugar por el tono seco de mi voz y vacilando respondió:

— ¿Qué te parece que hago? —respondió con otra pregunta.

Di una risa amarga.

—No tengo una maldita idea... pero lo cuestiono porque me resulta curioso que siempre aparezcas cuando el peligro ha pasado —casi me burlé—. Primero, fuiste una excelente actriz en nueva Roma fingiendo no conocerme —lancé un brazo al aire de frustración —. Luego, llegaste justo cuando escapabamos de los romanos, muy conveniente si me lo preguntas... Ahora vuelves cuando el peligro ha acabado.

Al ver su rostro herido casi me rompí allí mismo para pedirle perdón, fueron esos segundos eternos donde quise quebrarme y estrecharle entre mis brazos.

Hija de Mar y Tierra |ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora