Capítulo XXXIII

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Apolo.

Todos los Olímpicos, excepto Hera, discutimos sobre lo que sucederá ahora. El hermano de May, Percy Jackson ha sido raptado por Hera y es totalmente probable que nos sumerjamos en una lucha interna con nuestra contra parte romana. Y ahora que Zeus está furioso con Hera por haber hecho este plan sin consultarnos ella ha tenido que huir para escapar de su ira y ahora está secuestrada por Gea, que intenta alzarse.

Zeus ha cerrado el Olimpo y no he visto a May en un mes completo, nadie sale, nadie entra.

—Se razonable padre —pedía Atenea—. Nuestros hijos necesitan nuestra guía para encontrar a Hera y detenerla, de otra forma podríamos acarrear la caída del Olimpo.

—No podemos arriesgarnos más, de todas formas Hera se ocupara de enviar semidioses en su busca —dijo Zeus tocándose la barbilla. Después miro en mi dirección—. Y tu Apolo les aras la profecía para que vallan en su busca, después de esa mortal a la que bendijiste como el oráculo es lo menos que puedes hacer al ser pronunciada una segunda gran profecía —dijo molesto.

—Padre, una profecía dicha no adelanta ni atrasa las cosas —trate de defenderme pero Zeus se comportaba irracional últimamente.

Di un leve resoplido irritado pero preferí no encender las cosas, ya teníamos suficiente con la inminente coma en la que seriamos sometidos con el hijo de Júpiter en el campamento mestizo y Percy Jackson en camino al campamento Júpiter.

— ¿Y qué harán con la protectora?

—Pregunto Dionisio—. Porque la chica no tardara en venir a pedir cuentas de porque su hermano desapareció, valla que es un dolor de cabeza tu hija, Poseidón.

—Pues cabe mencionarse que tiene razón en estar molesta, Hera rapto a mi hijo sin mi consentimiento —dijo Poseidón indiferente.

—Me pregunto porque no ha venido ya, si su hermano desapareció hace un mes —pregunto Hermes pensativo. Yo le respondí inconscientemente.

—Al igual que el hijo de Hades y la hija de Atenea, ha estado buscándolo sin descanso en todas las regiones con mi hijo, Will —dije automáticamente.

—Oh, pero que dulce —dijo de pronto Afrodita con una copa de néctar en su mano derecha—, le sigues la pista ¿no es así? —solo me encogí de hombros algo avergonzado. No es normal que los dioses se enamoraren, o al menos no así de... de completo.

—Al contrario de lo que dice Dionisio —comenzó Zeus—, creo que es conveniente que ella este aquí —dijo. Creo que todos lo miramos incrédulos.

— ¿Por qué? ¿Qué hará ella aquí? —pregunto Hefesto.

—Dentro de poco estaremos fuera de nosotros mismos, alguien tiene que... ayudar —dijo con pesadez, a nadie le gusta admitir que necesita ayuda—. Ella vigilara que no hagamos desastres ni tormentas que destruyan ciudades.

— ¿Preocupándose por los mortales, padre? —pregunto con una ceja elevada Artemisa. Pero Zeus ignoro su pregunta y me miro.

—Llama a la protectora, quiero hablarle —dijo con frialdad. Yo no moví ni un musculo.

—No hace falta, ella está llegando en estos momentos —dije con ademan quitándole importancia.

Afrodita soltó un suspiro enamorado.

—Apomay sigue vigente —dijo—. He hecho bien mi trabajo —solo la mire y rodé los ojos con una sonrisa mientras Artemisa daba un resoplido.

Todos guardamos silencio pues no había nada más que decirnos, éramos familia y al mismo tiempo unos completos desconocidos.

Hija de Mar y Tierra |ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora