1-PLAGIO DE AMOR : Prólogo

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El centro de la gran mesa redonda era un pequeño jarrito de porcelana china en el que las flores campestres parecían fuera de lugar en aquella sala de reuniones de blancas paredes frías y mobiliario color caoba. Los papeles blancos se esparcieron lentamente cuando Kyle Redfield se puso lentamente en pie y miró a los dos hombres que tenía frente a él, uno era delgado, calvo y usaba anteojos grandes, el otro ya estaba en la lista de los que se jubilarían en unos dos o tres años y mantenía el rostro serio con la mirada de zorro puesta en el rostro de Kyle.

―¿Por qué? ―preguntó mirándolos con desconcierto.

Los dos hombres se miraron entre ellos. El mayor decidió tomar la palabra y dijo:

―Esta novela está en edición. Lo siento, pero no podemos publicar un plagio.

El pequeño centro de mesa se estremeció cuando Kyle la golpeó con un puñetazo tan fuerte que sus nudillos enrojecieron y los dos hombres le miraron con algo de asombro.

―¡Esa novela es mía! ¡Pasé los últimos cinco años escribiéndola! ¡Maldita sea!

―Lo siento mucho, señor Redfield ―dijo el hombre mayor preparándose para abandonar la sala de reuniones.

Hubo un denso silencio. Kyle dejó caer sus brazos en señal de derrota. Sintió que esa reunión era una pesadilla. Miró al otro hombre, quien de manera diligente le estaba devolviendo el manuscrito.

―Nos conocemos hace años, Max. Dime, ¿qué fue lo que ocurrió?

―Kyle, ¿Sabes qué tiene en común tu novela con el título que lanzará al mercado Black Apple?... ―Le dirigió una mirada cáustica y abriendo su laptop le indicó―: Todo, excepto los nombres de los personajes.

Kyle se acercó lentamente y leyó la información disponible al público en la página web de la mencionada editorial. Palideció cuando leyó la sinopsis y el primer capítulo de Las guerras de Avalor. Parpadeó, sus ojos se oscurecieron llenos de furia: Él escribió cada una de esas líneas.

―¡Mierda! ― Iba a decir varias palabrotas más, pero contuvo su lengua de la misma manera en que contuvo las ganas de estrellar el portátil de Max contra la pared.

―También reaccioné así. ―Max Cameron cruzó los brazos y frunció el ceño―. No sabes la vergüenza que pasé cuando tuve que comunicarle a David que la negociación para tu novela no sería posible porque era un plagio del nuevo libro de Black Apple. Nos hiciste perder tiempo valioso Kyle, además confié en ti.

―Pero esto... No es... Yo nunca... ―La conmoción interna fue tal que no podía armar una frase coherente. Por primera vez, siendo escritor, se quedaba sin palabras―. Debe ser un error.

―No, Kyle. Admítelo. Pretendías hacer pasar El resplandor de Likanta como una obra de tu autoría. Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo o nuestra editorial se hubiera involucrado en un escándalo monumental. Hace años que te conozco Kyle, sé cuánto te gusta escribir y cuando leí el borrador de tu novela me emocioné porque era fresco y novedoso. No sabes lo decepcionado que estoy.

Kyle apretó los dientes y frunció el entrecejo mirando fijamente el nombre de la autora del libro:

―No sé quién carajos es Dakota Helprin, pero la voy a matar a puñetazos cuando la encuentre. Te juro, Max, que fui quien escribió esta novela. Cada una de esas palabras son mías. Tengo la historia en mi cabeza. Conozco a la perfección la manera de sentir, pensar y actuar de cada uno de los personajes.

―¿Tienes pruebas de eso? ¿Registraste los derechos de autor?

―Sí, antes de enviarte la sinopsis y los primeros tres capítulos, según tus instrucciones.

―¿No distribuiste alguna copia del borrador? Algunos escritores novatos cometen ese tipo de errores. Entregan a sus conocidos y amigos el borrador para recibir críticas. Este tipo de cosas suceden todo el tiempo, Kyle.

Kyle se quedó pensando y palideció.

―¡No puede ser!

Max Cameron tenía razón. Tontamente Kyle había enseñado el borrador a su compañera de piso, quien estaba muy emocionada con cada capítulo de la historia. Se sintió apuñalado por la espalda. Recogió los papeles en su portafolio y dejó las instalaciones de la editorial a toda prisa.

No le importaba si Rita Gómez, la chica con la que compartía apartamento, era una mujer, pero si llegaba a verla le rompería la cara.

CAMBIO DE PAÑALESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora