Miré nuestras manos, entrelazadas por las puntas de los dedos, la Venus de mi vida seguía mis pasos, uno a uno, intentando no pisarme los pies. Giré mi cabeza y pude admirar la sonrisa tan bonita que le salía cuando sus ojos, cuanto más multicolores, y los míos, simples y marrones, se topaban en el espacio-tiempo que nos rodeaba.
Instantáneamente, salió de mi una sonrisa, de estas que sientes que te bombea el corazón más rápidamente, que se te hincha como si estuviese más lleno de vida de lo normal. No podía creer lo que mis sentidos estaban disfrutando, anhelaba estar a su lado y sentir ese tacto tan embriagador, tan ensimismante.
Volví a girarme, esta vez para mirar al frente y guiarnos a ambas por aquel camino de piedras y barro. Las flores, la brisa, los árboles moviendo sus hojas al son del viento y aquel olor a naturaleza, a hierba fresca que tanto me gusta hacía de ese lugar aún más perfecto de lo que era. El lugar perfecto para decirle eso que tanto tiempo llevaba queriendo decirle.
Allí estaba, justo aquel lugar que había visto en mis sueños. Era un árbol con pequeñas florecillas rosas , ni una sola hoja verde, era entero de color rosa, y hacía contraste con la puesta de sol tan bonita que las tierras del norte te dan entre montañas, que te podías quedar y admirar aquel paisaje durante horas y horas. Y debajo del árbol una roca que parecía hecha a posta para sentarse, con huecos del tamaño de una persona.
El lugar perfecto junto con la persona perfecta.
Decidí correr de su mano y llevarla conmigo lo más rápido posible. No había tiempo que perder, el sol no espera una eternidad a que decidas soltar tus sentimientos. Nos sentamos sonriendo, nerviosas, con las miradas inquietas. Admiramos un poco el paisaje, respiré hondo, muy hondo, y me decidí, ya era la hora. El momento adecuado.
Le cogí de la mano izquierda, con la mano derecha le giré la cara suavemente para que mis ojos y los suyos se volviesen a encontrar. ¿Por qué era tan difícil hablarle mientras la miraba a los ojos? Me ponía tan nerviosa... Hacía que me temblasen las piernas, que todos mis sentidos se despertasen. Miré hacia la puesta de sol, perfecta, entre montaña y montaña podías casi acariciar ese sol rojizo. Me volví a mirarle y me di cuenta del maravilloso paisaje que tenía tras ella, un cielo azul oscuro con una luna llena y la estrella más brillante acompañada de sus compañeras.
Sí, era el momento.
Fijé entonces mirada en ella, observé como sus ojos miraban mis dos ojos respectivamente y pasaban luego a mirar a mis labios. Estaba nerviosa, podía sentirlo. Volví a colocar mi mano derecha en su mejilla, le acaricié y sin dejar de mirarle se lo dije. Le dije aquello que tenía que haberle dicho hace mucho tiempo cuando tuve la oportunidad.
¿Después? Sólo me acuerdo de sus labios, húmedos y cálidos. De su abrazo, fuerte y protector. Y de su mirada, radiante como siempre.
Ver como el sol se despedía de nosotras después de aquel mágico momento fue lo más bonito que mi mente pudo soñar.
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Yuanfen
Short StoryMi vida hecha arte. Mis días hechos prosa. Mis sentimientos plasmados en papel. Disfruta.