C A P I T U L O 22

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  — Creo que ahora es nuestro turno—susurró
Mario en mi oído apenas salimos de la cocina.

Él estaba sentado en el sofá, mientras Sean
estaba muy concentrado jugando tenis en el Wii.
En cuanto se dio cuenta de que estábamos ahí, dejó el mando de la consola en la mesa de centro. Me dedicó una sonrisa de oreja a oreja y me abrazó, apartando a Mario.

—Siempre he querido tener una sobrina. Y
debido a lo amargado que es mi hermano, pensé que no iba a existir mujer lo suficientemente valiente como para tener algo más con él que un acostón de una sola noche. Sin ofender, hermano. —dijo esto último sonriéndole burlonamente a Jordan.

—Como sea, ellos realmente no quieren pasar
tiempo contigo, Sean. —dijo Jordan sentándose en el enorme sofá negro de la sala. —Dudo que alguien quiera.

—Eso es bullying, Jordan. Le voy a decir a
mamá. —Jordan le viró los ojos y lo ignoró.

Mario volvió a posar su mano sobre mi cintura, atrayéndome más a su cuerpo. Aun teníamos cosas que hablar él y yo, a solas. Entrelacé mis dedos con los de él, y le di un fuerte apretón.

—Gracias por traernos, Jordan. Tenemos que
irnos. —dije.

—De acuerdo. —se levantó del sofá dejando el periódico que tenía en la mesa de centro. — Vamos.

Salimos de su mansión, llamó al hombre gigante que iba vestido de negro, solo con una seña con la mano. Le indicó que nos debía llevar de vuelta a la escuela a mí y a Mario, para que recogiéramos nuestro auto, y que se asegurará de que lleguemos sanso y salvos a nuestro departamento.

El musculoso hombre asintió con la cabeza y
abrió la puerta del Range Rover negro,
permitiéndonos entrar. Manejaba a una
velocidad prudente, ni muy lento como una
abuela, ni tan rápido como Jordan.
Esta vez me dio tiempo de memorizar y apreciar el camino, estaba muy alejado de la ciudad.
Ahora entiendo porque tomamos una de las
carreteras. Estábamos tan lejos, que podía oler el olor a mar que probablemente estaba a pocos kilómetros de donde estábamos.
A Jordan aun le faltaba contarme a qué se había referido con la "verdad completa" ya que aún no lo había hecho. Y la curiosidad me estaba matando, porque tenía muchísimas versiones que creaba antes de irme a la cama durante estos últimos días.

—Estamos aquí, estamos en casa. Nuestra casa.—susurró Mario en mi oído.

{...}

Realmente estaba fuera de forma.
Me di cuenta de eso cuando terminé exhausta
después de haber dado la quinta vuelta
alrededor del campo de fútbol. Bueno, en
realidad fueron solo tres. Las otras dos
comencé a caminar y movía los brazos para que el profesor pensara que estaba corriendo, cosa que hacía en cada clase.
Me arrepentía totalmente de no haber seguido a Are a las inscripciones al club de
animadoras. A pesar de que la molestaba todo el tiempo diciéndole que dar piruetas en el aire no era un verdadero deporte—aunque pensaba todo lo contrario, ya que yo ni en un millón de años iba a poder hacer eso—seguro era menos agotador que correr con los rayos de sol en tu cara.

Mario me dedicó una sonrisa de oreja a oreja, cada vez que se encontraba con mi mirada, mientras hacía abdominales en el campo de fútbol.
Le había prometido no ocultarle nada, por más malo y bueno que sea, tenía que decirle. Y realmente él tenía razón. No sé cómo me
sentiría si él aun siguiese viendo con una de sus ex, pero estoy segura que no me gustaría para nada.

Daniel era un capítulo que tenía que cerrar,
porque aunque duela no podía seguir siendo su amiga y estando con Mario al mismo tiempo.
No cuando antes mi mejor amigo era Mario yDaniel mi novio, y la situación era ahora al
inverso. Mario era mi novio y Daniel había estado postulando por el puesto de mejor amigo. No iba a funcionar.

— ¡Bautista, deja de mirar a tu chica o correrás
diez vueltas más hoy!—le gritó el entrenador,
haciendo que todo el equipo de fútbol estallará en risas.

—Si yo tuviera una novia así tampoco la
dejaría de mirar, entrenador. —comentó Jerry.

Me reí y le di un sorbo largo a mi botella de
agua, tratando de controlar la reseques en mi
garganta que ardía como una perra. Recogí mi
bolso del suelo y estaba a punto de irme a los
vestidores cuando Elena se detuvo enfrente de mí enfrente de la única puerta de entrada a los vestidores de damas.

— ¿Qué quieres?—pregunté directamente.

— ¿Las perras ya no saben saludar? ¿Tu mami
no te enseño eso?

Estaba a punto de perder el control, tan cerca
de rebajarme a su nivel y empezar a tirar de sus cabellos. Pero respiré. Lentamente. Unas tres veces antes de volver a hablar.

—Muévete de mi camino, Elena. Tengo mejores cosas que hacer que conversar contigo.

—Me imaginó, atender a uno de tus clientes es uno, ¿verdad? Él hombre rico que vino ayer a la escuela, vi cómo te subías a su auto. ¿Un cliente bueno?

—Dímelo tú, tú estás en ese negocio. Yo no.

Ella se rió, con su estúpida risa que solo hacía
que el que la escuchase no volver a escuchar
nada nunca más. Se acercó más a mí. Éramos
exactamente del mismo tamaño, así que verla
directamente a los ojos y retarla con la mirada
no era un problema.

—Vas a pagar muy caro, Heather. Nadie se mete conmigo. Te voy a dar donde más te duele, lo de tu madre ha sido solo un comienzo.

— ¿A si? Yo también he escuchado muchas
cosas acerca de ti, Elena. ¿Dónde está tu padre? Si lo sigues viendo, claro. ¿Te ha llamado por lo menos? Después que descubriste que tu madre era la otra, y que tu padre ya tenía una familia formada en otro lugar.

—Púdrete. —masculló.

—Ambas podemos jugar el mismo juego.

—Hija de puta...

—Tu madre no era una santa tampoco...

La palma de su mano golpeó fuertemente mi
mejilla inesperadamente, porque no esperaba
que perdiera el control tan rápidamente.
Sabía que una pelea entre mujeres era bajísimo, pero no iba a dejar que me pegue y que se saliera con la suya. No me importaba mantener el control, la perra me había dado una cachetada.
Se la iba a devolver, mil veces peor.
Mi puño iba a tocar su cara cuando unos brazos me atraparon, subiéndome en su espalda. ¿Qué demonios?

—Bájame, Mario. Le voy a enseñar cómo se da un verdadero golpe, te juro que lo voy a hacer.

No me había dado cuenta que todo el equipo de fútbol nos estaba rodeando. También pude ver la sonrisa triunfante en el rostro de Elena. Argh,
solo quería que Mario me bajara y me dejara darle lo que se merece.

—Ella me pegó. —renegué.

—Lo sé. Pero no voy a dejar que te metas en
una maldita pelea de gatas, ella es la perra aquí. Tu no. ¿De acuerdo? Ahora deja de darme golpes por toda la espalda y tranquilízate. Ella no merece nada de tu tiempo, Bubbles.

—Estoy segura que valgo la pena, Bautista. Puedo enseñártelo. —dijo ella con su estúpida voz chillona.

Tuvo la cara de decirlo enfrente mío, justo
cuando me estaba calmando.
Pero Mario ni siquiera se molestó en responder, se estaba dedicando a depositar delicados besos en mi cuello, sabiendo que eso era más que suficiente para distraerme.

—Eso es para lo único que sirves, Elena. Para la cama. Para nada más. —dijo Jackson, uno de los chicos del equipo.

Había perdido a su novia por enredarse con ella hace unos meses, él estaba ebrio y ella
aprovecho esa desventaja en él y se le tiró
encima semidesnuda. Las fotos salieron solas, y una donde ella salía aparentemente desnuda a horcajadas sobre él, besándolo por todo el cuerpo no era algo muy bonito.

Elena regruñó y soltó un amargado bufido.

—Solo espera, Heather. Ya verás. —amenazó
antes de desaparecer por la puerta de salida.  

Promesas 2da.Temporada #RedDeMentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora