C A P I T U L O 20

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  Por más que intentaba hacer como si todas esas miradas que obtenía mientras caminaba por los pasillos, o como si no oyera los estúpidos murmullos que lograba escuchar entre clase y clase, no podía.

"Su mamá era una prostituta",

"Ella solo fue un error",

"Hasta su mamá quiso abortarla, triste",

"Ya sé de donde heredó lo puta".

Mientras escuchaba cada uno de los
comentarios, y fingía estar perdida en otro
mundo, imaginaba que no estaba ahí. Imaginaba que no estaba sentada en la incómoda carpeta blanca de la escuela, que no estaba en la aburrida clase de Física, haciendo como si de verdad estuviera prestándole atención a la maestra.

Porque realmente deseaba estar en el mar, con Mario, descansando en su pecho, permitiendo que el aire y el olor a agua salada nos golpearan.
Pero por más que deseaba...no pasaba nada.
La campana sonó, los estudiantes se levantaron de sus asientos y comenzaron a dispersarse por los pasillos, listos para su fin de semana.
Dejé que de mis labios se escapara un pesado
suspiro, recogí mis cosas y en paso lento llegué
hasta la puerta de la escuela.

Gaby estaba gritándole, Mario solo estaba con los brazos cruzados por encima de su pecho frunciendo el ceño. Cuando su mirada se encontró con la mía, una media sonrisa se
marcó en sus labios.

Dejó a Gaby hablando sola y se acercó
corriendo hasta mí, desde el otro lado del
estacionamiento, cuando llegó hasta mí, no
espero un segundo más, pasó sus brazos por mi cintura y me estrecho contra él.

—Lo siento. —susurré en su cuello.

—Lo siento, también. —se alejó unos
centímetros de mí, acarició suavemente mi
mejilla. —Gaby me dio un par de gritos que
necesitaba, y estoy tratando de controlarme
para no ir y decirle un par de cosas a Elena en
su cara.

— ¿Por qué no lo hacemos juntos? No me
molestaría para nada.

—Porque ella no merece nada de tu tiempo,
bubbles. No merece nada, realmente. Solo
quiero regresar a casa y tenerte solo para mí
todo el fin de semana. Te amo, lo sabes,
¿verdad? Solo eres tú, siempre has sido solo tú.

Sonreí por primera vez en todo el día, y regresé a sus brazos, no queriendo separarme de él nunca.

El sonido de un auto frenando notoriamente nos hizo voltearnos a los dos, y a toda la escuela probablemente. Un hermoso Ferrari amarillo estaba estacionado enfrente de nosotros, los chicos del equipo de futbol que estaban cerca se quedaron con la boca abierta comenzando a babear y a envidiar al dueño de ese tesoro.
La puerta del piloto se abrió, un señor alto bajó.
Su cabello estaba desordenado de una manera que no lo hacía ver desaliñado, al contrario. Un short caqui hasta la rodilla, con Vans negras y acompañada de una camiseta blanca con rayas,
lentes negros de aviador cubrían sus ojos.
Pero aun así, eso no me impedía saber quién
era.

Jordan Watyger.

Era raro no verlo con su traje formal, y no
detrás de un escritorio de oficina. Ni sin su
equipo de seguridad, que probablemente era
más grande que la del mismo presidente. Llegó hasta donde estábamos, carraspeó, tratando de llamar nuestra atención. Era raro, porque toda la escuela tenía su atención en este momento.

La mirada de confusión en el rostro de Mario era notoria.

— ¿Qué haces aquí?—le pregunté.

Se quitó los lentes y vi sus ojos, y verlos era un
recordatorio más de que el hombre que estaba enfrente de mí era mi verdadero padre. Ese arrogante y adicto al dinero, era mi padre.

—Pensé que podía devolverte la visita, ya sabes. Después de que tú me visitaste en mi oficina. — me respondió.

— ¿tú eres...—preguntó Mario.

—Jordan Watyger—le respondió él sin mucho
interés, y sin siquiera mirarlo a los ojos.

—Como sea, necesito que hablemos. Y no aquí. Odio las escuelas realmente. Y esta no es una muy agradable que digamos, ¿podemos ir a mi casa?

—Mario, este hombre que ves es mi padre.
Aunque el siga dudando y preguntándose cuando me llevaré todo su dinero.

Mario pasó un brazo protector por mi cintura, entendiendo poco a poco la situación.

—Como sea, señor Watyger. No quiero hacerlo
perder su tiempo.—contesté virando los ojos.

—Mi novio viene conmigo.

—No me gustan las personas en mi casa. Es
suficiente contigo creo yo.

—Somos los dos o nada.—lo desafié con la
mirada.

Me viró los ojos y asintió con la cabeza antes de decir:
—Cada segundo que me convences más
de que eres mi hija.

Rodeó el auto y se subió al asiento del piloto.
Tomé la mano de Mario y abrí la puerta del
asiento trasero del Ferrari, entré antes que
Mario, quien fue quien cerró la puerta un
segundo antes de que Jordan acelerara a toda
velocidad y tomara la carretera.

Al hombre si le gustaba la velocidad.  

Promesas 2da.Temporada #RedDeMentirasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora