Llevaba media hora en aquel taxi, lo había tomado en las afueras del aeropuerto y el hombre había sido muy gentil conmigo desde el principio, quizás creyó que era extranjera gracias al acento que había adquirido en Londres durante los años que estuve allí estudiando. Había tenido exactamente treinta minutos para meditar lo primero que le diría a mi madre al llegar o la forma en que abrazaría a mi hermano tras seis años de distancia pero, preferí conversar con el sujeto que me observaba con una noble sonrisa a través del espejo retrovisor, dejando ver el pedazo de oro que adornaba su dentadura pero, como toda gran charla, esta tenía que llegar a su final...y fue en la gran avenida que fue así, gracias del tráfico que logró irritar al chofer que quedó en silencio reposando su cansada columna en el asiento que parecía matarlo. Aproveché aquellos minutos para recordar que había salido de mi país por obligación y acabé agradeciendo aquella oportunidad pues había conseguido excelentes amistades pero...aquí también había dejado excelentes amigas...Cómo pude olvidar a Anna? Quien fui mi mejor amiga desde que tuve uso de razón y a Silvia, aquella española de las que los chicos se burlaban por el mal inglés. Gracias a estos últimos nombres es que mis ansias se acrecentaron, no había sabido nada de ellas durante estos últimos años y de mi hermano pues, el teléfono fue nuestro único medio de comunicación dado a que mi tía se negaba a aceptar la tecnología en casa.
_ Llegamos señorita – me informó el hombre estacionándose frente a mi antigua casa, lucía exactamente como la dejé excepto por unas nuevas flores que mi madre había colocado en lugar de las plantas marchitas – Gusto en conocerla y suerte – se despidió estrechando mi mano luego de bajar mis maletas. Yo agradecí el viaje y luego de ver desaparecer el auto por la esquina, tomé con dificultad mi equipaje para caminar hacia la entrada. Me faltaban solo dos escalones para llegar al final cuando un estruendo me sobresaltó. Eran guitarras eléctricas y salían desde dentro, fruncí el ceño, desconcertada, solté el equipaje para regresar al frente y convencerme a mí misma de que no me había equivocado de lugar. Sí, era mi casa pero, y esa música? Firmemente regresé a la puerta para tocar el timbre, tuve que tocar de forma insistente para ser oída y luego de unos minutos de espera alcancé a oír un "abre tú" pero el nombre al que se dirigían se me hizo difícil de entender...
_ Buenas tardes – me saludó el joven que llevaba el cabello alborotado – A quién busca? – fue lo siguiente que dijo al no escuchar respuesta de mi parte y es que, era él, cómo podía haberme olvidado de él durante estos años? No llevaba mas aquel peinado ochenteno pero, indudablemente era él, con aquella misma sonrisa cautivante y fresca y el aire de libertad del que me enamoré cuando a penas tenía diez años – Me escuchó? – preguntó observándome fijamente pues había permanecido en silencio durante todo aquel tiempo en que me llevó recordarlo.
_ Sí – contesté torpemente – Sí – repetí con una sonrisa nerviosa – Está Julian? – el nombre de mi hermano fue lo primero que se me vino a la mente. El asintió con una sonrisa leve pues quizás le había transmitido mi nerviosismo y era su única forma de tranquilizarme. Juntó la puerta y Julian no tardó en hacer su aparición...
_ Sí? – preguntó mi hermano. Tuve que aguantar mi risa al ver el cabello que le llegaba hasta los hombros y que no le favorecía en absoluto.
_ Por favor! – exclamé en tono cansado – No me digas que no me recuerdas...tengo que golpearte para que lo hagas? – ironicé cruzando mis brazos de la misma forma en que lo hacía por aquellos años en que acostumbrábamos pelearnos por la televisión.
_ No puede ser! – contestó él apoyándose en el marco de la puerta – Qué haces aquí? No tienes a dónde ir? – bromeó. Quedamos en silencio en lo que sonreímos y, no tardamos mucho en abrazarnos fuertemente – Por qué no avisaste que vendrías?
_ Quería que fuese una sorpresa – contesté quitando los lentes negros de mi cabello para colocarlo en el escote de mi blusa.