1 Richard y Carmen

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— ¡Baja de ése árbol antes que caigas y te rompas algo! —gritó una niña flacucha de ojos marrones claros, cabellos lacios hasta los hombros, en tanto se comía las uñas de las manos mientras su amigo, un niño de cabello ondulado, ojos grandes, medio delgado, estaba en lo alto de una rama del árbol más viejo del parque que estaba detrás de sus hogares.

— ¡Espera, ya llego al nido, quiero ver a los pajaritos y tomarles fotos!—exclamó emocionado. Él siempre era muy curioso y no tomaba en cuenta, muchas veces, el peligro que podía correr.

Finalmente pudo lograr su objetivo y vio que en el nido no había pajaritos sino huevecillos de color marrón con pequeñas manchitas negras esperando a ser incubados lo más rápido posible por su madre que estaba Dios sabe dónde. Trató de tomar una foto con su cámara Polaroid, regalo de su tía que vivía en Estados Unidos, pero en el intento resbaló sintiendo como su instrumento de investigación caía de una altura de casi dos metros y se hacía añicos. La niña dio un grito de desesperación y su amigo quedó colgando de la rama, se balanceó un poco y pudo sujetarse de una contigua. Acrobáticamente llegó a ella y luego entendió que era hora de bajar. Lentamente se desprendió con la habilidad de un gato, saltó y su amiga dio un suspiro de alivio.

—No sé por qué siempre tengo que acompañarte a tus aventuras aquí en el parque, Richard Joel—le recriminó poniéndole un dedo en el pecho mientras el terminaba de sacudirse el polvo de su ropa de explorador que le había regalado su padrino para su onceavo cumpleaños.

—Porque eres mi mejor amiga, Carmen, por eso, sabes que somos Batman y Robin o, si lo quieres llamar mejor, como Batman y Batichica— sonrió y ella le devolvió aquella sonrisa que extrañamente a Richard le estaba comenzando a gustar—. Bueno si no quieres, lo entenderé, puede ser que para la próxima me caiga y me golpee tan fuerte que no haya nadie quien pueda auxiliarme o ir corriendo a casa para avisar a mis padres y moriré solo, desangrado y abandonado.

Sabía que eso siempre daba resultado en ella, sabía que Carmen siempre había sido su compinche en mil y una aventuras y batallas desde los cuatro años. Eran vecinos y vivían frente a frente. Pero ¿por qué una niña desearía pasar tiempo con un niño de su edad y no con otras chiquitas? Tal vez porque ambos sentían que eran el complemento del uno y del otro y porque ambos eran hijos únicos y no había más niños con los que jugar. El colegio no les había proporcionado aquella satisfacción de conocer alguien diferente y, por lo tanto, empezó una larguísima amistad. Carmen siempre se había sentido protegida con Richard a pesar que muchas veces salía perdiendo en las peleas que él tenía para defenderla por algún motivo, ya sea porque le quitaron la lonchera o porque la empujaron o porque se burlaban de ella cuando desaprobaba algún examen. Muchas veces él había terminado con un ojo morado, el labio roto o la nariz sangrante. La mamá de Carmen estaba agradecida por tener a un pequeño héroe protegiendo a su frágil hija, mientras que la de Richard pensaba que era muy tonto de su parte pelearse por las puras y que tuviera baja calificación en comportamiento porque los profesores lo consideraban un niño problema, pues siempre él quedaba como el malo de la película mientras los verdaderos culpables lloraban para que les creyeran las inverosímiles historias que creaban.

—Está bien, no tienes por qué exagerar—contestó de manera suave—. Estaremos juntos para siempre.

Esa era una promesa que ambos se habían jurado el verano anterior al de 1993. "Juntos para siempre pase lo que pase". Estaban en casa de Carmen jugando con el Nintendo de ella cuando a Richard se le ocurrió preguntarle si era capaz de hacer un juramento.

—Sí— había dicho la niña apretando el botón de pause de su control.

—Mira— empezó él en tono un poco solemne—, hemos sido amigos desde los cuatro años y quisiera saber si siempre vas a serlo.

Dos Pasos SeguidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora