El frío se estaba yendo de a pocos. Los amigos habían dejado de vender su chocolate caliente justo para el día treintaiuno de octubre. Arrasaron esperando que, Dios mediante, pudieran vender otra cosa para la temporada de verano que se avecinaba. Aquel día los niños estaban con la disyuntiva de si celebrar Halloween o La Canción Criolla. En primer lugar, la primera es una costumbre netamente extranjera. Por aquellos días esa celebración no era tan popular como hoy en día. Eran poquísimos los que salían con algún disfraz hecho artesanalmente o, los que tenían dinero, podían comprar uno que realmente diera miedo. Segundo, La Canción Criolla es una celebración netamente nuestra, a pesar que el vals vino de España con los conquistadores, hubo mucha gente que, gracias a ella, podía expresar sus más escondidos sentimientos. No como hoy en día que los padres dejaron de cultivar esa maravillosa tradición en los pequeños. Sin embargo los padres del trío se reunieron aquel día a escuchar discos de Felipe Pinglo y su "Plebeyo"; Lucha Reyes con su "Regresa" o Chabuca Granda con "Del Puente a La Alameda". Los adultos celebraban con Pisco Sour, mientras los niños, no estaban aburridos, sino todo lo contrario. Se divertían al escuchar esos valses llenos de amor o de corazones rotos. Richard se imaginaba que sus abuelitos debieron declarar su amor a sus abuelitas con alguna canción de esas. Dayana les comentó que estaba acostumbrada a oír valses porque ella había estado por muchos lugares, además se sabía muchos huaynos.
Las clases estaban a full. Miss Olga había recibido muchos abrazos de parte de los amigos e increíblemente cuando Richard se metía en algún lío, se sentaba a hablar con ambas partes, ya no era injusta, les aconsejaba que no debieran pelear y que no notificaría a sus padres, solamente esperaban que se comportaran mejor. Eso era un gran avance a lo que se habían propuesto. Tal vez se deba a que Miss Olga de alguna u otra forma estaba triste de tener que despedir a sus alumnos desde tercer grado, a quienes los vio crecer y madurar como jovencitos en los que se estaban convirtiendo. Fuera lo que fuera no podía evitar que el tiempo pase porque cuando menos lo quiso, ya estaban en diciembre.
Los exámenes estaban a la vuelta de la esquina. Los amigos comenzaron a reunirse para repasar Matemáticas, que era el primero que darían el primer lunes del doceavo mes del año. Al menos tenían una ventaja, ya no les dejarían tarea para que no se fueran a aturdir. Como siempre, mientras las chicas jugaban, Richard se mataba resolviendo ecuaciones de primer y segundo grado. Los ejercicios que le dejaba Dayana eran más difíciles a los de Carmen. Cuando las niñas corregían, le daban un dieciocho. Richard tenía un promedio de catorce en lo que iba del año, así que él quería sacar una nota más alta para poder demostrar que no era tan lorna para esa materia. El día anterior al examen se desveló en su cama echado con su libro a la izquierda y con el cuaderno de ejercicios a la derecha junto al lapicero y el borrador. Su mamá lo acostó de la manera debida quitando todas las cosas del colegio de la cama, lo cambió medio dormido de ropa y lo echó. Richard durmió placenteramente hasta el día siguiente.
El día decisivo había llegado. Richard tomó su prueba y la ojeó. Buscó a sus amigas con la vista, pues estaban dispersos. Ellas le levantaron el pulgar en señal de suerte cuando lo vieron. El niño les sonrió y empezó a resolver su prueba. Se tranquilizó. Miró los ejercicios comenzando a resolverlos primero en una hoja, luego en el examen. Se sentía nervioso, aún así fue uno de los primeros en salir. Afuera, Dayana y Carmen se sorprendieron al ver su camarada con cara de haber visto un fantasma. Las niñas se quedaron mirándolo con miedo, hasta que Richard habló por fin.
—Salí... salí antes de lo previsto. No me quedé al último— refirió como una gran hazaña.
Sus amigas estallaron en sonoras carcajadas. Abrazando al niño, lo llevaron a una banca comenzando a repasar el examen.
—Estuvo papa—opinó Carmen sacando la hojita que usó de borrador.
—Sí, de hecho—concordó Dayana.
—Bueno—dijo Richard dubitativo—, espero no desaprobar.
—Vamos a ver dijo un ciego—agregó Dayana—. La primera X=5 ¿Te sale así?
—Ajá—respondió asombrado.
—La segunda es Y= 4.32 porque se usó decimales
—También esa fue mi respuesta...
Siguieron repasando las otras tres soluciones y en todas Richard había acertado. Estaba más que contento. Sus amigas lo volvieron a abrazar llenas de júbilo. La campana sonó dando por terminado el examen. Cuando entró al salón, Miss Olga estaba ordenando sus cosas. El niño le increpó para que corrigiera su prueba.
—Vamos, Miss Olga— rogó el niño—, haga esto por su mejor alumno. Mire que ya no nos volveremos a ver.
La profesora le quedó mirando de manera tierna. Buscó la prueba de Richard, se sentó y ordenó a Carmen cerrar la puerta para que nadie les interrumpiera. Cogió el examen y empezó su labor. Para sorpresa de ellos, Richard había acertado la primera. Cuatro puntos. Siguió Miss Olga dándole de manera que al terminar no le quedó más remedio que darle un merecido veinte. Ni Richard se lo creía sino hasta que Miss Olga lo puso en su registro y le dio unas palmaditas de felicitaciones. El niño había conseguido una gran hazaña digna de los casos de Aunque Usted no lo Crea. De Ripley
Para los siguientes exámenes Richard le puso el mismo empeño que al de Matemáticas. En todos tuvo notas superiores a dieciocho. En Lenguaje ni que decir, Miss Zoila le dio otro veinte a su promedio global. Los demás profesores le felicitaron por estar concluyendo el año con buenas notas. Esto provocó la ira de Los Matoncitos quienes lo empujaban al pasar. Richard tenía unas enormes ganas de pelearse para que dejaran de hacer eso, pero se contuvo pensando que su vida podría ser difícil.
Elizabeth estaba muy contenta porque Richard había sacado un merecido veinte. Cuando el niño llevó el examen a casa, su mamá lo pegó en el refrigerador de la cocina a manera de felicitación y de motivación. Ella lo abrazó y le dio un sonoro beso en la frente. Richard fue corriendo a su habitación contentísimo. Abrió su libro de matemáticas, lo tiró y le dio una patada.
— ¡Nunca más me vas a volver a vencer!— dijo el niño serio con los labios y el ceño fruncido. Luego levantó el libro y lo puso encima de su escritorio. No vaya a ser que su mamá lo encuentre por ahí botado y le propicie una tanda por no cuidar sus cosas.
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Dos Pasos Seguidos
Teen FictionCuando una amistad es sincera, ésta permanece aún después de años