8 Los Tres Mosqueteros

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Miss Zoila había decidido que para después de las vacaciones de julio los niños deberían leer un libro en grupos; los amigos no sabían qué libro escoger, pues a Dayana y a Carmen no les gustaba mucho que digamos. Richard decidió que podían escoger entre "Charlie y la Fábrica de Chocolate" de Roald Dahl o "Los Tres Mosqueteros", de Alexander Dumas. Dayana tuvo la genial idea de que, como eran tres, escoger el último libro que demostraba su amistad, además en la televisión, por la tarde, pasaban un dibujo animado llamado D'Artacan y los Tres Mosqueperros. Así lo hicieron y Miss Zoila advirtió que para evitar cualquier tipo de trampa a todos les tomaría una prueba de comprensión de lectura. Vaya a ser que uno solo lea y le cuente a los demás de qué se trataba el libro.

La campana sonó y todos se dirigieron al patio para esperar al regordete profesor de Educación Física y llevarlos al complejo Mama Ocllo. Los Matoncitos estaban a un costado conversando mirando de reojo a los tres amigos. Las Niñas Bien pasaron sobradísimas barriendo con la mirada a Dayana por haberlas dejado de lado y preferir a los "extraños ésos de Carmen y Richard". Le importaba un comino lo que pensaran, pues al terminar la clase, disfrutarían de dos semanas de vacaciones. El profesor llegó y los hizo formar en dos filas: una de niñas y otra de niños. Richard, por ser uno de los más altos formó al último junto a Dayana detrás, mientras Carmen iba delante. El niño iba como halcón, vigilando que nada le pasase a su mejor amiga. Todo el trayecto fue tranquilo: Los Matoncitos, en su pandilla de mafiosos y las Niñas Bien, en su cursi y horrendo club. Llegaron y de inmediato Carmen se sentó al lado del profesor fungiéndola de asistente. David Gutiérrez estaba ansioso por dar las vueltas al campo y empezar a jugar fulbito, tenía una pelota nueva que decía claramente USA '94, Richard supuso que era una de las pelotas originales que sorteaban en la radio y que se utilizaría para jugar el mundial del próximo año. El obeso profesor ordenó dar seis vueltas a los niños y tres a las niñas. El que llegue primero tendría veinte, luego diecinueve y así de forma descendente. Dayana ganó de lejos a todas las niñas, mientras las demás recién daban la segunda vuelta, ella llegó trotando triunfadora a la meta. En cambio Richard tenía más competencia: David Gutiérrez y Jorge Cruzado. La primera vuelta la ganó Richard, las dos siguientes las ganó Jorge; la cuarta y quinta, David; y, en la sexta, los tres estaban empatados. Richard sentía su cuerpo fallar por algún motivo, pero no se rendía, en la última curva arremetió con todo, pasó a Jorge y sólo le faltaba David, lo alcanzó y éste, jadeando, le quiso dar un codazo pero Richard lo esquivó. Dayana y Carmen lo vitoreaban a rabiar, tanto así que la primera se quedó ronca de gritar. Richard pensaba que no lo iban a vencer y se convertiría en el niño más rápido de todo el nivel primario. Sin embargo allí iban empatados y ambos llegaron primeros. El profesor se quedó perplejo de lo que había visto, seguro que en toda su gorda vida jamás había corrido como esos niños.

— ¡Empate! —sentenció.

—No— dijo David con la respiración entrecortada cogiéndose el pecho con la mano derecha—, yo llegué primero.

—Empate—volvió a decir— y que no se discuta, al menos que quieran hacer una vuelta más—propuso el profesor.

Richard, quien estaba igual de exhausto, aceptó sin peros así como su oponente. Dayana y Carmen le dieron de beber agua y que debería renunciar a correr de nuevo, además era solo una nota.

—No es una nota— respondió mirando ceñudo a sus amigas—, quiero darle en donde más le duele a ése, en el orgullo, y que sea mi segundo.

Las niñas no dijeron nada y volvieron a ubicarse fuera de la pista. David y Richard se pusieron en sus marcas y al oír el silbato del profesor salieron volando. Los rivales estaban rojísimos de la agitación. Iban iguales, rápidos como el viento. Richard comenzó a sacar ligera ventaja, luego medio cuerpo y un cuerpo entero, dio la última curva entrando a la recta final, vio a sus amigas alegres saludándolo y haciéndole porras, sintiéndose Carl Lewis una vez más, cuando alguien le tiró un termo y éste le cayó en la cabeza haciéndole perder el ritmo, David lo adelantó y llegó primero ante la risa, la burla y la ovación de todos. Richard, adolorido y avergonzado por el golpe, recogió el termo y lo reconoció enseguida. Era el de Susana Miyaki con logos de Salvado por la Campana, miró a todos lados buscándola para saber a quién se lo había dado pues ella no tenía la fuerza suficiente como para aventarlo. La niña parecía haberse hecho humo. El profesor hizo parar la bulla y levantó la mano de forma que todos dieran por finalizado las celebraciones y le pidió el termo a Richard.

Dos Pasos SeguidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora