Una nueva fiebre había invadido a los niños del colegio Niño Jesús de Praga. Todos se habían apasionado por el fútbol a pesar que la selección nacional no clasificó al Mundial de los Estados Unidos y no repetir la buena actuación que tuvo en la Copa América de Ecuador. Esta vez un anime japonés daba que hablar por esos días. Todos querían ser los Súper Campeones, un dibujo animado que hablaba de un grupo de niños que se convierten en campeones nacionales japoneses de fútbol haciendo goles espectaculares como de mitad de cancha, de chalaquita, de tijerita o como Oliver, el protagonista, que se llevaba él solito a todos y hacía el gol. Su enemigo era Steve, un machetero, te tiraba pelotazos y te metía cabe cuando querías llevarlo. La mayoría decía que Oliver era de la U porque era buenazo jugando a la pelota y que Steve era de Alianza por ser perdedor. Todos los días eran enfrascadas y agitadas conversaciones sobre fútbol. Aquel año, 1993, la U iba a salir bicampeón del fútbol peruano, pues tenía un equipazo con Baroni (u Oliver), Nunes (Tom, amigo de Oliver) y Zubzuck (Benji, el arquero a quien no le podías hacer goles de ninguna manera), parecía que, al igual que el Newpy (equipo de los Súper Campeones), nadie les ganaba y apuntaban directo al título nacional. El último fin de semana habían goleado al Defensor Lima 5-0. Baroni hizo uno de los goles y era el máximo artillero. Richard, por su parte era un apasionado del fútbol y era hincha de la U. Tenía un poster del equipo de sus amores y también juntaba el álbum con todas las figuritas del dibujo animado de moda así como todos sus compañeros de clases. Él no era muy bueno jugando al fútbol por más que su papá lo llevara al parque a practicar, pues él había jugado en la selección de su colegio cuando era joven siendo arquero recordando con nostalgias sus campeonatos y distinciones por ser el menos batido.
Ahora, si querían los niños demostrar cuán hábil eran jugando, para eso estaban las clases de Educación Física.
Los viernes a las dos últimas horas de clase, un señor gordo canoso y con cara de perro bóxer llamado Carlos Valderrama (como el ex-capitán de la selección de Colombia, "El Pibe"), les impartía la lógica de mantener el cuerpo sano en mente sana, aunque era realmente más un chiste por tener a tan regordete profesor. Él se contentaba con que todos sobrevivieran a las 10 vueltas a la pista de atletismo del complejo deportivo Mama Ocllo. Por ese entonces el colegio no contaba con un espacio lo suficientemente grande como para que los niños pudieran ejercitarse. En eso, Richard no se podía quejar, él era uno de los más rápidos del salón. Sus más cercanos competidores eran David Gutiérrez y Jorge Cruzado. Entre los tres siempre se disputaban el primer lugar e intentaban tener muy buen calificativo. Para Carmen, estas clases resultaban aburridas, pues al sufrir de dolores de espalda, ella estaba justificada a no participar en ellas, a pesar de que todos los viernes iba con el buzo del colegio. Sin embargo, cuando Richard participaba en alguna competición, ella saltaba y gritaba a viva voz su nombre. El niño, al ganar, se iba hacia donde estaba su amiga y saludaba como si fuera Carl Lewis ganando la medalla de oro en algún juego olímpico.
En una ocasión, jugando a las finales, David Gutiérrez y Jorge Cruzado, se pusieron un lado cada uno de Richard y lo empujaron haciéndolo caer quedando último en aquella competición. Los Matoncitos rieron hasta llorar cuando vieron que su enemigo estaba lleno de polvo y cal por la caída. Se fue al baño a lavarse y a sacudirse cuando fue interceptado por el profesor diciéndole que iba a volver a haber de nuevo otra carrera. Richard estaba feliz por la noticia, cuando regresó vio que sus enemigos estaban haciendo ranas ilimitadas. Esa vez, Richard, se consagró campeón del quinto grado.
Ahora todos los varoncitos reclamaban que las vueltas se redujeran para jugar partido y poder tener más tiempo de creerse los Súper Campeones. Los Matoncitos más Frank y Alejandro, completaban su "gran equipo", ellos jugaban contra los del sexto "B", a quienes siempre le daban unas goleadas mayores de diez goles en tan solo veinte minutos de juego. La mayoría de los tantos lo hacía David Gutiérrez, se creía Oliver. Ahora sus anotaciones iban hacia donde estaba sentada Dayana, cuando todos sabían que él moría por Gianina DiMando, pero la nueva nada que ver con ese presumido, lo mandaba a rodar. A Dayana le gustaba el fútbol, pero como todos eran hinchas de la U y de Alianza Lima, se sentía perdida porque ella era del Sport Boys del Callao y nadie compartía sus gustos. Incluso Las Niñas Bien la veían de forma rara, una, por haber defendido a Richard cuando se trompeó con Antonio Apazi y, dos, porque le gustaba el fútbol y ellas solamente podían admirar a un jugador, como Roberto Baggio, goleador de la selección italiana, y no ser hinchas de algún equipo. Esas eran dos de sus nefastas reglas si querías seguir siendo socia de su cursi club.
Por otro lado, Dayana creía que era una injusticia que Los Matoncitos sean siempre los que juegan dejando de lado a los demás, discriminándolos por no ser buenos, por ser como Bruce Harper, uno de los Súper Campeones, quien metió un autogol y era medio malo. Ella agarró la pelota de Richard y lo cogió de la mano. Lo llevó a una canchita contigua. Richard, sin comprender, se dejó llevar sin saber qué era lo que hacía allí. Dayana le dijo que se fuera al arco porque le metería unos tiros para ver si era capaz de atajarlo. "Será fácil", pensó Richard sonriéndole de manera irónica a la niña. Los que no jugaban fueron de a pocos a ver si en verdad ella sabía jugar a la pelota. Dayana se paró frente al balón, tomó impulso y metió un derechazo como si fuera Steve. Fue tan rápido que Richard no se dio cuenta que le había caído el pelotazo en la cara sino hasta cuando estuvo tirado en el suelo. Carmen dio un grito de desesperación y corrió hacia él. Richard, aún mareado, se puso de pie sintiendo su cara arder por el pelotazo y por la ira. Fulminó a Dayana con la mirada, desafiándola a que intentara otro tiro.
— ¿Estás seguro? —preguntó ella con cautela.
Carmen se detuvo en mitad de la cancha y salió antes que a ella también le cayera un pelotazo.
—Sí, me tomaste por desprevenido— contestó el niño ya recuperado, pero con cólera.
Dayana volvió a patear y esta vez el pelotazo le cayó en el estómago, luego le metió tres goles seguidos. La niña empezó a ser ovacionada por los espectadores, incluso Los Matoncitos dejaron de jugar y vieron a Dayana darle una tanda a Richard con unos goles espectaculares. Él sintió su cuerpo arder de ira y comenzó a atajarle los tiros, mientras todos abucheaban. Carmen se comía las uñas como cuando su mejor amigo estaba en problemas o la estaba pasando mal. Dayana se cansó de patear y cambió de lugar con el niño. Éste comenzó a patear con todas sus fuerzas y, ella, los atajaba con una sola mano como Benji cuando retó a que le hicieran un gol. Y sin quejarse, sin hacer una mueca o gesto de dolor. Richard se cansó y todos aplaudieron a rabiar. Los Matoncitos la invitaron a jugar con ellos, pero los mandó a rodar lejos. No quería saber nada y les dijo que lo hacía para demostrarles que ella era buena jugando al fútbol y al vóley, que cuando estaba en Trujillo pertenecía a la selección de su colegio y que había llegado a ser campeona de todo el departamento de La Libertad. Se fue bien sobrada y le dio el alcance a un Richard ofendidísimo, a su costado la inseparable Carmen que lo abrazaba de la cintura. Parece que las asperezas fueron limadas.
—Richard—empezó jalándolo del polo—, disculpa no quería que pasaras roche, pero estaba aburrida de no hacer nada. En este colegio ninguna niña hace ningún deporte.
Carmen le lanzó una mirada envenenada.
—La verdad es que no me siento cómoda con todos esos niños que se creen bacanes y con esas niñas que todo les apesta. Me gustaría mucho que los tres fuéramos amigos, aunque sé que a ti—miró a Carmen con esos penetrantes ojos caramelo—, no te caigo para nada bien.
Carmen sintió sus orejas arder por la vergüenza de tener que admitir su error.
—Yo no tengo problemas—dijo Richard—, total, ya me ganaste jugando al fútbol.
— ¿Y tú, Carmen? —inquirió Dayana.
La niña parecía que hubiera despertado de un sueño, así como Richard cuando Miss Olga lo agarra desprevenido en las clases de Matemáticas.
—Eh... sí, no tengo inconveniente— respondió de manera algo fastidiada.
—Entonces quiero invitarlos a mi casa, mañana por la tarde— propuso contentísima—, quiero enseñarles a ustedes cosas que a nadie en el colegio pienso mostrarle ¿les parece bien a las cuatro?
Carmen y Richard se miraron de soslayo y aceptaron la propuesta. Dayana estaba feliz tanto que le dio un beso en la mejilla Richard y a Carmen un fuerte abrazo ignorando sus malestares de espalda. Richard pensaba que si en el Centro Comercial Arenales vendían algún repelente contra las niñas porque ya estaba cansado de que le estuvieran besando el cachete a cada rato.
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Dos Pasos Seguidos
Teen FictionCuando una amistad es sincera, ésta permanece aún después de años