La ceremonia de graduación fue cansada y agotadora, sin embargo él, Richard, estaba muy contento por haberse recibido de abogado. Sus padres lo veían, orgullosos ellos, de que su único hijo haya culminado sus estudios con tan buenas notas. El muchacho recordó que ese mismo día, quince años antes, su mejor amiga había fallecido en la más terrible experiencia vivida.
Lo recordaba como si fuera ayer.
La paliza que le dio ese grupo de desadaptados el día que hacía promoción con sus amigas entrañables. La posterior muerte, velorio y entierro de su mejor amiga en Los Jardines de la Paz en La Molina. Aquellos días de profunda nostalgia viendo por la ventana de su sala que daba al departamento en donde vivía Carmen, esperando que apareciera para salir a jugar a Los Tres Mosqueteros en el parque atrás de donde vivían. Lo mucho que la extrañó al año siguiente cuando tuvo depresión sin que terapia alguna le borre las terribles pesadillas que sufrió. Recordó que, algunos meses después, los padres de la niña, se mudaron a Miraflores, teniendo muy poco contacto con ellos. Vivió cada instante en que el señor Alfonso hizo de conocimiento público cómo Los Matoncitos actuaron de la manera más vil, golpeando a un niño y, reteniendo contra su voluntad a su hija y a su amiga para concretar un hecho que fue llamado por la prensa como "El Salvaje Acto de los Hijos del Mal". Rememoró cuando tuvo que ir al Juzgado de Menores a declarar cada instante que pasó. Vio como Los Matoncitos lloraban de desesperación, sintiendo lo que Richard sintió cuando pasó aquella noche del sábado dieciocho de diciembre de 1993, lo mismo que Dayana quien sollozó al recordar todo. Los padres suplicaban para que el señor Alfonso retirara la denuncia pues "le quitaría la juventud a sus hijos". ¡Qué irónico y vil resultó ese comentario! Ellos le arrebataron la vida a una niña que nada les había hecho. El más puro ser que pudieron Richard y Dayana conocer; sin embargo, la jueza, una señora obesa, de carácter amargo y cejas pobladas, sentenció a los vándalos a pasar lo que les quedaba de adolescencia en la correccional de Maranga. Néstor Luján a cinco, por ser cómplice junto a Gisela, quién iría a parar al Hermelinda Carrera, la correccional de niñas, posteriormente serían juzgados como adultos cuando cumplieran la mayoría de edad, además, entre todos los padres deberían pagar una reparación civil de un millón de nuevos soles. Cuando terminó el juicio, Richard decidió estudiar leyes, para proteger a los más débiles de abusivos como ésos una vez que terminara de estudiar la secundaria.
Richard, no volvió a ese colegio, es más, el Ministerio de Educación lo cerró por tal vergonzoso hecho. Dayana se cambió de colegio junto a Richard yendo juntos al John F. Kennedy. Estuvieron juntos dos años, pues Dayana se mudó junto a su familia a otra ciudad del Perú, esta vez estaba en Tumbes. Mes tras mes, durante un año, ella le mandaba una carta para contarle cómo estaba. Del calor insoportable que hacía y de cómo se le había pegado el dejo norteño otra vez. Así, el muchacho se sentía unido a ella de manera tibia, sin llenar ese espacio que antes había.
Cuando terminó la secundaria, fue el primer puesto en su promoción, menos en matemáticas. Las odiaba a morir. Entró a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde conoció a Claudia, su enamorada, quien lo llamaba para tomarse fotos con su regalo de graduación, una cámara digital. Vaya cómo pasaba el tiempo.
—Vamos, gordo—le recriminó graciosamente ella—, ¿acaso no deseas tener una foto con la mancha?
—Sí, ya voy— le dio un fuerte abrazo y beso a sus padres por todo lo bueno que le había pasado en la vida. Inmediatamente fue con sus compañeros y enamorada a sacarse cuantas fotos quisieran.
Richard bajó del estrado con su título en mano cuando sintió un saludo familiar que no lo escuchaba desde que era niño.
—Hola, Athos—dijo Dayana tras de él.
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Dos Pasos Seguidos
Ficção AdolescenteCuando una amistad es sincera, ésta permanece aún después de años