12. Las maldiciones familiares

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Carew Skar nunca se había caracterizado por ser un hombre paciente.

A decir verdad, su gesto hosco y el ceño fruncido solían ser alicientes suficientes para que la gente lo dejase en paz. Por lo que no entendía el comportamiento de aquel exasperante rubio. Con un imperceptible movimiento de ojos, clavó la vista en la delgada figura de Sorin, preguntándose sin poder evitarlo, cómo alguien como él había soportado el peso de llevar en su interior a un demonio.

La sonrisa que en aquel momento mostraba a Evans estaba llena de radiante sinceridad. Aquel tipo de sinceridad que era palpable e inalterable, de la que Carew tan poco sabía o había podido ver. Y aquello no hacía más que aumentar sus dudas acerca del otro. No soportaba toda aquella sobre actividad. La forma ordenada y sencilla en la que vivía no encajaba para nada con aquel ímpetu que parecía empujar al rubio cada vez que este hacía algo. Tan impulsivo y tenaz.

Carew sabía que, en ocasiones, su actitud hacia Sorin era un tanto ambigua. Desde sus comentarios secos e hirientes, hasta aquella insana obsesión que se había apoderado de él desde el momento que posó sus ojos sobre el otro.

Es el demonio, se había dicho. Una y otra vez.

Pero no era el primer semi demonio. A decir verdad, ya se había topado con unos cuantos, y ninguno de ellos le había afectado en la medida que Sorin parecía hacerlo.

Un agudo hormigueo en la nuca le hizo llevarse allí la mano, incómodo. Trastabilló contra algo en el suelo, pero antes de poder preguntarse con qué demonios había tropezado tan torpemente, un brusco movimiento a su derecha le hizo girar irremediablemente la cabeza.

Sorin se volvió repentinamente hacia él y sus ojos azules se velaron durante unos instantes. La sonrisa vaciló, pero momentos después se volvía hacía Decklan con renovadas fuerzas.

Y fue entonces que sucedió.

La conocida sensación de vacío se apoderó de él, el suelo pareció desaparecer bajo sus pies y todo el aire de sus pulmones escapó en una gran bocanada de vaho. Sus pies tuvieron que detenerse en algún punto, pero Carew no supo a ciencia cierta si esto había sido así. Las voces se difuminaban a su alrededor, creando un torbellino de sonidos sibilantes, sin ningún sentido para él. La opresión de su pecho pronto cedió, dejando que sus pulmones volviesen a su función habitual. La visión tardó algo más en volver, pero cuando lo hizo, Carew deseó que no hubiese sido así.

Con semblante preocupado, Sorin se inclinaba sobre él, con las manos apoyadas en sus hombros y los labios fruncidos en una extraña mueca. Intentó sonreír. Aquella sonrisa cínica que tan bien se le daba mostrar. Y lo único que logró fue estirar levemente sus labios, sabiendo, aún sin verse, lo lamentable que debía lucir en aquel momento.

Maldijo su suerte, que tenía que llevarle a mostrar su debilidad frente a desconocidos. Frente a personas que probablemente le apuñalarían por la espalda de darles la oportunidad.

La venganza de un hijo [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora