Castillo Stradling.
La delgada y pálida figura, arrodillada ante el trono, bajó la cabeza de forma sumisa y apoyó en el suelo ambas manos, hasta que su pelo casi tocó las heladas baldosas de piedra grisácea. Su piel no fue capaz de sentir el frío del suelo, ni su cuerpo, envuelto en la liviana túnica de seda blanca, notaba ya los estragos del cambio de tiempo.
—Ponte en pie. –Ante la orden, de tono firme y demandante, obedeció. Las rodillas crujieron bajo su peso liviano, pero los ojos negros nunca miraron directamente los de su anfitrión.
—Sí, Señor.
—¿Cómo has estado esta semana, Sal?— preguntó Walter Stradling.
Sal se encogió de hombros, sin que su eterna sonrisa abandonara los labios.
—Perfectamente, Walter.
Aparentemente satisfecho con la respuesta, Stradling palmeó paternalmente su cabeza, revolviendo la lisa cabellera negra.
—Necesitas un corte de pelo.
Sal pensó en su pulcro peinado, cortado hacia tan solo unos días. Reprimiendo la necesidad de pasar sus dedos entre las hebras negras, simplemente asintió, esperando nuevas órdenes.
—Puedes ir a pasear por el jardín, pero recuerda no acercarte al muro sur del castillo. Es peligroso.
Sal bajó la mirada hasta los lustrosos zapatos de Walter, brillantes y costosos, y después giró para salir de aquel inmenso salón. Sus pies tropezaron con el borde de su túnica, por lo que, agarrando la tela blanca para subirse el bajo, se apresuró antes de que Walter notara su usual torpeza.
Los largos pasillos, adornados únicamente con grandes antorchas prendidas, eran algo que siempre había odiado. Le recordaban su propia soledad, tan silenciosos y vacíos. Cuando la puerta acristalada que daba al jardín se vislumbró al final de uno de los corredores, suspiró aliviado. Hacía dos semanas que no salía del castillo. Dos semanas que su piel no era tocada por el sol. Sonriendo, se sentó en un banco de piedra y sus ojos se perdieron en las flores. Flores rojas, flores amarillas. Flores, en definitiva, de todos los colores. Y allí se quedaron.
A tan solo unos metros de distancia, Sakura negaba tristemente con la cabeza, mirando desesperanzada la solitaria figura. Con pasos apresurados, para pasar desapercibida, la figura femenina se encaminó hasta la muralla sur. A medida que sus pasos se alejaban del castillo, la maleza que rodeaba el camino se hacía más y más espesa. Nadie se ocupaba ya de aquella zona. Pisó con cuidado hasta llegar a la gran verja que mantenía separados a los curiosos de la vieja y deshabilitada prisión. Después de la construcción de las modernas celdas internas del castillo, aquella mazmorra utilizada antaño como bodegas de almacenamiento y situada en uno de los extremos de los terrenos Stradling quedó relegada al olvido.
El sonidos chirriante del metal al abrirse no sacó ni un pestañeo a la mujer, que se adentró en aquella barrera mágica intentando no atragantarse con el olor pútrido y asfixiante. Evadió los viejos fosos hasta detenerse frente a una puerta de madera. La ventanilla que permitía ver el interior se encontraba rota y permanentemente abierta, por lo que solo tuvo que agacharse un tanto para poder buscar al desdichado que allí yacía.
Su ceño se frunció.
—Hey, ¿estás bien? –Dejando la bandeja en el suelo, abrió la puerta con rapidez. La fuerza de la barrera mágica aumentó considerablemente, haciéndola retroceder físicamente, pero eso no impidió que se enderezase y se estirase para agacharse finalmente junto a la figura encadenada a la pared–. Hey, venga. Despierta.
![](https://img.wattpad.com/cover/44527912-288-k693341.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La venganza de un hijo [Finalizada]
Historia CortaAllí donde los árboles crecían y morían, allí donde la magia se concentraba en su estado más puro, allí se encontraron. Destinos inciertos que se entrelazaban en un baile que ninguno de ellos supo prever. ¿Qué podían tener en común aquellos que ost...