10. Las memorias rotas

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Las frondosas praderas que separaban la región de los Quirontes del territorio de los Didimmos se llenaban de colores al llegar la primavera. Tres kilómetros de verde prado suponían una de las mayores fronteras, protegidas por poderosa magia. Nadie sin un salvoconducto especial podía pasar de un lado a otro.

Y por eso, el que aquella mañana llegasen dos contingentes de mercenarios y se apostaran a las orillas de la pradera (o Limbo, como algunos lo llamaban), no pudo dejar más sorprendidos a todos.

El rey Vannin miró furioso a su primer general, Qiu Ying, mientras recorría el amplio espacio que separaba la puerta de su despacho, de la mesa que contenía todos los mapas con los informes de las avanzadillas. Qiu rodó los ojos, conteniendo las ganas de imitar a su rey.

—¡Esto es increíble! Las cosas se están saliendo de nuestro control con una rapidez alarmante. Primero pierdes a Jared durante una batalla que nadie preveía, después aparecen mercenarios que se asientan tan tranquilos en nuestras fronteras ¿Qué se supone que tengo que hacer primero, ir a buscar personalmente a Jared, ya que tú no has sido capaz de hacerlo, o encargarme de esos mercenarios?

—Con todo el respeto, mi rey, los mercenarios no podrán cruzar esa frontera. Y Jared hace ya tiempo que abandonó esa ciudad.

—¿Y dónde demonios está ahora?

—No lo sé.

Qiu retrocedió al ver a su rey mirarle con los ojos inyectados en furia. El fornido hombre avanzó hasta quedar a escasos pasos de él.

—¿Y podrías decirme, si no es mucha molestia, cómo lo has perdido? ¡Sobre todo si tenemos en cuenta que Jared, hasta hace unos meses, era incapaz de ocultar su presencia!

—Pues ahora no lo es.

—Si algo le ha pasado...

—Tranquilícese, señor. Nada le ha sucedido; de ser así, lo sabríamos. Ha tenido que encontrar la manera de ocultar su energía.

—Tienes que encontrarle, Qiu. Si alguien lo encuentra antes que nosotros, no quiero imaginar qué podría pasarle.

—Jared es más fuerte de lo que piensa.

Vannin lo miró por unos momentos, incrédulo, para después dejarse caer en una de las sillas que acompañaban al escritorio. Ocultó su rostro entre las manos, dejando escapar un profundo suspiro.

—Sé muy bien lo fuerte que es, pero mejor que nadie sabes lo que se puede encontrar ahí afuera. Es un blanco demasiado importante para que lo dejen pasar.

—No se preocupe, hoy mismo volveré a salir. Lo traeré antes de que nadie pueda encontrarle.

—Más te vale, Qiu. Más nos vale a todos.



La venganza de un hijo [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora