13. Las culpas olvidadas

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Por mucho que se esforzase, Jared dudaba que pudiese encontrar en su vida algún momento más difícil que aquel. Había vivido guerras, con la violencia y muerte que aquello conllevaba. Pero siempre había sido desde la lejanía de su casa, protegido por una inmensa guardia y grandes barreras mágicas.


Por eso, no sabía cómo reaccionar en una situación así.


Con desesperación, clavó sus claros ojos en la puerta cerrada del que sería el cuarto de Rory aquella noche. No mucho después de terminar de cenar, y viendo que Ewan no iba a regresar en lo que quedaba de día, Rory por fin sucumbió al cansancio y fue Jared quien lo llevó casi a rastras a aquella estrecha pero cómoda cama.


No había podido evitar quedarse unos minutos junto a la cama de su amigo. Como si escuchar aquella respiración profunda y rítmica le fueran a dar algo de la paz que tanto necesitaba.


Porque sabía que, si él no mantenía la calma, nadie lo haría.


Era una carga pesada. Una muy difícil de llevar y que él, con su vida despreocupada y, ahora lo sabía, frívola, no era capaz de cargar. Todos los problemas que había tenido antes habían sido siempre resueltos por otras personas. Hasta cuando había sido secuestrado, quizás el momento más difícil hasta ahora, se había limitado a quedarse allí quieto, sabiendo de antemano que alguien tendría que salvarlo.


Pero esta vez era diferente. Esta vez era él quien debía mantener el orden entre el resto, porque sabía que era el único con la cabeza medianamente fría. Escuchó como la puerta del fondo del gran comedor se cerraba, sabiendo sin mirar que era Hall ingresando también a su cuarto. Cerró los ojos unos instantes, deseando no haber salido corriendo del refugio como lo habían hecho.


Cuanto deseaba que Erick estuviese allí, con su fuerte determinación y aquel temple frío. Él hubiese sabido cómo manejar las cosas. O quizás Sorin, con sus sonrisas y su obstinación. Su amigo rubio parecía ser capaz de realizar milagros. En realidad, pensó abatido, cualquiera de sus amigos serviría mejor que él.


Rítmicos golpes en el suelo de madera le hicieron saltar en su silla. Levantó la mirada bruscamente, encontrándose con la encorvada figura del anciano a tan solo unos metros de él. Los sabios y viejos ojos le miraban entrecerrados, y sin que Jared dijese nada, el anciano se sentó junto a él, llenando dos vasos con la jarra de vino y tendiéndole uno.


Estuvo a punto de rechazar el ofrecimiento, pero algo en el gesto grave del hombre le detuvo. Su nariz se arrugó ante el agrio olor que desprendía el líquido carmesí del vaso, pero de todos modos bebió, dejando que el cálido líquido entibiara su interior.


—¿Cómo es vivir en esta aldea?—preguntó de golpe. El anciano le miró en silencio unos instantes, dejó su copa casi llena sobre la mesa y una sutil sonrisa arrugó aún más su apergaminado rostro–. La guerra no debe llegar hasta aquí, ¿verdad?


—Las guerras llegan a todas partes. Ni siquiera nosotros, aquí escondidos en medio de la nada, pudimos salvarnos de los saqueos de ambos bandos. Las batallas son duras, y es difícil alimentar a un ejército en estas tierras hostiles.


—¿Y no han pensado en marcharse? Esta guerra no debería involucrarlos, pero aun así, parece que los que menos tienen que ver son los que más terminan sufriendo.

La venganza de un hijo [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora