42 años: Él

426 31 10
                                    

Estaba ayudando a Paula a cerrar su maleta. ¿Cómo podría llevarse tantas cosas para quince días? Cuando lo conseguimos, Paula me cogió de la mano y me invitó a sentarme en la cama.

-Papá -dijo suspirando- muchas gracias por ayudarme. Muchas gracias por todo. -Cerró los ojos y se acarició aquella cadenita que Paloma le regaló y que nunca no se había quitado.- Paula viene conmigo. Las dos emprenderemos esta aventura universitaria. -Paula abrió los ojos, y comprobé que su mirada tenía un brillo diferente. Qué mayor se había hecho en tan poco tiempo. -Eso significa....

-¿Qué quieres decir, Paula?

Paula volvió a suspirar.

-¿Sabes? Sé que no debía cotillear tus cosas, pero hace años que encontré el anillo que escondes en el cajón de tu mesa. Al principio pensé que era para mamá. Cuando el año pasado, mamá se casó con Jaime, me enfadé con ella. Pero después, hablando con Paula, lo entendimos todo, y os admiramos por haber renunciado a vuestra historia por nosotras. Ese anillo nunca fue para mamá, ¿verdad? Siempre fue para Paloma.

-Nunca quise hacerte daño, Paula, ni tí ni a tu madre.

-Lo sé, papá. Ahora lo sé. Pero lo que quería decirte, es que Paula y yo nos vamos. Así que coge ese anillo de tu mesa, ve a ver a Paloma y empieza a vivir. Dentro de quince días, Paula y yo volveremos y te aseguro que me enfadaré si no estás con ella.

-Paula, ¿qué me estás pidiendo?

-Quiero ir de boda, papá. Paula y yo queremos volver de Canarias para ser hermanas.

Me quedé callado. Mi propia hija me daba lecciones de amor. Se levantó, me dio un beso en la mejilla y salió con su maleta.

¿Y por qué no? Había comprado ese anillo hace quince años, cuando decidimos ser amantes hasta que pudiéramos ser algo más. Y ahora era ese momento. Me dirigí a mi escritorio, cogí la cajita de terciopelo negro, y... los llaveros.

Paloma y yo salíamos a correr cada mañana. Un día, mientras dábamos la vuelta al circuito, Paloma se detuvo y me señaló una casa. Siempre le había gustado, y acaban de ponerla en venta. Cuando volví a casa, antes incluso de ducharme, llamé para concertar una cita y la compré. Para ella, para nosotros. No me imaginaba viviendo en el mismo techo donde vivió su exmarido, y suponía que a Paloma le pasaría lo mismo. Nos merecíamos un nuevo hogar, solo nuestro.

Salí con mis tesoros en el bolsillo, y me dirigí al centro comercial. Sabía que Paloma estaría en su despacho. Saludé a Mar, hace tiempo que pasaba a ver a Paloma sin ser anunciado, como si fuera mi propia oficina. Su hija Paula salía en ese momento. Siempre me sorprendía lo mucho que se parecía a su madre. Me saludó con un "hola, tío Adrián", y cuando se acercó para darme un beso, me susurró al oído:

-Paula y yo queremos ir de boda...

Se separó, me sonrió y se fue.

Allí estaba, sentada en uno de los sillones, tan guapa y perfecta como siempre. Todavía sentía escalofríos cuando me acercaba a ella. Todavía me excitaba sólo con oler su aroma, con rozar sus labios. Me acerqué, y antes de que Paloma pudiera levantarse, me arrodillé, y pregunté:

-Paloma, amor mío, nuestras almas están unidas, para siempre. Pero quiero más, quiero unir nuestras vidas, quiero despertarme a tu lado cada día. Quiero dormirme sabiendo que no te irás en plena noche. Paloma, por favor, ¿quieres casarte conmigo?

Vi sus ojos, brillantes, a punto de llorar. Me preocupé, pero sus palabras me dejaron sin aliento.

-Adrián, siempre te he querido, y siempre te querré. Eres el primer y único amor de mi vida. Y quiero casarme contigo. No lo dudes ni un segundo.

Me levanté, saqué el anillo de mi bolsillo, cogí su mano y se lo puse. Paloma lo miraba y me miraba.

-Adrián, es precioso.

-Me alegra que te guste. Lo tengo conmigo, esperando este momento, desde hace quince años.

-Te quiero.

-Yo también te quiero.

Paloma se acercó y me besó. Sus manos acariciaban mi espalda, y sabía que quería hacer el amor. La detuve.

-Shhh... Espera.

Paloma me miró algo enfadada.

-¿Qué pasa, Adrián?

-Tengo una sorpresa para tí.

Saqué las llaves de nuestra nueva casa y le dí uno de los dos llaveros. Paloma me miraba sin entender.

-Estas son las llaves de la casa que está junto al circuito. La casa que siempre te gustó. La compré hace dos años, el mismo día que salió a la venta, y he estado arreglándola y dejándola lista para nosotros. Iba a darte las llaves el día del cumpleaños de Paula, cuando el acuerdo de divorcio te liberara definitivamente, pero creo que las chicas han querido adelantar la fecha.

-¿Fuiste tú? ¿Tú compraste la casa? Siempre quise saber por qué no me dejaron hacer una oferta...

Nos reímos y nos volvimos a besar. Me miró, mordiéndose el labio como siempre hizo cuando estaba nerviosa.

-¿Y si vamos a verla?

-Nada me gustaría más.

Un mes después nos casamos en el jardín de nuestra nueva casa. Paloma era una celebridad en el barrio, y la concejala accedió a desplazarse. Una boda sencilla, con nuestros padres, nuestras hijas y Fran y su mujer, Julia, mi nuevos cuñados. Habíamos tardado veinticinco años en decir "sí quiero".

Esa noche volvimos a hacer el amor por primera vez en nuestra propia cama, como marido y mujer. Y nos quedamos dormidos abrazados, y nos despertamos juntos. Y ver su pelo enmarañado en la almohada, sabiendo que no se marcharía jamás, convirtió ese momento en el momento más maravilloso de mi vida.

Almas unidas, vidas separadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora