Cuando le conté a Adrián que era la dueña del centro comercial, me miró asombrado.
-¿Qué creíste? ¿Que el único con dinero en esta pareja eras tú? -le pregunté divertida.
-No, yo nunca pensé... bueno, yo pensaba que tú....
-Sí, claro, salía jueves, viernes, sábado y domingo, y las copas se pagaban solas, ¿verdad?
-Ya, no me di cuenta...
-Tranquilo, no te preocupes. En aquella época yo estaba un poco loca. Pero estaba quemando mis últimos cartuchos de diversión y desenfreno antes de... ésto -dije señalando alrededor.
Adrián me miró y le sonreí. Empecé a contarle mi historia. No sé por qué no se la conté antes. Con lo fácil que era hablar con él. Bueno, sí lo sé. Siempre me dio miedo que la gente estuviera conmigo sólo por interés.
Mi familia siempre había tenido empresas. Cuando mi madre escogió a un actor como esposo y padre de sus hijos, mi abuela montó en cólera, y decidió que nunca llevarían el negocio familiar. A mi madre no le importó. Cuando nacimos mi hermano y yo, la abuela decidió dejarnos la gestión de la empresa. Cuando tuviéramos dieciocho años, aprenderíamos a administrarla para, en el momento en que estuviéramos preparados, asumir el control. Fran resultó tener una creatividad fuera de lo normal. Y nos llevó a negocios que ni hubiéramos podido imaginar. Creamos dos divisiones: investigación y desarrollo, que dirigía mi hermano en unas nuevas oficinas, y la división original, que incluía el centro comercial, que dirigía yo. Todas las semanas nos renuníamos para ver cómo avanzaba nuestro pequeño imperio.
Con dieciocho años ya sabía cuál era mi futuro: estudiaba por las noches, iba a la oficina de día, y aún así, tenía tiempo para Sergio y para salir los sábados. Con diecinueve me hice cargo de la empresa y, al mismo tiempo, mi hermano creó la división de investigación, con la ayuda de un compañero de carrera.
Con veinte años éramos estudiantes de empresariales con nuestra propia empresa, nuestra propia casa. Posiblemente crecimos demasiado pronto. Posiblemente no disfrutamos de la juventud. Posiblemente, por eso, cuando con dieciocho años, conocí a Sergio en la oficina, pensé que tenía otra oportunidad de ser feliz.
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Almas unidas, vidas separadas
RomancePaloma y Adrián se enamoraron con diecisiete años. Han pasado diez años, sus vidas fueron cada una por un lado, pero sus almas siguen unidas, llámandose de nuevo para volver a encontrarse. Una historia a través de pequeños momentos de encuentros, de...