5. Apoyo.

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Movía nerviosamente los pies y las manos, su mente le decía a cada momento que lo olvidara, que ella no llegaría, Moon lo había dejado plantado.
Tras media hora sus esperanzas se habían agotado, obedeció a su conciencia y se levantó de la mesa, de su billetera sacó un dólar y lo dejó sobre el mantel, pagando sus bebidas. Caminó decepcionado hasta afuera, pasó por un corredor oscuro y topó con un cuerpo.

—Lo siento, diablos, Norman me va a matar —se disculpó la chica sin mirarlo.

—Descuida, Moon, no te voy a matar —le dijo con gracia, mientras sostenía su brazo al ver que quería seguir caminando.

—Siento llegar tarde, mi turno en el bar terminó hace diez minutos —se disculpó apenada.

—Pensé que me habías dejado plantado, salí de ahí y no creo que sea agradable volver a entrar —le dijo Norman—. ¿Hay algún otro lugar al que quieras ir?

—Me gustan los tacos —dijo ella, riendo suavemente y encogiéndose de hombros.

—A por tacos entonces —le dijo Norman, tomando su mano.

Salieron del restaurante, caminaron por la larga acera, y por entre las decenas de personas que la transitaban Norman seguía sujetando su mano.

—¡Diablos, no! —gritó Norman, al sentir las ligeras gotas de lluvia que comenzaban a caer del cielo.

—¡Diablos, sí! —gritó ella emocionada, comenzado a correr.

Norman la siguió de cerca, esquivando a las demás personas y tratando de no perderla de vista; la lluvia comenzó con más fuerza, ya no eran ligeras gotas.

—Moon, aquí, ven aquí —le llamó, tirando de ella.

Entraron al colorido lugar y sonrieron a la mujer encargada.

—¡Señor Reedus, es un gusto volverlo a tener por aquí! —saludó amablemente, acercándose a ambos.

Besó con delicadeza la mejilla de Norman, segundos después se paró frente a Moon, le sonrió calidamente y besó su mejilla.

—Bienvenida, ¿qué desean probar? —dijo conduciéndolos hasta la mesa más alejada.

—Lo de siempre, dos, por favor —respondió Norman.

La mujer asintió y después de sonreír, nuevamente, caminó hacia el interior de la cocina.

—Así que te llamas Moon —afirmó Norman, sin poder decir otra cosa.

—Así que me llamo Moon —respondió ella, riendo suavemente y levantando la vista desde el mantel rojo hasta él.

Miró fijamente sus grandes ojos cafés, sus labios rosados y la forma en que su cabello castaño y húmedo caía por sus hombros.

—¿Te gustan los... payasos? —preguntó Moon, nerviosa y ruborizada ante la insistente mirada de Norman.

—Sí, Moon, amo los payasos —dijo riendo—, ¿te pongo nerviosa? —preguntó, inclinándose sobre la mesa.

—No, no, sólo... tengo frío —mintió.

—Te daría mi sudadera, si tuviera una, lo siento —se disculpó sincero.

—No, está bien, me gusta el frío.

—Aquí está su comida, disfruten, cualquier cosa que necesiten estaré por ahí —dijo un joven mesero, llevándoles dos platos.

Ambos agradecieron y centraron la vista en el gran plato de tacos frente a ellos.

—Vamos, prueba uno, los vas a amar —le animó Norman.

Strange currencies: Norman Reedus. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora