9. Efectos de un diamante.

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Continuación...

Levantó las rodillas uniéndolas en su pecho, con sus brazos rodeó sus piernas y dejó caer la cabeza sobre ellas, veía atentamente hacia la ventana, los montones de personas que —aún en plena madrugada— seguían caminando por las calles.
Sentía sus ojos cansados, sus párpados pesaban y le costaba mantenerlos abiertos, sus mejillas dolían, pues había tocado el saxofón por horas, en las que sólo tuvo algunos minutos de descanso, su garganta estaba seca y su pecho también dolía.

—¿No te importa que me siente así? —preguntó Moon, viéndolo de soslayo. Norman negó con la cabeza, mientras seguía conduciendo—. Genial —festejó la castaña, regresando a ver por el cristal.

—¿Éstas bien? —Reedus preguntó, por fin, pues tras salir del bar, ella lucía más cansada, sus grandes ojos cafés estaban apagados y su dulce voz también lo estaba, apostaría a que se quedaría dormida en cuestión de segundos.

—Sí, estoy... cansado, sólo eso —murmuró la chica, abrazando sus piernas con más fuerza.

—Cansada, Moon, tú eres mujer —le corrigió el hombre, echándose a reír.

—Sí, cansadita —Moon respondió cerrando sus ojos, disfrutando de la tranquilidad del auto, rindiéndose ante el —extraño— cansancio. Norman condujo unas manzanas más hasta llegar al estacionamiento de su edificio, aparcó en su lugar correspondiente y bajó del auto.

—Moon, llegamos a casa —le llamó abriendo la puerta del copiloto.

—¡Demonios! —gritó la castaña, quejándose y cayendo al suelo, segundos después se echó a reír escandalosamente, cuando sus risas cesaron giró sobre su cuerpo quedando boca abajo, encontrando una cómoda posición—. Buenas noches, Enorme —se despidió con voz apagada, durmiéndose al instante.

—No, Moon, estás en el suelo del estacionamiento —dijo no obteniendo respuesta, sin premura levantó el delgado cuerpo de Moon del suelo, tratando de mantenerla de pié junto al auto, sus aspiraciones se vieron opacadas en cuanto la chica se tambaleó hacia adelante—. Hago esto por ti, no soy un degenerado —susurró cargándola sobre su hombro, sostenía su cuerpo desde el trasero, evitando que su blanco vestido se levantara y mostrara más de lo debido.

Con su mano libre cerró la puerta del auto, dejando todas las pertenencias dentro, comenzó a camianar al ascensor, agradeciendo entredientes que éste estuviera vacío y así también, que durante el trayecto ninguno de sus vecinos interrumpiera el comprometedor recorrido.
Al llegar a su piso, caminó rápidamente por el corredor hasta llegar a la puerta de su departamento, oprimió el timbre implorando que su hijo abriera rápido.

—Moon duerme —indicó en un susurro, entrando a su departamento en cuanto Mingus abrió la puerta, pasó de largo y siguió caminando hasta la sala.

—Ella no está dormida, papá —dijo Mingus, cerrando la puerta y caminando detrás de ellos. Moon sonrió adormilada, al joven rubio frente a ella.

—Lucien, Norman está tocándome el trasero —Moon susurró, para segundos después estallar en carcajadas. Norman acomodó sus manos, sosteniendola desde los muslos y siguió caminando hasta llegar a su habitación, con sutileza la dejó caer en el colchón, quitó sus zapatillas y la cubrió con el edredón de color negro de su cama.

—Intenta dormir, estaré afuera con Mingus —Norman habló, alejándose de ella y saliendo de la habitación.

—¿Qué le pasa? —su hijo preguntó preguntó, esperándolo al final del corredor. Norman se encogió de hombros, suspiró agotado y posó su espalda en la fría pared blanca—. Pareciera que está drogada —dijo riendo y haciendo reír a su padre por sus suposiciones.

Strange currencies: Norman Reedus. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora