3. Sharkey's Night.

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3.

Esperó, por eternos minutos, en uno de los incómodos asientos del aeropuerto.
Movía los dedos de las manos al ritmo de la música que salía de sus audífonos.
Sintió como alguien tomaba asiento a su lado y, disimuladamente, giró el rostro para encontrarse con su hijo.

— ¿Qué tal? —preguntó quitando los audífonos de sus oídos y levantándose de su lugar.

— Por favor, papá, no me dejes ir de nuevo —se quejó—. Es horrible estar solo con ellos, necesito con urgencia una hamburguesa —siguió diciendo mientras se levantaba de su lugar.

Se acercó a él y lo abrazó con cariño, posó su mejilla sobre el hombro de su padre, hasta que éste correspondió a su abrazo.

— ¿Está todo bien, Mingus? —preguntó curioso, ante las tiernas actitudes de su hijo.

— Sí, sólo... sólo te extrañé —respondió alejándose de Norman.

— Vayamos por ésas hamburguesas, hay un par de cosas de las que quiero hablarte —le animó palmeando su espalda.

Caminaron deprisa entre las decenas de fotógrafos que habían seguido al actor hasta el lugar.

— Lo siento, Mingus, no pude alejarlos —se disculpó.

— Está bien, no es tu culpa —respondió comprensivo.

...         ...         ... 

— ¿Qué es lo que quieres hablar? —le preguntó a su padre dándole un mordisco a su comida.

— Llamé a tu nueva maestra, no me contestó, pero conseguí la dirección del instituto, irás hoy, mientras voy a por Andy al aeropuerto —habló rápidamente, masticando patatas fritas—. Cecilia ya no está en casa, se fue hace unos días —explicó haciendo extraños ademanes.

— ¿Terminaron? —.

"Sólo es una pausa, no estamos terminando" —respondió, imitando las palabras de la modelo.

Su hijo se echó a reír con ganas en cuanto vio a su padre, su actualidad infantil y lo renovado que lucía.

— Vamos, tengo que llevarte al instituto —.

...        ...          ...

— Hola, busco a la profesora Moon —saludó entrando a la pequeña sala.

— Síganme —dijo la mujer encargada de la recepción.

Los condujo por un largo pasillo blanco, con pequeñas pinturas de notas musicales e instrumentos.

— Niña, te buscan —dijo con amargura golpeando, con poca delicadeza, la puerta.

— Es usted muy amable, señorita —dijo sarcástica abriendo la puerta—, lo siento, pasen, por favor —pidió con las mejillas encendidas en tonos carmesí, avergonzada por su actitud.

Ambos entraron a la colorida oficina, se sentaron en dos acolchonadas sillas color azul, mientras ella se sentaba del otro lado del escritorio.

— Y, caballeros, ¿en qué  les puedo ayudar?, violín ¿cierto? —preguntó.

— Sí, siento el retraso, pero Mingus no se decidía —se disculpó Norman, codeando el delgado brazo de su hijo.

— Es un jazzista ¿sabes?, uno de los mejores jazzistas —comentó Moon mirando a Mingus.

Charles Mingus, me nombró así por él —respondió el rubio, señalando a su padre.

Strange currencies: Norman Reedus. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora