Llamé a mi madre repetidas veces pero ella no contestó, lo que me alarmó aún más, realmente debía irme.

–Samantha, ¿pasa algo?­­–preguntó Stephen con tono preocupado mientras se acercaba a mí lentamente.

–Estoy bien, es sólo que debo irme a casa–dije intentando aguantar las lágrimas.

–Sabes que eso no es cierto Samantha, si en verdad ese es tu nombre real, ¿o me equivoco? – dijo Stephen entrecerrando los ojos.

Lo miré sorprendida, no sabía cómo responder a eso así que dije lo primero que se me vino a la mente.

–No tengo tiempo para esto Stephen, te dije que estaba bien y eso es todo, no necesito darte explicaciones–le dije furiosa.

Corrí hacia la salida y llamé a un taxi, no habían pasado cinco minutos cuando tuve a Stephen a mi lado.

–No necesitas un taxi, te llevaré yo–dijo con voz tranquila.

–Te agradezco, pero estoy bien–mentí.

– ¿Sabes?, eres una terrible mentirosa– dijo sonriendo, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

–Si no quieres decirme que pasa, al menos deja que me asegure que llegaste bien a casa–dijo sacando un manojo de llaves de su bolsillo.

–Yo...–dije buscando una salida.

–Insisto–dijo apretando la mandíbula.

Lo miré fijamente y supe que no tenía elección, sabía que me haría ir con él.

–Bien, le diré al taxista que se vaya–dije caminando hacia el taxi amarillo.

Despaché al taxista y luego subí al auto de Stephen aún con lágrimas no derramadas en mis ojos.

–Es ahí–indiqué luego de cuarenta minutos de camino.

– ¿Es aquí donde vives? –dijo Stephen observando con cautela el lugar.

–Sí, ahora debo irme, gracias por traerme–dije bajándome del auto.

–Te acompañaré hasta la puerta­–dijo Stephen bajando del auto con decisión.

–Bien–dije sin discutir, ya que sabía que él no me haría caso.

Subimos hasta el quinto piso en menos de cinco minutos.

–Supongo que este es el adiós–le dije mientras jugaba con el dobladillo de mi vestido.

– ¿Te irás? –me dijo sorprendido.

–Yo no dije nada– dije intentando sonar casual.

–Estoy seguro que eso es lo que quisiste decir. Antes de irme, ¿me dirás tu nombre real? – me dijo apoyándose en la pared frente a mí.

Se miraba tan guapo, incluso con el terrible presentimiento que sentía no podía dejar de mirarlo y pensar en él, vestía unos pantalones negros apretados y una camisa que dejaba ver lo trabajado que se encontraba su abdomen, tragué saliva, no debería estar pensando en él en este momento tan crítico, sabía que algo malo pasaba en mi familia.

–Coralie, ese es mi nombre– dije despacio mientras sentía un nudo formarse en mi garganta, él realmente me había cautivado pero no sabía cómo.

Stephen no dijo nada, solo miró fijamente a la nada y luego movió su vista a mí, me observó fijamente durante un rato, se acercó a mí dando pasos largos y me besó, realmente lo hizo, fue un beso desesperado, como si estuviera intentando descifrar algo, no sé cuánto tiempo estuvimos así, pero hubiera querido que durara para siempre, al separarnos algo en él había cambiado, sus ojos brillaban y su mirada era una mezcla de miedo, fascinación y felicidad, rozó mi mejilla suavemente lo que causó que cerrara los ojos, luego solamente nos observamos sin saber qué hacer.

Una sonrisa apareció en sus labios, tomó entre sus dedos un mechón de mi cabello y lo acarició suavemente, luego fijó su mirada en la mía.

–Esto no es un adiós Coralie, es un hasta luego–dijo sonriendo y luego agregó–. Te esperé toda mi vida Coralie y no te dejaré ir, donde estés te encontraré y si no lo hago yo, el destino se encargará de hacerlo, es así como debe ser­­­.

Me besó otra vez, suavemente y luego se fue.

Entonces lo supe, era él.

Frozen HeartsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora