"¡Pero que viva el fútbol, Pisculichi!"

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La primera gran hazaña del equipo comandado por el "Muñeco" fue una de las más importantes de nuestra historia, ni más ni menos.
En la Sudamericana de 2014, después de haber eliminado a Estudiantes en los cuartos de final de una serie muy complicada, River tenía el compromiso internacional más importante del siglo, contra el rival de toda la vida, en una instancia clave de una Copa de primer nivel en el continente: el mundo se paralizaba para contemplar lo que iba a ser uno de los superclásicos más importantes de la historia, donde millones de almas millonarias alentaban desde todos los rincones del globo terráqueo luciendo orgullosamente la banda roja y tiñendo las calles más importantes de las ciudades más ricas del mundo del rojiblanco más intenso, entonando melodías de forma eufórica para hacer sentir el peso de la hinchada más incondicional del planeta a nivel mundial.
La primera gran batalla de la armada napoleónica se libró en la cancha de ellos, donde nuestros gladiadores además de haber sacado un gran punto, le marcaron territorio a Boca en la mitad de la cancha, donde se iban a encontrar verdaderos guerreros dispuestos a defender como sea el manto sagrado, y también para hacer correr la pelota y darle fluidez al estratagema de Napoleón en la ofensiva.
En un partido muy cerrado y con una Bombonera muy fría (y de verdad, a pesar del fabuloso recibimiento se percibía el miedo que nos tienen), sacamos un 0 - 0 muy valioso que nos dejó con ventaja anímica, ya que el final de la guerra se iba a dar en nuestra casa, frente a nuestro público.
Muy bien, el día del definitorio partido llegó: Bajo un marco imponente producido por una estela de humo rojo y blanco que cubría toda la circunferencia del Monumental, sólo se veían los globos que caían desde las tribunas, desde donde también llegaba el aliento efervescente de cada persona presente en esa demostración de amor incondicional.
River pisaba la cancha y se mostraba ante su gente, agigantado todavía más la figura de sus jugadores contra los de Boca, los cuales jamás se sintieron tan incómodos como aquella vez que pisaron el estadio Antonio Vespucio Liberti y se dieron cuenta de que eso es una hinchada, y no la que los recibe todos los domingos.
El partido empezó desfavorable para el conjunto de Gallardo, ya que sobre los primeros dos minutos de juego el árbitro cobró penal para ellos: va Gigliotti.
El "9" bostero agarró la pelota y firmemente tomó la decisión de qué iba a ser él el encarga de impartir justicia contra Barovero.
Muy bien, el Monumental era una caldera, la cabeza de Mercado también, y vos, y yo, también. Menos, claro, la cabeza del señor Marcelo. ¿Gallardo? No, Barovero.
Recostándose sobre su izquierda cual Chichizola contra Saja, "Trapito" renovó las esperanzas de todos nosotros, devolviéndonos el corazón que teníamos en la mano para esconderlo nuevamente bajo el escudo y ponernos los genitales en su lugar.
Gigliotti, rendido ante la magnificencia de Barovero bajo los tres palos no hizo más que reprocharse el por qué de tan flojo penal, y contemplar el miedo que recorría los cuerpos de sus compañeros al ver que habían dejado a River con vida. En ese momento, se sintieron más afuera que nunca.
El Monumental reinventó la fiesta y nuevamente la gente alzaba la voz para ser la sinfonía que escuchen los extraterrestres desde sus respectivos planetas, anonadados e intrigados por saber se donde provenía semejante rugido que se imponía por todo lo alto y tenía como principal objetivo inspirar a sus guerreros en la batalla, la cual no estaba perdida.
Aproximadamente 15 minutos después, iba a llegar el golpe KO: Vangioni, -también desde la izquierda-, mandó un buscapié al área boquense donde había cuatro camisetas azules y amarillas y una roja y blanca: con una, fue suficiente.
El buscapié del "Piri" encontró el pie zurdo de Pisculichi, que con precisión de cirujano y con la frialdad de un asesino, sacó un tiro razo a contrapié de Orión que se coló sobre el lateral -también izquierdo, desde la perspectiva del "15"- de la red. Una demostración de clase y elegancia, de frialdad y talento.
Piscu, en el festejo de su obra maestra fue directamente a abrazar a su estratega, el cual esa misma semana sufrió el fallecimiento de su mamá. Los jugadores le respondían al técnico en la cancha y su madre, desde el cielo, enviaba tropas de ayuda divina para que protegieran al ejército de Napoleón en una de sus paradas más difíciles.
El partido se desarrolló de forma tranquila para el conjunto de Núñez, forjando desde el fondo una defensa digna de un ejército norcoreano, sumado a un mediocampo dispuesto a dar la vida por cada pelota como todo aquel que defiende a su patria, más la fineza táctica e intelectual de los atacantes, dignos de las mentes maestras del siglo XX. Todo ello, concentrado en la cancha de River, con interpretes vestidos de rojo y blanco dispuestos a escribir una gran página de nuestra historia.
Todo terminó con Teo pisando la pelota en el banderín del córner -en este caso, derecho- a puro potrero, aguantando pelota y patadas.
El Monumental, tras Pezzella revolear la pelota, explotó en deshago. 10 años después, bajo las órdenes de Gallardo, River ajusticiaba a Boca de local en copas internacionales, para desatar interminables festejos bajo la noche de ese histórico 27/11/14.

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