23. Los conocidos no podían faltar

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23. Los conocidos no podían faltar

Estaba oscuro.

Sus manos amarradas a una silla. Eres una inútil. Su cabeza le daba vueltas, se sentía mareada y adolorida. Simplemente eres una carga para aquellos que dicen que te aman. Sus brazos ardían. Sus piernas ardían... Todo su cuerpo ardía. Es porque eres una vela que está apunto de dejar de alumbrar. Sacudió su cabeza... Esos murmullos, le eran familiares. Tal vez te estás volviendo loca, finalmente. No prestó atención, abrió los ojos despacio y se empezó a acostumbrar a la oscuridad de la zona. Si los mantienes cerrados, con suerte no presenciaras tu muerte. Frunció el ceño, le estaba molestando esa voz en su mente. Con cada palabra, su cabeza dolía como si le estuvieran martillando clavos en sí. Sientes eso porque soy tú, estoy dentro tuyo. Somos uno.

—¡Cállate! —gritó la joven.

Una puerta se abrió. Enfrente suyo, estaba rodeada de paredes hechas de piedra. El lugar parecía viejo, como un calabozo de la Edad Media. Podía reconocer eso por las películas que veía. Sus manos estaban amarradas a la silla de madera con cadenas. Éstas estaban demasiado apretadas y le dolían las muñecas cada vez que intentaba moverlas. Sentía sus mejillas algo húmedas, estaba llorado. Su pecho ardía en nervios y miedo.

Quien pasó por la puerta era un hombre de estatura media, pelo castaño y barba del mismo color. Llevaba puesto un traje de vestir negro, incluso la corbata y la camisa eran de ese color. Lily lo miró con desamparo. Lo único que recordaba era haber chocado contra dos hombres en la calle, lo siguiente que supo era que su cuerpo le dolía.

El hombre no parecía decir nada, simplemente daba vueltas en el calabozo mirando cada aspecto de la rubia. Ella en cambio observó su cuerpo. Sus jeans habían desaparecido, su remera también... Tenía puesto un vestido ajustado negro que terminaba a mitad de su muslo. Tenía un corte corazón en su pecho y unas mangas pequeñas, apenas como si fueran pedazos de tela para darle un toque más elegante. No recordaba cómo había llegado a esa vestimenta.

Pero lo que más le asombró eran los grandes moretones de sus piernas, los raspones largos de sus brazos... No recordaba nada de quién ni cómo se los habían hecho. Eso más los murmullos empezaban a volverla loca. Te lo dije.

—Lily Winchester —habló el sujeto. Éste se mantuvo parado frente a la chica al terminar de dar su pequeño tour dentro de la sala. Sus manos se mantuvieron ocultas en sus prendas—. ¿Cómo estás?

—¿Quién eres? —preguntó. Su voz salió débil y entre cortada, pero Lily quería aparentar amenaza. Es que no eres fuerte, eres débil. Muy débil.

—Mi nombre es Crowley. Creo que tus hermanos te especificaron que te alejes de mí, ¿estoy en lo correcto? —la miró con las cejas levantadas. No iba a darle la satisfacción de agrandarle el ego, por lo tanto se mantuvo callada—. Veo que te haces la difícil... —dijo mientras miraba las cosas que habían sobre una mesa plateada. La rubia no llegaba a ver qué había en ella—. No es lo que he escuchado sobre ti y el ángel. Según los rumores, tú prácticamente te dejaste caer bajo el encanto de los seres celestiales.

—Púdrete —escupió ella. Ya tenía suficiente con los murmullos de su cabeza como para lidiar con otro parlanchín. Empezó a pensar como una cazadora para poder salir de ahí. Ay, cariño, si solo tú te creyeras que eres eso.

El de traje sonrió al escuchar esa respuesta. Dejó de ver la mesa y caminó hacia la rubia, se agachó mirando a sus ojos verdes con asombro.

—Entiendo por qué a Castiel le gustas. Digo, eres hermosa. Ningún idiota podría decir lo contrario... —habló rápido como si fuera una nota para él mismo—. Pero ésta alma que tienes por dentro... Se nota a kilómetros que eres especial. Eres como un faro.

Black Wings [Supernatural]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora