Capítulo I: Érase una vez El Colegio

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 Capítulo I.

Érase una vez El Colegio.


Jueves 28 de Octubre, 2010.


Era un día normal, como cualquier otro aburrido día escolar. Los alumnos de la clase de once de bachillerato del colegio privado Gimnasio El Cedro, estaban a menos de un mes de graduarse y por fin concluir su etapa académica, así que no podían perder ni una sola clase a pesar de las advertencias que aparecían en la televisión sobre la nueva enfermedad que afectaba la ciudad.

Nicolás se encontraba en el dilema de obedecer a su madre o tomar rumbo a su colegio, como lo haría cualquier otro día, pero en esta ocasión, la mujer que lo trajo a la vida estaba particularmente alterada. Esa misma mañana, durante el noticiero matutino que transmitían en el programa de J. Mario Valencia, informaron el cierre definitivo de las fronteras de Colombia por decisión unánime de los representantes de la Organización de Naciones Unidas.

Era normal estar alterado, pues eso significaba que ese extraño virus del que nadie tenía muchos detalles, comenzaba a salirse de control. Todos los aeropuertos del país cerraron sus vuelos hacia el extranjero, a excepción del aeropuerto El Dorado de Bogotá, que fue más allá y cerró por completo sus vuelos comerciales, tanto al interior como al exterior del país. Las fronteras terrestres pasaron a estar vigiladas las veinticuatro horas del día por militares de la ONU y fuerzas armadas tanto colombianas como estadounidenses, venezolanas, ecuatorianas y brasileñas. Puertos costeros también fueron cerrados y las fronteras marítimas custodiadas por naves de guerra y submarinos estadounidenses. Los habitantes de islas como San Andrés y Providencia fueron evacuados a territorio continental colombiano.

Pero a pesar de todo esto, las vidas de la mayoría de ciudadanos colombianos continuaban tan normal como siempre. Pero eso iba a cambiar muy pronto.

Nicolás finalmente decidió ir a su colegio, sin darle mayor importancia a las noticias, aunque su instinto le susurraba una y otra vez que algo iba a salir muy mal.

Se despidió de su madre con un beso en la frente y ella, siguiendo sus más fieles creencias religiosas, respondió con una bendición y una oración a Dios pidiendo por la seguridad y bienestar de su hijo. Patrañas que para Nicolás no significaban nada, pero aun así respetaba y comprendía.

El pequeño chico peli castaño y de tez blanca, salió de su casa de tres plantas y de un color verde ya opaco por el paso de los años. Se detuvo en la esquina, frente al taller de autos que estaba abierto las veinticuatro horas del día, a esperar a las hermanas Cubides, como siempre. Las Cubides eran un par de gemelas que, aunque no estaban en la misma clase de Nicolás, estudiaban en el mismo colegio y vivían a unas pocas casas de distancia, por lo que compartían el automóvil para llegar a la institución educativa. Era un Renault 12 del año 93, con un color naranja muy llamativo y una estela de humo negro permanente que salía de su tubo de escape. No era el tipo de auto que sacas para conquistar mujeres, pero al menos servía para llevar a los chicos en su trayecto de quince minutos hasta la escuela. Lorena Cubides llegó tras el volante, con su hermana en el asiento del copiloto. Nicolás abrió la puerta trasera, lanzó su mochila al interior y entró sin mediar palabra alguna.

Al mismo tiempo, en un punto no tan alejado de la ciudad, Sebastián desayunaba en soledad a toda prisa, pues el reloj anunciaba que ya iba casi veinte minutos tarde. El muchacho de cara alargada y cuerpo pequeño, aún con el pan en la boca y un bigote de leche achocolatada, se colocó la chaqueta de su uniforme escolar, ató los cordones de sus zapatos negros fielmente lustrados, tomó las llaves de su casa y salió con su cabello negro alborotado y despeinado, formando una suerte de afro patético y sin consistencia.

Bogotá Z: Colegio zombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora