Capítulo XII: Érase una vez Un Nuevo Comienzo

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Miércoles 10 de noviembre, 2010. 3:40 am.

El grupo de supervivientes se había visto reducido tras los acontecimientos del 9 de noviembre. Esteban, apenas un niño de cuarto grado, había sido el héroe de todos. El chico murió salvando a su amada profesora y a sus queridos compañeros. Y sin embargo, nada podía asegurar que su muerte no haya sido en vano.

Tuvieron que salir tan de prisa del edificio que dejaron atrás todas las provisiones que habían conseguido. Comida, ropa, armas, todo quedó atrás, encerrado para siempre en una edificación ahora habitada por esas criaturas. ¿Cómo iban a sobrevivir así?

– Iván, tengo mucho frío– Jennifer se metía bajo los brazos de su novio, arropada por la chaqueta de éste.

Después de huir del edificio, no tuvieron mejor idea que refugiarse en un estacionamiento público no muy lejos de allí. Tuvieron la fortuna de no encontrar a ningún comecarnes en el lugar. Luis fue quien se encargó de abrir las puertas de los autos para poder dormir en su interior.

– No te preocupes. Cuando amanezca buscaremos un lugar más caliente para refugiarnos de aquí en adelante– respondió Iván abrazando a su novia.

Mientras los tortolitos conversaban, un sonido los alertó. Era el inconfundible ruido que hace un motor al encenderse. Iván y Jennifer salieron del auto y vieron cómo ese Mazda sedán rojo se alejaba por la calle en dirección a la Avenida Boyacá.

– Muchos hijueputas– dijo Johan saliendo de su respectivo vehículo.

– ¿Qué pasó?– preguntó Iván girándose hacia él.

– Ese era el carro de Ignacio y Germán, ¿no? Nos abandonaron los cabrones. Eso pasó– Johan se rascó la cabeza mientras fruncía el ceño.

– Bueno... No podemos culparlos. Ahora lo perdimos todo. Tal vez les vaya mejor por su propia cuenta.

– Espero que no les pase nada– añadió Jennifer.

– Bah. Son unos bastardos– Johan suspiró y regresó al auto donde dormía con Daniel.

El ruido los había despertado a todos, pero ninguno estaba de ánimo para salir a ver qué pasaba. «Más comida para el resto», pensaban unos; por otra parte, había otros que creían que mientras menos fueran, más difícil sería sobrevivir. Debían lidiar de alguna forma con la constante disminución del grupo. Pero por ahora tenían que dormir y dejar las vidas de Ignacio y Germán en manos del destino.

Miércoles 10 de noviembre, 2010. 7:10 am.

El amanecer trajo consigo una gris nube de desespero sobre todos ellos, ahora reunidos para decidir lo que harían a partir de ese momento. Los recuerdos del día anterior seguían demasiado frescos. Las muertes eran muy recientes, las manchas de sangre no se habían secado y las lágrimas seguían vertiéndose. Pero había unos a quienes la muerte ya no les afectaba.

– ¿Van a seguir llorando a los inútiles que murieron o vamos a preocuparnos por encontrar comida? Yo tengo hambre– Nicholas estaba sentado en el asiento del conductor de un Renault 9, con la ventana abajo, las manos en su nuca y los pies sobre el volante.

– Cada quien vive el proceso de duelo de manera diferente. Debemos respetar eso, Nicholas– decía Iván recostado contra el Renault de su amigo.

– Pero mientras más pronto lo superemos, más pronto podremos preocuparnos por no morir– agregó Sebastián sentado junto a Nicholas, en el asiento del copiloto.

Brenda, sin embargo, seguía llorando con desconsuelo. No sólo había muerto su amigo Samuel, sino que ese mismo amigo había asesinado a Edison.

Warein tenía puesta su mano sobre la espalda de Brenda. De vez en cuando se acercaba a su oreja para susurrarle cosas que nadie más podía escuchar. Palabras de aliento, quizás.

– ¿Nadie se ha puesto a pensar en por qué el maldito Samuel se convirtió en una de esas cosas si no fue mordido?– preguntó Nicholas al aire.

La pregunta obtuvo el resultado esperado para el más pequeño del grupo. En verdad sus compañeros no habían pensado en eso. Samuel se suicidó colgándose. No es lógico que se transformara en esa cosa si no fue mordido ni rasguñado antes de morir. Las películas de muertos vivientes han marcado la tendencia de que siempre se trata de un virus, y hasta Nicholas creía que debía ser un virus, pero ahora tenía sus dudas. Podía tratarse de cualquier otra cosa, como un hongo o un parásito. ¿Y si todos allí ya estaban infectados con el parásito pero sólo se activa al morir? La ansiedad del grupo aumentó de inmediato.

– No es momento para pensar en cosas que no entendemos– respondió Pedro, el dueño de la tienda que ayudó a los muchachos y ahora viajaba con ellos–. Me gustaría que hiciéramos un inventario con lo que logramos sacar del edificio. Yo todavía tengo el arma que conseguimos en el CAI.

– Yo también– dijo el profesor Víctor, mostrando la mágnum que yacía firme en su cinturón.

– Yo perdí la mía– admitió el profesor David con vergüenza.

– La mía quedó en el apartamento. Y Paloma tenía la otra– dijo Iván frunciendo los labios.

– No importa. Todavía tenemos dos armas y con eso será suficiente por ahora– sonrió Pedro–. ¿Quién sacó comida y agua?

Miguel levantó la mano con timidez. Mafe también reconoció haber sacado comida en su mochila. No era mucho, apenas unas cuantas barras de energía, paquetes de galleta, dos yogures y unas chocolatinas.

– ¡Listo!– el enérgico Pedro se frotó las manos con una sonrisa–. Racionaremos lo poco que tenemos y nos marchamos todos a buscar más.

– ¿Qué? ¿Nos marchamos?– Iván tenía una ceja levantada.

– ¡Por supuesto! Estamos en un estacionamiento, ¿no? Sólo debemos poner en marcha algunos de estos carros y nos vamos.

– ¿A dónde quieres ir con exactitud?– preguntó Sebastián desde su posición.

– Centro comercial Gran Estación.

La respuesta consiguió cautivarlos a todos. Era un lugar inteligente para refugiarse. No estaba lejos, apenas a unos diez minutos en auto; era un centro comercial reciente, por lo que no mucha gente lo visitaba; además tiene un gran almacén lleno de suministros. Si conseguían atrincherarse allí, la supervivencia estaba garantizada.

– Muy bien. ¡En marcha!– exclamó Iván.

Bogotá Z: Colegio zombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora