Capítulo XIV: Érase una vez La 26

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Miércoles 10 de noviembre, 2010. 9:00 am.

La calle 26, desde la perspectiva del puente de la Boyacá, era todo un acontecimiento digno de ver.

En el cruce entre la Avenida Boyacá y la Avenida Calle 26, había un puente de unos cuatro metros de alto que permitía una vista óptima de ambas avenidas, dos de las más importantes de la capital, que cruzaban la ciudad de norte a sur por parte de la Boyacá y de este a oeste por parte de la 26.

Los tres vehículos que quedaban se detuvieron sobre el puente, no sólo para procesar lo que acababa de suceder un par de kilómetros atrás, sino también para observar el catastrófico panorama que se abría ante ellos.

– ¿De verdad este es el fin del mundo?– Jennifer se abrazaba a Iván mientras ambos observaban con espanto cómo la Torre Colpatria se incendiaba a lo lejos.

– Aunque sea el fin del mundo, no dejaré que nada te pase.

Johan y Daniel, por su parte, veían atónitos cómo un transmilenio biarticulado se había estrellado contra la estación de Modelia. Alrededor de la estación vagaban varios comecarnes, uno de ellos, con un brazo colgando, tenía el uniforme propio de los conductores de transmilenio. Por suerte, todos esos muertos vivientes estaban demasiado lejos como para notar la presencia de carne fresca.

Otro transmilenio se había salido del puente y ahora yacía abajo, sobre la Boyacá, cual titán caído. En su interior seguían atrapados unos cuantos comecarnes sin la inteligencia suficiente para descubrir cómo salir de ahí.

Luna y Giovanni se hallaban mirando hacia el sur de la ciudad. Según cálculos de Luna, era en Bavaria, a varios kilómetros de distancia, que se veía aquella gigantesca columna de humo. La planta de la cervecería más grande del país había estallado.

Además, de las lomas del sur también se desprendían, a lo lejos, varias columnas de humo, aunque mucho más pequeñas.

– Toda la ciudad ha caído– soltó el venezolano.

– Espero que sea sólo en la ciudad y no en todo el país.

Ambos se tomaron de la mano con fuerza.

– ¡Ya no lo soporto más!– se escuchó un grito femenino.

Se trataba de Brenda, arrodillada sobre el pavimento y jalándose su moreno cabello como si quisiera arrancárselo con las manos. Derramaba cruentas lágrimas y se lamentaba entre gritos y maldiciones.

– Brenda, cálmate, por favor– Pedro se agachó frente a ella, posando sus manos sobre los hombros de la chica–. Sé que nada de esto es sencillo, pero debemos resistirlo.

– ¡No!– bramó ella–. ¡Ya no puedo aguantar nada de esto!

La astuta muchacha, aprovechando la cercanía del hombre y demostrando una agilidad envidiable, le sacó la pistola del cinturón, le quitó el seguro y le apuntó con ella a la cabeza. El moreno se puso de pie con las manos levantadas.

– Vamos, Brenda, no quieres hacer esto– la voz de Pedro temblaba, pero trataba de mantenerse todo lo tranquilo que podía.

– ¡Usted no sabe qué es lo que quiero!– seguía apuntándole.

Warein intentó acercarse a ella para tranquilizarla, pero lo único que consiguió fue que ahora Brenda le apuntase a él.

– Brenda, somos amigos. Baja el arma– dijo el pobre Warein, temblando de miedo.

– ¡No quiero tener amigos! ¡Todos murieron o morirán!

– Sólo baja el arma, mujer– el profesor David se aproximaba con las manos en alto. Sus ojos estaban apagados, consumidos por la tristeza–. Todos hemos perdido a personas importantes. No tiene sentido que nos matemos entre nosotros cuando todos estamos en el mismo barco.

Bogotá Z: Colegio zombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora