Capítulo VII: Érase una vez El Caos

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Capítulo VII

Érase una vez El Caos

Sábado 30 de octubre, 2010. 8:52 am.

Corrían por sus vidas. La puerta de entrada al colegio seguía igual que hace dos días, tumbada en el suelo, pero con la diferencia de que ahora estaba manchada en sangre. Cerca de la puerta, la cafetería era el escenario de una masacre. Medio cuerpo yacía en la mitad de un enorme charco de sangre, con moscas volando a su alrededor y un inconfundible uniforme de conserje. Todos sabían de quién se trataba, pero preferían no decirlo, sobretodo porque su hija se encontraba entre el grupo.

Pusieron un pie en la calle y lo que al principio parecía una pesadilla, ahora se tornaba en un perturbador castigo divino. Dios debía tener un sentido del humor muy negro para jugar con ellos de ese modo.

Un incendio consumía varias casas a unas tres calles de distancia. Autos estrellados adornaban las entradas de lo que una vez fueron bellos hogares. Incluso el señor Guarín, vecino de Jennifer, se comía lo que quedaba de su hijo atropellado en medio de la calle. Era un caos.

Guarín fue el primero en percatarse de la presencia de carne fresca, pero pronto todo el barrio se daría cuenta de ello. Los infectados dentro del colegio continuaban persiguiéndolos. Si no se movían rápido, estarían perdidos.

— ¡Por allí, esa es mi casa!

La casa de Jennifer, aquella de entrada estrecha pero amplio jardín, estaba cerrada, lo que podía significar que su familia seguía adentro. Ella abrió con la llave y permitió el acceso a todos. Pero había alguien que los estaba retrasando: la profesora Lucero. Era una vieja mujer con evidentes problemas de peso. Fue sorprendente que hubiese logrado correr hasta ese punto sin desmayarse.

Ella era la única que faltaba por entrar. Los infectados se acercaban y si la esperaban por más tiempo, lo más probable es que alguna de esas cosas lograse irrumpir en la vivienda.

— ¡Espérenme, por favor!— suplicaba la profesora ahogada por el sobreesfuerzo.

— ¡Apúrese, profesora Lucero, usted puede!— Iván la animaba.

Nicholas echó un vistazo a su maestra, le dedicó una lúgubre sonrisa y cerró la puerta de la casa.

— ¿Pero qué haces, Nicholas?– Iván se abalanzó sobre él como una bestia enfurecida.

— No iba a llegar a tiempo– respondió el más pequeño con tranquilidad, satisfecho de su macabra manera de actuar.

— ¡Sí lo va a hacer!

Iván colocó la mano en el cerrojo de la puerta con intención de abrirla, pero un grito afuera lo paralizó. Un chorro de sangre manchó el vidrio polarizado del portón y los ruidos de carne masticada llenaron el ambiente.

— Te dije que no iba a llegar.

— ¡Pudo haber llegado si no hubieses cerrado la puerta! ¡Joder, mataste a nuestra profesora!– Iván agarró al chico del cuello de su uniforme escolar y lo levantó cinco centímetros del suelo.

— Yo no la maté. Sólo protegí nuestro pellejo.

— ¡Eres un jodido asesino!

— Era ella o nosotros. No sé tú, pero yo prefiero que sea ella en vez de mí.

Brenda, creyendo que Nicholas había llegado al límite de la locura, comenzó a retroceder, temiendo que ella fuese la siguiente a la que él mataría. Se metió corriendo en la sala de estar de la casa de Jennifer y se sentó en el sofá a llorar en soledad mientras todos los demás seguían en el garaje.

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