Capítulo II: Érase una vez La Invasión

1.3K 78 36
                                    

Capítulo II.

Érase una vez La Invasión.

Jueves 28 de Octubre, 2010. 7:20 am.

La tensión y el miedo podía sentirse en el aire. Pero a pesar de ello, los hombres intentaban hacerse valientes para no quedar mal frente a sus compañeros. En esas edades lo que digan los demás cobra demasiada importancia, incluso en una situación crítica como esa.

— ¿Es que nadie piensa ir a revisar de qué se trata, pues?— dijo Daniel Rojas de 11b desde una de las esquinas de la cancha, rodeado de tres chicas.

Podría decirse que Daniel era el chico más guapo de ambas clases de once. Su cabello negro, perfectamente peinado, su piel bronceada, sus ojos verdes y su acento paisa, lo hacían parecer alguien sencillamente atractivo.

Arturo, el conserje del colegio, se acercó a las puertas a paso lento, como si tuviese miedo de lo que encontraría al otro lado, y no era para menos, porque cualquiera estaría aterrado.

Estaba a punto de abrir la puerta pequeña, pero cuando se acercó lo suficiente como para que aquello que estuviese afuera queriendo entrar, lo oliese, un golpe mucho más fuerte sonó, seguido del ruido más espeluznante y grotesco que los estudiantes de ese colegio hayan tenido la oportunidad de oír. Aquel gruñido tan gutural sonaba como si, sea lo que sea que lo estuviese emitiendo, tuviese la garganta cercenada, o hiciese gárgaras con su propia lengua arrancada por sus violentos mordiscos.

El conserje cayó sentado al suelo consumido hasta los cimientos por el miedo. Ya no había duda, allí afuera había un infectado, como los que tanto anuncian los medios de comunicación, y ahora esa cosa sabía que adentro había carne fresca.

Los golpes aumentaron en intensidad y fuerza. Lo que al principio creyeron que era un gruñido para intimidar, resultó ser un llamado, pues en unos pocos minutos, por lo menos una docena de infectados se encontraba golpeando las puertas.

Los estudiantes entraron en pánico. Las mujeres lloraban, los cobardes se escondían y refugiaban bajo sus propios brazos, los más pequeños imitaban a los mayores sin saber mucho qué sucedía y los líderes intentaban reunir a sus amigos para pensar un plan.

El puñado de maestros que estaba allí trataba de ocultar su propio miedo en lo más profundo de su ser. Intentaban imponer el orden y la calma, pero les era imposible. El terror ya se había apoderado de todos sus alumnos. Era como intentar controlar a un rebaño de reses asustadas.

Los gritos y llantos pronto atrajeron a más de esos "seres", por llamarlos de alguna manera. Las puertas eran resistentes, pero si seguían viniendo más infectados, tarde o temprano terminarían cediendo ante los inagotables golpes.

Desde la esquina inferior izquierda de esa cancha multiusos, Iván se encontraba observando la situación. Estuvo pendiente de cada detalle, cada reacción de las personas que lo rodeaban, aquellos que podían mantener la calma a pesar de lo que ocurría, quiénes le serían más útiles en un caso de emergencia.

Él conocía de primera mano lo devastador que podía ser el virus, porque sus hermanos habían muerto en Kennedy cuando la localidad quedó en cuarentena. No deseaba que lo mismo le ocurriese a sus amigos y novia.

Cerró los ojos tratando de concentrarse entre el ensordecedor bullicio. Iván sabía que las puertas serían derribadas en los próximos minutos y que no podría salvarlos a todos. ¿Pero a quiénes debía salvar?

Jennifer estaba claro que era su primera opción. Sebastián y Nicolás, aunque a la larga fuesen un par de inútiles físicamente, eran sus mejores amigos, además de los más listos de la clase. Edwin y Johan tenían la fuerza que tarde o temprano iban a necesitar. Giovanni e Ignacio solían sacar las mejores notas en deportes. Y Luis, aunque no lo pareciera, tenía un talento extraordinario con las manualidades, que quizás podría servir más adelante.

Bogotá Z: Colegio zombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora