Capítulo VIII: Érase una vez El Sacrificio

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Capítulo VIII

Érase una vez El Sacrificio

Sábado 30 de octubre, 2010. 9:02 pm.

Habían llegado a un acuerdo que suponía un beneficio tanto para Pedro como para los supervivientes del colegio. Pasó más de una hora, pero por fin los siete hombres salían de aquel garaje e ingresaban a la sala para comentar a los demás cuál fue la decisión final.

Los siniestros lamentos de aquellos infectados que se reunían afuera, opacaban las voces de los autoproclamados líderes. La situación comenzaba a preocupar a algunos, aunque otros preferían mantenerse tranquilos y con la cabeza fría.

— Chicos, escúchenme un momento— el profesor David habló primero— Prepárense todos, porque en dos horas iremos hasta la tienda de Don Pedro.

Los rumores de disgusto se hicieron presentes. Nadie comprendía por qué o cómo lo harían. Evidentemente necesitaban una explicación.

— ¿Recuerdan que por las noches en el colegio los infectados parecían más interesados en los postes de luz que en nosotros?— Iván iba a ser quien explicaría las circunstancias— Pues el plan es lanzar por la ventana una linterna encendida, así alejaremos a los infectados de la puerta y podremos salir.

— ¿Qué sucederá con Jennifer? Sigue desmayada— preguntaba Luna preocupada.

— Yo mismo la llevaré en mi espalda– respondía Iván sonriendo.

Las dudas no faltaron. ¿El plan funcionaría? ¿Lograrían todos llegar hasta la tienda sin ninguna baja? ¿La tienda estaba libre de infectados? Pero era eso o aguardar a que los monstruos de afuera lograsen entrar a la casa. Era un todo o nada.

Sábado 30 de Octubre, 2010. 11:05 pm.

Los más de treinta sobrevivientes se encontraban en el garaje frente al portón. A través de los vidrios polarizados podían verse a los infectados con sus rostros putrefactos golpeando insistentemente en busca de comida. La profesora Lucero se encontraba entre la multitud, con una horrible herida en su brazo. Los ojos sin vida de la mujer eran espantosos, y su boca abierta y babeante la hacían aún más aterradora.

Daniel se encontraba en el segundo piso, frente a la ventana, con una linterna en su mano. Era el único que no estaba en el garaje y por tanto, el que más peligro corría. Su labor era simple: lanzar la linterna, esperar a que los infectados fuesen tras la luz y dar la señal para que todos salgan. Él tenía dos opciones: bajar a la velocidad del rayo e intentar llegar a la tienda de Don Pedro o bajar, cerrar la puerta y esperar a que vuelvan por él. No eran opciones muy alentadoras, pero él mismo se ofreció a cumplir con esa labor.

La linterna voló. Su haz de luz daba vueltas en espiral y terminó sobre el césped de la casa del frente. Dos infectados fueron tras la luz, pero la mayoría continuaba acosando el portón.

El plan parecía haber fracasado. Daniel se disponía a bajar para dar la noticia a sus compañeros; sin embargo, algo interrumpió su andar, se trataba del sonido inconfundible de un disparo. Provenía de bastante lejos, tal vez de la avenida Boyacá, que estaba a unas veinte cuadras. Pero de dónde venía el sonido no era lo importante. Los infectados se volvieron y comenzaron a caminar hacia la fuente del disparo. Era su oportunidad.

— ¡Ahora!— gritó Daniel.

El portón se abrió y todos salieron corriendo directo hacia la tienda. Daniel bajó las escaleras a punta de brincos. En un santiamén terminó en el primer piso y ya ahí comenzó su carrera de vida o muerte para alcanzar a sus compañeros.

Bogotá Z: Colegio zombiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora