Capítulo 11: No sé qué demonios está pasando.

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¡Gracias por leer! <3

Me despierto por la luz solar molestando mis ojos. No puedo contener el gruñido que sale de mi garganta y me revuelvo entre las sábanas, con la intención de seguir durmiendo.

― ¿No piensas despertar jamás? ―La voz de Ethan me toma por sorpresa, desorientándome por unos segundos―. A mí me tiene sin cuidado que quieras quedarte acostada todo el día, pero, honestamente, me molestan tus ronquidos y es incómodo escucharte llamando mi nombre entre sueños.

El rubor se apodera de mi rostro y volteo hacia él con incredulidad.

Por favor, díganme que no lo he nombrado mientras duermo.

― ¿Q-qué? ―Bravo, Kathery, tartamudea. Así te vez menos patética.

―En realidad, es halagador. ―Se encoje de hombros despreocupadamente―. Subes mi autoestima, castaña. ―Frunzo el ceño y lo fulmino con la mirada, al tiempo en que él suelta una sonora carcajada. Idiota, estaba jugando conmigo. Otra vez.

―Imbécil ―siseo molesta.

―Al menos ahora sé que en realidad sueñas conmigo. ―Una sonrisa con suficiencia aparece en su rostro y quiero golpearlo.

― ¡Claro que no! ¡Nunca dije tal cosa!

―Pero nunca lo negaste ―replica, quedándose con la última palabra. Otra vez.

Siento el cansancio y la pesadez de mi cuerpo aplastándome. Regresamos alrededor de las cinco y media, casi seis de la madrugada. Y podría apostar a que ahora no son más de las diez. Cuatro horas de sueño no son suficientes. Menos si tomamos en cuenta que anoche subimos a todas las atracciones posibles, exceptuando las que necesitaban de energía solar o alguna clave o llave para funcionar. Toda la energía que poseía fue succionada. Pero debo admitir que me divertí como nunca.

― ¿Ethan? ―lo llamo, con la intención de hacerle una pregunta que me ha estado inquietando desde que brincamos por la ventana―. ¿Cómo es que sabías dónde estaba la heladería? ¿O el parque de diversiones? ¿Habías salido antes, verdad?

Él sonríe perezosamente y eleva la mirada hacia mí.

― ¿Tú qué crees, castaña?

De repente, se escucha un estruendoso ruido del piso de abajo. Mi corazón se detiene un milisegundo, eliminando todo el cansancio que sentía, y me encamino corriendo hacia las escaleras para saber qué pasó. Sin embargo, me detengo en seco al ver a mi mamá al lado de una señora desconocida para mí. Lo que se rompió fue una jarra de cristal que contenía limonada. El temblor en las manos de mi madre no pasa desapercibido por mí y puedo notar la tensión en cada músculo de su cuerpo. En cambio, la señora desconocida se ve tan relajada que, por alguna razón que ignoro, me hace sentir enferma y con ganas de correrla de mi hogar.

Me escondo como puedo en el hueco que hay entre el inicio de las escaleras y la puerta de la habitación de mi madre. La curiosidad pica más que la prudencia y no puedo evitar querer escuchar la conversación.

―Ya no pueden esperar más, Nadya ―dice la señora, con la voz pastosa e impaciente―. Tenemos que comenzar con las pruebas, no podemos seguir dándote un trato especial.

―Por favor, no. ―La voz de mamá se escucha entrecortada―. Por favor, Mirla, no lo hagan.

―Lo siento, sólo vine para informarte. ―Mirla parece no inmutarse por la vulnerabilidad que se puede apreciar en el rostro atormentado de mi madre.

Kathery y el Único Chico de la Tierra.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora