Me siento despertar con el molesto zumbido todavía retumbando en mis oídos. Intento abrir los ojos, pero la luz cegadora que me espera cuando lo hago me obliga a parpadear y cerrarlos de golpe. Estoy terriblemente sedienta, con la garganta seca. Trato de tragar, pero eso sólo aumenta la incómoda sensación. Coloco mis manos sobre los ojos, dejando espacio entre los dedos para permitir pasar sólo un poco de luz. Posteriormente, levantando los párpados tratando de acostumbrarme al escenario en el que me encuentro y logro ver lo que está a mi alrededor.
La habitación es completamente blanca, no hay ni un color diferente. Hay una puerta frente a mí, sin manija, con una pequeña ventana angosta y larga. Además de la cama sobre la que estoy recostada y un pequeño buró a mi lado, no hay nada más. El lugar se siente frío y solitario. No puedo evitar sentir escalofríos.
Los recuerdos de anoche llegan a mi mente de golpe y un peso se instala en mi corazón. Santo Dios, nunca en mi vida había sentido tanto miedo. Jamás había tenido la sensación de que estaba corriendo peligro o de que me harían daño. De sólo pensar en todo lo que ocurrió, me dan ganas de echarme a llorar.
No tengo idea de donde estoy. Tampoco el porqué me encuentro aquí. Y desconozco el paradero de mi madre. O el de Ethan. No sé si estén bien. Sólo Dios sabe si corrieron con la misma suerte que yo...
Voces se escuchan del otro lado de la puerta. Voces discutiendo en murmullos. Finalmente, logro divisar una cabellera castaña a través de la pequeña ventana, cuando la puerta de desliza hacia la derecha y se oculta entre la pared.
Me quedo estática cuando veo a dicha morena.
—Buenos días, Kathery —saluda Mirla, la mujer que llegó a mi hogar horas antes para discutir con mi madre, al entrar a la habitación, seguida por una muchacha pelinegra, no mucho más grande que yo.
No respondo. El momento no parece real y no logro encontrar mi voz.
Mirla entrecierra los ojos hacia mí y me mira como si fuera una rata de laboratorio, analizándome expectante.
—No te encuentras con muchos ánimos de hablar, ¿cierto? —pregunta con burla en su voz.
— ¿Dónde estoy? —exijo saber, ignorando lo que dijo—. ¿Dónde está mi madre?
Ella sonríe sin separar los labios, sabiendo que tiene el conocimiento de algo que yo no.
— ¿Tienes sed?
Voltea hacia la muchacha detrás de ella y la pelinegra se acerca a mí con un vaso en una mano y una jarra de algo que parece ser titanio en la otra. Sirve el líquido transparente y lo extiende hacia mí. Sacudo la cabeza, rehusándome a tomar cualquier cosa que Mirla me ofrezca.
La chica luce asustada al ver mi rechazo y me mira suplicante, pidiéndome con los ojos que acepte el vaso. Frunzo el ceño, confundida por reacción. Ella lo acerca hacia mí una vez más y finalmente lo tomo, regalándole una pequeña sonrisa agradecida. Me regresa el gesto y se aleja, posicionándose detrás de Mirla de nuevo.
Dejo el vaso en el buró, sin probar el líquido. Mirla entrecierra los ojos con desaprobación, pero no insiste. Sin embargo, yo sí voy a insistir.
— ¿Dónde está mi madre? —pregunto de nuevo, con el tono de voz más frío que puedo conseguir.
—Eres adorable, pequeña. —Suelta una asquerosa carcajada y sacude la cabeza—. Tendrás que quedarte con la duda. No es conveniente para nosotras que conozcas su ubicación. O que ella sepa la tuya.
— ¿Por qué? —Frunzo el entrecejo.
Ella me ve con incredulidad y burla. Diciéndome con la mirada lo tonta que soy por haber formulado tal pregunta.
— ¿No vas a preguntar por el chico?
No puedo detener la sorpresa que se refleja en mi rostro. No sé porqué, mi lado ingenuo tenía la esperanza de que ella no supiera nada de Ethan. Pero por supuesto, Mirla fue la que nos trajo aquí. Estoy segura. Ella lo vio.
— ¿Dónde está él?
Mirla ríe de nuevo, con una voz amarga y asquerosamente fea, como su cara. Idiota, no soy un payaso de circo.
—Te hice una pregunta —siseo, ya enfadada de sus burlas—. ¿Podrías parar de atragantarte con tu aliento y contestarla?
Honestamente, no se de dónde saqué el valor para decirle eso. La pelinegra abre los ojos más de lo normal y me mira impresionada.
Mirla detiene sus risas y me fulmina con la mirada.
—No te conviene hablarme así, chiquilla.
Bufo, sin tomarla en serio.
—Sólo respóndeme.
—No... —comienza a hablar, aún lanzándome cuchillos con los ojos—. No tienes que preocuparte por él ahora —dice fríamente, con una sonrisa cruel formándose en sus labios.
— ¿Qué? —Mi voz tiembla, mientras un escalofrío recorre mi columna y la habitación parece volverse más pequeña—. ¿De qué estás hablando?
Su sonrisa se ensancha.
—En unos minutos vendrán para llevarte al tocador y que te asees un poco. Nos vemos en unas horas, Kathery.
Se da media vuelta y comienza a caminar hacia la puerta, con la otra chica pisándole los talones.
—¡No evadas mi maldita pregunta! —le grito, ya un poco desesperada—. ¿Qué le hiciste a Ethan? ¿Dónde está?
Ella se detiene de pronto y gira la cabeza hacia mi dirección.
—Así que Ethan era su nombre, ¿eh?
La respiración se atasca en mi garganta cuando escucho esa corta palabra clave: era.
— ¿Q-qué..? —tartamudeo, temiendo y sin creer lo que puede significar.
—Te dije que ya no tendrías que preocuparte por él.
Las lágrimas se acumulan en mis ojos y siento la necesidad de gritar. Me levanto de la cama tan rápido como puedo, con la intención de llegar con esa perra y arrancarle ese horrendo cabello que tiene. Sin embargo, ella es más veloz y sale de la habitación a tiempo, a la vez que se cierra la puerta. Me mira a través de la ventanilla y sacude la cabeza, como si estuviera reprendiendo a un perro o algo así.
—Portate bien, Kathery —habla con veneno en la voz—. Vienen por ti en un rato.
Su rostro desaparece de mi vista y escucho como sus pisadas se alejan, a la vez que mi corazón se estruja y rechaza la idea de que a Ethan le haya podido pasar algo malo. Y se va rompiendo poco a poco, también por la idea que ya ni siquiera se encuentra con vida.
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Gracias por leer, amores míos.
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Kathery y el Único Chico de la Tierra.
Fiksi Ilmiah- Tú... -comienzo a hablar con la respiración entrecortada, sin saber que decir en realidad-. Tú... - Yo... Yo... - ¡Tú eres un chico! - Supongo que sí: lo soy -afirma después de soltar un suspiro. - Pero eso es imposible. - Bueno, si fuera impos...